A Clori

Sentir de una pasión viva ardiente
todo el afán, zozobra y agonía;
vivir sin premio un día y otro día;
dudar, sufrir, llorar eternamente;

amar a quien no ama, a quien no siente,
a quien no corresponde ni desvía;
persuadir a quien cree y desconfía;
rogar a quien otorga y se arrepiente;

luchar contra un poder justo y terrible;
temer más la desgracia que la muerte;
morir, en fin, de angustia y de tormento,

víctima de un amor irresistible:
ésta es mi situación, ésta es mi suerte.
¿Y tú quieres, cruel, que esté contento?

Gaspar Melchor de Jovellanos


A Ernesto

Quis tam patiens ut teneat se?

(JUVENAL)

Déjame, Arnesto, déjame que llore
los fieros males de mi patria, deja
que su ruïna y perdición lamente;
y si no quieres que en el centro obscuro
de esta prisión la pena me consuma,
déjame al menos que levante el grito
contra el desorden; deja que a la tinta
mezclando hiel y acíbar, siga indócil
mi pluma el vuelo del bufón de Aquino.

¡Oh cuánto rostro veo a mi censura
de palidez y de rubor cubierto!
Ánimo, amigos, nadie tema, nadie,
su punzante aguijón, que yo persigo
en mi sátira al vicio, no al vicioso.
¿Y qué querrá decir que en algún verso,
encrespada la bilis, tire un rasgo
que el vulgo crea que señala a Alcinda,
la que olvidando su orgullosa suerte,
baja vestida al Prado, cual pudiera
una maja, con trueno y rascamoño
alta la ropa, erguida la caramba,
cubierta de un cendal más transparente
que su intención, a ojeadas y meneos
la turba de los tontos concitando?
¿Podrá sentir que un dedo malicioso,
apuntando este verso, la señale?
Ya la notoriedad es el más noble
atributo del vicio, y nuestras Julias,
más que ser malas, quieren parecerlo.

Hubo un tiempo en que andaba la modestia
dorando los delitos; hubo un tiempo
en que el recato tímido cubría
la fealdad del vicio; pero huyóse
el pudor a vivir en las cabañas.
Con él huyeron los dichosos días,
que ya no volverán; huyó aquel siglo
en que aun las necias burlas de un marido
las Bascuñanas crédulas tragaban;
mas hoy Alcinda desayuna al suyo
con ruedas de molino; triunfa, gasta,
pasa saltando las eternas noches
del crudo enero, y cuando el sol tardío
rompe el oriente, admírala golpeando,
cual si fuese una extraña, al propio quicio.
Entra barriendo con la undosa falda
la alfombra; aquí y allí cintas y plumas
del enorme tocado siembra, y sigue
con débil paso soñolienta y mustia,
yendo aún Fabio de su mano asido,
hasta la alcoba, donde a pierna suelta
ronca el cornudo y sueña que es dichoso.
Ni el sudor frío, ni el hedor, ni el rancio
eructo le perturban. A su hora
despierta el necio; silencioso deja
la profanada holanda, y guarda atento
a su asesina el sueño mal seguro.

¡Cuántas, oh Alcinda, a la coyunda uncidas
tu suerte envidian! ¡Cuántas de Himeneo
buscan el yugo por lograr tu suerte,
y sin que invoquen la razón, ni pese
su corazón los méritos del novio,
el sí pronuncian y la mano alargan
al primero que llega! ¡Qué de males
esta maldita ceguedad no aborta!
Veo apagadas las nupciales teas
por la discordia con infame soplo
al pie del mismo altar, y en el tumulto,
brindis y vivas de la tornaboda,
una indiscreta lágrima predice
guerras y oprobrios a los mal unidos.
Veo por mano temeraria roto
el velo conyugal, y que corriendo
con la impudente frente levantada,
va el adulterio de una casa en otra.
Zumba, festeja, ríe, y descarado
canta sus triunfos, que tal vez celebra
un necio esposo, y tal del hombre honrado
hieren con dardo penetrante el pecho,
su vida abrevian, y en la negra tumba
su error, su afrenta y su despecho esconden.

¡Oh viles almas! ¡Oh virtud! ¡Oh leyes!
¡Oh pundonor mortífero! ¿Qué causa
te hizo fiar a guardas tan infieles
tan preciado tesoro? ¿Quién, oh Temis,
tu brazo sobornó? Le mueves cruda
contra las tristes víctimas, que arrastra
la desnudez o el desamparo al vicio;
contra la débil huérfana, del hambre
y del oro acosada, o al halago,
la seducción y el tierno amor rendida;
la expilas, la deshonras, la condenas
a incierta y dura reclusión. ¡Y en tanto
ves indolente en los dorados techos
cobijado el desorden, o le sufres
salir en triunfo por las anchas plazas,
la virtud y el honor escarneciendo!

¡Oh infamia! ¡Oh siglo! ¡Oh corrupción! Matronas
castellanas, ¿quién pudo vuestro claro
pundonor eclipsar? ¿Quién de Lucrecias
en Lais os volvió? ¿Ni el proceloso
océano, ni lleno de peligros,
el Lilibeo, ni las arduas cumbres
de Pirene pudieron guareceros
de contagio fatal? Zarpa, preñada
de oro, la nao gaditana, aporta
a las orillas gálicas, y vuelve
llena de objetos fútiles y vanos;
y entre los signos de extranjera pompa
ponzoña esconde y corrupción, compradas
con el sudor de las iberas frentes.
Y tú, mísera España, tú la esperas
sobre la playa, y con afán recoges
la pestilente carga y la repartes
alegre entre tus hijos. Viles plumas,
gasas y cintas, flores y penachos,
te trae en cambio de la sangre tuya,
de tu sangre ¡oh baldón! y acaso, acaso
de tu virtud y honestidad. Repara
cuál la liviana juventud los busca.

Mira cuál va con ellos engreída
la imprudente doncella; su cabeza,
cual nave real en triunfo empavesada,
vana presenta del favonio al soplo
la mies de plumas y de agrones y anda
loca, buscando en la lisonja el premio
de su indiscreto afán. ¡Ay triste, guarte,
guarte, que está cercano el precipicio!
El astuto amador ya en asechanza
te atisba y sigue con lascivos ojos;
la educación y la caricia el lazo
te van a armar, do caerás incauta,
en él tu oprobrio y perdición hallando.
¡Ay, cuánto, cuánto de amargura y lloro
te costarán tus galas! ¡Cuán tardío
será y estéril tu arrepentimiento!

Ya ni el rico Brasil, ni las cavernas
del nunca exhausto Potosí nos bastan
a saciar el hidrópico deseo,
la ansiosa sed de vanidad y pompa.
Todo lo agotan: cuesta un sombrerillo
lo que antes un estado; y se consume
en un festín la dote de una infanta.
Todo lo tragan; la riqueza unida
va a la indigencia; pide y pordiosea
el noble, engaña, empeña, malbarata,
quiebra y perece, y el logrero goza
los pingües patrimonios, premio un día
del generoso afán de altos abuelos.
¡Oh ultraje! ¡Oh mengua! Todo se trafica:
Parentesco, amistad, favor, influjo,
y hasta el honor, depósito sagrado,
o se vende o se compra. Y tú, Belleza,
don el más grato que dio al hombre el cielo,
no eres ya premio del valor, ni paga
del peregrino ingenio; la florida
juventud, la ternura, el rendimiento
del constante amador ya no te alcanzan.
Ya ni te das al corazón, ni sabes
de él recibir adoración y ofrendas.
Ríndeste al oro. La vejez hedionda,
la sucia palidez, la faz adusta,
fiera y terrible, con igual derecho
vienen sin susto a negociar contigo.
Daste al barato, y tu rosada frente,
tus suaves besos y sus dulces brazos,
corona un tiempo del amor más puro,
son ya una vil y torpe mercancía.

Gaspar Melchor de Jovellanos


A la mañana

Ven, ceñida de rayos y de flores
la rósea frente, ¡oh plácida mañana!
Ve; ven, y ahuyenta con tu faz galana
la perezosa noche y sus horrores.

Ven, y vuelve a los cielos sus ardores,
su frescura a la tierra, y su temprana
gloria a mi pecho, en Clori soberana;
en Clori mi delicia y mis amores.

Ven, ven, que si piadosa me escuchares,
yo te alzaré un altar sobre el florido
suelo que honrare Clori con su planta.

Y en él, después te ofreceré a millares
las víctimas mi pecho agradecido,
y los devotos himnos mi garganta.

Gaspar Melchor de Jovellanos



“Admiro a quien defiende la verdad y se sacrifica por sus ideas, pero no a quienes sacrifican a otros por sus ideas.”

Gaspar Melchor de Jovellanos




“Amigo mío, la Naturaleza ha dado a cada hombre un estilo, como una fisonomía y un carácter. El hombre puede cultivarla, pulirla, mejorarla, pero cambiarla, no.”

Gaspar Melchor de Jovellanos



"Amigo y señor: Estaba yo con el pie en el estribo, como suele decirse, para partir a Segovia, cuando llegó a mis manos la apreciable epístola de usted. Tuve gran gusto en leerla en el mismo coche que nos llevaba, y tuve también todo el tiempo necesario para entregarme a varias reflexiones sobre los puntos de que hablaba, porque la cansada uniformidad del camino, la ingrata vista del campo abandonado en unas partes a las fieras de caza y marchito y agostado en otras por los ardientes soles del estío, no ofreciendo objeto alguno que pudiese recrear la vista, obligaba a recoger el ánimo en sí mismo y a divertir el tiempo con útiles y tranquilas meditaciones. Así que, después de haberme paladeado algún tiempo con la ternura y suavidad de sus expresiones, y con el dulce recuerdo de la amistad que las produce, pasé a discurrir sobre el modo de satisfacer a sus preguntas y a sus deseos, cosa que ocupó mi imaginación la mayor parte del camino, y si he de decir a usted lo que siento, no tan gustosamente como la primera parte de su carta. Alguna vez me complacía extraordinariamente con la idea de ver establecido en esa Universidad un estudio tan necesario, no sólo a los que profesan el derecho y la sagrada teología, como usted mismo reconoce, sino también a los que se dan a otras ciencias y aun a todos los hombres en general. Porque ¿quién será el que no conozca que entre todos los conocimientos de que puede imbuirse el espíritu humano ninguno es más importante y provechoso al individuo que el que le enseña a fondo sus obligaciones, descubriendo el principio de donde se deriva cada una y el fin adonde puede conducirle su cumplimiento? Pero al mismo tiempo me dolía de ver que este establecimiento, por otra parte tan importante, se hacía de un modo poco provechoso, exponiendo a los escolares a que, sin sacar de él la utilidad que era su objeto, gastasen un tiempo muy precioso, que debieran aplicar a otros estudios muy importantes. Los estrechos límites de una carta no me permitirán exponer mis ideas con la extensión que requería la materia; pero, sin embargo, diré a usted mi dictamen, reduciendo mis observaciones al punto en que usted se halla, esto es, al estudio que deben hacer de la ética los profesores de derecho.
No es dudable que en la indagación de la verdad es preciso guardar aquel orden que existe entre los conocimientos humanos, orden esencial y necesario que reúne entre sí las verdades metafísicas, sin el cual es imposible poseerlas. Quiero decir que el hombre no puede tener de estas verdades un conocimiento absoluto buscándolas en sí mismas abstraídas de todo orden, o bien buscándolas desordenadamente, sino que debe percibirla[s] por el orden gradual que hay entre ellas mismas. De aquí es que en el orden de los estudios debiera precisamente seguirse el de la razón, y que en la indagación de la verdad, del conocimiento de una proposición cierta nunca se debiera proceder sino a buscar el de otra proposición vecina, que estuviese unida con ella por medio de ciertas y conocidas relaciones. En efecto, si un hombre estudiase dos proposiciones entre las cuales no hay esta inmediata relación, sin estudiar las proposiciones intermedias que las unen entre sí, ¿cómo podría convencerse plenamente de su verdad por más que fuesen verdaderas? La verdad es una, y las que llamamos verdades no son otra cosa que unas partes de esta verdad universal.
De aquí es que para entrar al estudio de la filosofía moral sería indispensable que el profesor fuese dueño de todas las verdades cuyo conocimiento debe preceder al conocimiento de las verdades éticas, si se pueden llamar así, so pena de no adquirir en este estudio ideas claras y distintas, sino oscuras y confusas, y tales que no convenciesen plenamente su razón, ni podr[í]an llamarse para él verdades.
Y en efecto, amigo mío, los que se presentarán a usted para recibir su enseñanza en los principios de la ética, ¿llevarán ya en su ánimo estas verdades, cuyo previo conocimiento es necesario? Usted sabe que no debo detenerme a demostrar que entre ciento apenas habrá uno de quien se pueda responder que sí.
Pero en fin, dirá usted, yo estoy precisado a dar esta enseñanza y deseo saber cómo he de proceder en el desempeño de mi encargo. Justo deseo por cierto, pero tal que no puede ser fácilmente satisfecho. Educado yo en un método poco más o menos igual a aquél con que usted hizo sus estudios, es preciso que unas mismas dudas aflijan nuestro ánimo. Diré, sin embargo, lo que me ocurre en la materia.
Siendo yo muy amante de las doctrinas del célebre filósofo alemán Cristiano Wolf, pudiera aconsejarle que estudiase a fondo su filosofía moral, y que haciendo de ella un extracto acomodado al uso de la escuela, enseñase por él a sus discípulos. Pudiera también aconsejarle que, para excusar aquel trabajo, les enseñase los elementos de la filosofía moral del sabio Heineccio, que por la claridad, por el método, por la buena latinidad, y aun por el fondo de su doctrina, es preferible a otros muchos autores. Pudiera, en fin, señalar los varios libros escritos sobre la misma materia en este siglo, que se puede llamar el siglo de la filosofía por haberse ocupado en cultivarla los mayores hombres de la república de las letras. Pero nada de esto le diré; antes, por el contrario, le daré un consejo que sin duda le parecerá muy extraño, pues redúcese a decirle que no debe enseñar la ética a sus discípulos.
Sabe usted cuánta relación hay entre los principios de esta facultad y los del derecho natural, puesto que en este último estudio entra principalmente el conocimiento de los oficios u obligaciones del hombre hacia Dios, hacia sí mismo y hacia el prójimo. Quisiera, pues, que de tal modo enseñase usted a sus discípulos el derecho natural, que al mismo tiempo recibiesen el conocimiento de todas las verdades morales que tienen relación con él. De este modo, cuando usted no formase unos perfectos éticos, al menos daría a sus discípulos unos principios los más necesarios y provechosos para entrar después a la ciencia de las leyes.
No me detengo en exponer a la larga este pensamiento, cuyo fondo habrá usted ya penetrado, y sólo le diré que al mismo tiempo que por este método separo a los discípulos del estudio particular de la ética, quisiera que usted hiciese sobre ella su principal trabajo, para explicar a viva voz el origen de muchas verdades que supone el derecho natural, y cuya investigación toca a la ética."

Gaspar Melchor de Jovellanos



“Bien están los buenos pensamientos, pero resultan tan livianos como burbuja de jabón, si no los sigue el esfuerzo para concretarlos en acción.”

Gaspar Melchor de Jovellanos



"Caminar en coche es ciertamente una cosa muy regalada, pero no muy a propósito para conocer un país. Además de que la celeridad de las marchas ofrece los objetos a la vista en una sucesión demasiado rápida para poderlos examinar, el horizonte que se descubre es muy ceñido, muy indeterminado, variado de momento en momento, nunca bien expuesto a la observación analítica. Por otra parte, la conversación de cuatro personas embanastadas en un forlón, y jamás bien unidas en la idea de observar, ni en el modo y objetos de la observación; el ruido fastidioso de las campanillas y el continuo clamoreo de mayorales y zagales, con banderola, su capitana y su tordilla, son otras tantas distracciones que disipan el ánimo y no le permiten aplicar su atención a los objetos que se le presentan. Agregue a esto la naturaleza del país que acabamos de atravesar, compuesto de inmensas llanuras, de horizontes interminables, sin montes ni colinas, sin pueblos ni alquerías, sin árboles ni matas, sin un objeto siquiera que señale y divida sus espacios, y fije los aledaños de la observación, y verá que es incapaz de ser observador de carrera, y que se resiste sin arbitrio al estudio y meditación del caminante."

Gaspar Melchor de Jovellanos
Inconvenientes de viajar en coche



“El buen gusto, la buena y sana critica, el exacto y preciso estilo de hablar y escribir, el discernimiento de las doctrinas y opiniones, el amor a los buenos libros y el hastío y horror a los malos, penden casi del todo de este estudio (las Humanidades) preliminar, base y fundamento de todos los demás.”

Gaspar Melchor de Jovellanos



“El estado de libertad es una situación de paz, de comodidad y de alegría.”

Gaspar Melchor de Jovellanos



“El verdadero honor es el que resulta del ejercicio de la virtud y del cumplimiento de los propios deberes.”

Gaspar Melchor de Jovellanos



“Este pueblo (España) necesita diversiones, pero no espectáculos.”

Gaspar Melchor de Jovellanos


Jovino a sus amigos de Salamana

Est quodam prodire tenus, si non datur ultra.

(Horacio, Epis. I, lib. I, v. 32).

A vosotros, oh ingenios peregrinos,
que allá, del Tormes en la verde orilla,
destinados de Apolo, honráis la cuna
de las hispáneas musas renacientes;
a ti, oh dulce Batilo, y a vosotros,
sabio Delio y Liseno, digna gloria
y ornamento del pueblo salmantino;
desde la playa del ecuóreo Betis
Jovino el gijonense os apetece
muy colmada salud; aquel Jovino
cuyo nombre, hasta ahora retirado
de la común noticia, ya resuena
por las altas esferas, difundido
en himnos de alabanza bien sonantes,
merced de vuestros cánticos divinos
y vuestra lira al sonoroso acento;
salud os apetece en esta carta,
que la tierna amistad y la más pura
gratitud desde el fondo de su pecho
con íntima expresión le van dictando;
que pues le niega el hado el dulce gozo
de estrechar con sus brazos vuestros pechos,
de urbanidad y suave amor henchidos,
podrá al menos grabar en estas letras
la dulce sensación que en su alma imprime
del vuestro amor la tierna remembranza.
Y no extrañéis que del eolio canto
cansada ya su musa, se convierta
al compás lento y numeroso que ama
tanto la didascálica poesía;
que en vano de su pecho, penetrado
del forense rumor, y conmovido
al llanto del opreso, de la viuda
y el huérfano inocente, presumiera
lanzar acentos dulces, ni su lira,
otras veces sonora, y hora falta
de los trementes armoniosos nervios,
al acordado impulso respondiera,
ni en fin a los avisos que me dicta
tu voz, oh Polimnía, con astuta
y blanda inspiración fuera otro verso
que el verso parenético oportuno.
¡Ah, mis dulces amigos, cuán ilusos,
cuánto de nuestra fama descuidados
vivimos! ¡Ay, en cuán profundo sueño
yacemos sepultados, mientras corre
por sobre nuestras vidas, aguijada
del tiempo volador, la edad ligera!
¿Por ventura queremos que nos tope
sumidos en tan vil e infame sueño
la arrugada vejez, que poco a poco
se viene hacia nosotros acercando?
¿O que la muerte pálida sepulte
con nosotros también nuestra memoria?
Y el hombre a quien el Padre sempiterno
ornó con alto ingenio y con espíritu
eternal y celeste, ¿estará siempre
a escura y muelle vida mancipado,
sin recordar su divinal origen
ni el alto fin para que fue nacido?
¡Ay, Batilo! ¡Ay, Liseno! ¡Ay, caro Delio!
¡Ay, ay, que os han las magas salmantinas
con sus jorguinerías adormido!
¡Ay, que os han infundido el dulce sueño
de amor, que tarde o nunca se sacude!
No lo dudéis: mis ojos, aún no libres
del susto, en un sueño misterioso
sus infernales ritos penetraron.
¿Contárosle he? ¿Qué numen me arrebata
y fuerza a traspasar de mis amigos
el tierno corazón? Acorre ¡oh diva!,
y pues mi voz, a tu mandar atenta,
renueva en triste canto la memoria
del infando dolor, acorre, y alza
con soplo divinal mi flaco aliento.
Yacen del Tormes a la orilla, ocultos
entre ruinas, los restos venerables
de un templo, frecuentado en otros siglos
por la devota gente salmantina,
mas hora sólo de agoreros búhos
y medrosas lechuzas habitado.
La amenidad huyó de aquel recinto,
y sólo en torno de él dañosas yerbas
crecen, y altos y fúnebres cipreses.
Aquí su infame junta celebraron
las Lamias. ¡Oh, si fuera poderosa
mi voz de describirla y dar al mundo
cuenta de sus misterios nunca oídos!
En la mitad de su carrera andaba
la noche, y ya su manto tenebroso
cubría en torno el soñoliento mundo;
todo era oscuridad, que hasta la luna
su blanca faz del cielo retirara
por no ver el nefando sortilegio,
y el horror y el silencio más medroso
hacían el imperio de las sombras;
cuando desde una puerta del palacio
del Sueño un negro ensueño desprendido
llegó de un vuelo adonde yo yacía.
Con la siniestra suya asió mi mano,
y con medrosa voz: «Jovino, dice,
ven y verás el duro encantamiento
que prepara la Envidia a tus amigos.
Ven, y si en tal ejemplo no escarmientas,
¡triste de ti, mezquino!» Dijo, y luego
sobre sus negras alas me condujo
por medio de las sombras hasta el pórtico
del arruinado templo. No bien hube
llegado, cuando asidas de las manos,
siete horrendas figuras parecieron
desnudas, y de hediondas confecciones
ungido el sucio cuerpo. Presidenta
del congreso infernal la fiera Envidia
venía, de serpientes coronada
la frente, triste, airada, desdeñosa,
y de los Celos y el Rencor seguida.
En medio del silencio un gran suspiro
lanzó del hondo pecho, y revolviendo
la sesga vista en torno: «Nunca tanto,
dijo, de vuestro auxilio y vuestras artes
necesité, oh amigas, ni tan fiero,
ni tan grave dolor clavó algún día
en mi sensible corazón su punta.
¡Oh, si capaz de aniquilar el orbe
fuese la llama atroz que le devora!
Tres celebrados nombres (y con rabia
Batilo pronunció su torpe boca,
Delio y Liseno) por el ancho mundo
va esparciendo la Fama, mi enemiga.
Su trompa los proclama en todas partes,
y ya a más alto vuelo preparada,
si no la enmudecemos, estos nombres
serán muy luego alzados a las nubes,
y sonarán del uno al otro polo.
Febo los patrocina, y no le es dado
a mi flaco poder mancharlos; pero
se rendirán al vuestro, si adormidos
en blando amor…». No bien tan fiera idea
cayó del sucio labio, cuando en torno
del demolido templo en raudos giros
dio el maléfico coro siete vueltas.
Después alternativas susurraron
muchos versos de ensalmo, con palabras
de mágico vigor y rabia henchidas,
a cuya fuerza desde la honda entraña
de la tierra salieron redivivos
los fríos huesos, que de luengos días,
del humanal vestido ya desnudos,
allí dormían. ¡Ay, cuán prestamente
en los hambrientos dientes de la Envidia
los vi yo triturados, y en sus manos
a leve y sucio polvo reducidos…!
En esto hacia los ángulos internos
del templo corren las malignas sagas,
y del sombrío suelo mil dañosas
plantas recogen con siniestra mano
y misteriosos ritos arrancadas.
También allí prestó la cruda Envidia
su auxilio, y en sus palmas estrujando
las hojas y raíces, hizo luego
que destilasen los dañosos jugos
cuanta virtud en ellos se escondía.
El zumo de la fría adormidera,
cortada su cabeza al horizonte,
que infunde a veces el eterno sueño;
el de la yerba mora, que altamente
el cerebro perturba; el hyosciamo,
y el coagulante jugo que destilan,
heridas, las raíces misteriosas
de la fría mandrágula, allí fueron
diestramente extraídos, y con nuevo
ensalmo derramados sobre el polvo
de los humanos huesos. Mientras una
de las sagas volvía y revolvía
el preparado adormeciente lodo,
sacó la Envidia del cuidoso pecho
tres relucientes nóminas, con rasgos
de roja y venenosa tinta escritas.
¡Ah, no creáis, amigos, que mi pluma
os pretenda engañar! Mis propios ojos,
en tierno llanto entonces anegados,
vieron ¡oh maravilla! los tres nombres,
los dulces nombres de Ciparis bella,
de Julinda y de Mirta la divina,
que estaban allí escritos. Y cual suele
–si tiene tal prodigio semejante–
brillar con propia luz en noche oscura
la lienide purpúrea, que en su rumbo
suspende al receloso caminante,
así en la oscuridad resplandecían
los tres amados nombres. Entre tanto
mi corazón absorto palpitaba
de pasmo y de temor. La Envidia entonces,
dividiendo en pedazos muy menudos
las esplendentes nóminas, de esta arte
habló a sus compañeras: «Consumemos
¡oh amigas! nuestra obra, y estos nombres,
adorados de Delio y sus secuaces,
a la maligna confección mezclemos.
Su virtud penetrante, aun más activa
que los venenos mismos, irá recta-
mente a iludir sus tiernos corazones;
y a blando amor eternamente dados,
la vida pasarán adormecidos,
y morirán sin gloria». Dijo, y luego
mezcló los rutilantes caracteres
al cruel maleficio, e infundioles
nuevo vigor con su maligno soplo.
Repitieron las brujas el susurro
sobre la masa ponzoñosa, y dieron
alegre fin a la perversa junta.
Yo en tanto, lleno de dolor, enviaba
del hondo pecho a Apolo ardientes votos.
«Brillante Dios, decía, si la gloria
de tan dignos alumnos interesa
tu pía omnipotencia en favor suyo,
¡ah, destruye la fuerza venenosa
del duro encantamiento, y de la infamia
y de la eterna oscuridad redime
los nombres que otra vez has protegido!
¡Desata el preparado encantamiento,
y sálvalos, oh Dios, para que eterna-
mente suba a tu trono el dulce acento
de su lira, en cantares eucarísticos
gratamente empleada!». Aquí llegaba
el bien sentido ruego, que sin duda
oyó piadoso el numen, porque al punto
descendió un resplandor desde lo alto,
al meridiano sol muy semejante,
que iluminando el pavimento umbrío,
al golpe de su luz postró a la Envidia
y a sus viles ministras, y arrojolas
precipitadas hasta el hondo abismo.
¿Será estéril, oh amigos, de este ensueño
el misterioso anuncio? ¿Siempre, siempre
dará el amor materia a nuestros cantos?
¡De cuántas dignas obras, ay, privamos
a la futura edad por una dulce
pasajera ilusión, por una gloria
frágil y deleznable, que nos roba
de otra gloria inmortal el alto premio!
No, amigos, no; guiados por la suerte
a más nobles objetos, recorramos
en el afán poético materias
dignas de una memoria perdurable.
Y pues que no me es dado que presuma
alcanzar por mis versos alto nombre,
dejadme al menos en tan noble empeño
la gloria de guiar por la ardua senda
que va a la eterna fama, vuestros pasos.
Ea, facundo Delio, tú, a quien siempre
Minerva asiste al lado, sus; asocia
tu musa a la moral filosofía,
y canta las virtudes inocentes
que hacen al hombre justo y le conducen
a eterna bienandanza. Canta luego
los estragos del vicio, y con urgente
voz descubre a los míseros mortales
su apariencia engañosa, y el veneno
que esconde, y los desvía dulcemente
del buen sendero, y lleva al precipicio.
Después con grave estilo ensalza al cielo
la santa religión de allá abajada,
y canta su alto origen, sus eternos
fundamentos, el celo inextinguible,
la fe, las maravillas estupendas,
los tormentos, las cárceles y muertes
de sus propagadores, y con tono
victorioso concluye y enmudece
al sacrílego error y sus fautores.
Y tú, ardiente Batilo, del Meonio
cantor émulo insigne, arroja a un lado
el caramillo pastoril, y aplica
a tus dorados labios la sonante
trompa, para entonar ilustres hechos.
Sean tu objeto los héroes españoles,
las guerras, las victorias y el sangriento
furor de Marte. Dinos el glorioso
incendio de Sagunto, por la furia
de Aníbal atizado, o de Numancia,
terror del Capitolio, las cenizas.
Canta después el brazo omnipotente,
que desde el hondo asiento hasta la cumbre
conmueve el monte Auseva y le desploma
sobre la hueste berberisca y suban
por tu verso a la esfera cristalina
los triunfos de Pelayo y su renombre,
las hazañas, las lides, las victorias
que al imperio de Carlos, casi inmenso,
y al Evangelio santo un nuevo mundo
más pingüe y opulento sujetaron.
Canta también el inmortal renombre
del héroe metellímneo, a quien más gloria
que al bravo macedón debió la Fama.
O en fin, la furia canta y las facciones
de la guerra civil que el pueblo hispano
alió y opuso al alemán soberbio.
Dirás el golfo catalán en furia
contra Luis y su nieto, los leopardos
vencidos en Brihuega, y los sangrientos
campos de Almansa, do cortó a Filipo
sus mejores laureles la Victoria.
La empresa que a tu pluma reservada
queda, oh caro Liseno, ¡ah, cuán difícil
es de acabar, cuán ardua! Mas ya es tiempo
de proscribir los vicios indecentes
que manchan nuestra escena. ¡Cuánto, oh cuánto
la gloria de la patria se interesa
en este empeño! Triunfan mil enormes
vicios sobre el proscenio, y la ufanía,
el falso pundonor, el duelo, el rapto,
los ocultos y torpes amoríos,
contra el desvelo paternal fraguados,
y todas las pasiones son impune-
mente sobre las tablas exaltadas.
Despierta, pues, oh amigo, y levantado
sobre el coturno trágico, los hechos
sublimes y virtuosos, y los casos
lastimeros al mundo representa.
Ensalza la virtud, persigue el vicio,
y por medio del susto y de la lástima
purga los corazones. Vea la escena
al inmortal Guzmán, segundo Bruto,
inmolando la sangre de su hijo,
de su inocente hijo, al amor patrio…
¡Oh espíritu varonil! ¡Oh patria! ¡Oh siglos,
en héroes y altos hechos muy fecundos!
Vuestro auxilio también en esta empresa
imploro, oh mi Batilo, oh sabio Delio.
¡Ah, vea alguna vez el pueblo hispano
en sus tablas los héroes indígenas
y las virtudes patrias bien loadas!
Bajar podréis también al zueco humilde,
y describir con gesto y voz picantes
las costumbres domésticas, sus vicios
y sus extravagancias… Pero, ¿dónde
encontraréis modelos? Ni la Grecia,
ni el pueblo ausonio, ni la docta Francia
han sabido formarlos. Reina en todos
el vicio licencioso y la impudencia.
Mas cabe el ancha vía hay una trocha,
hasta ahora no seguida, do las burlas
y el chiste nacional yacen en uno
con la modestia y el decoro aliados.
Seguid, pues, este rumbo. ¡Qué tesoros
descubriréis en él! ¡Será el teatro
escuela de costumbres inocentes,
de honor y de virtud! Será… Mas, ¿dónde
del bien común el celo me arrebata?
¡Ah, si su llama alcanza a vuestro pecho,
de los trabajos vuestros cuán opimos
frutos debo esperar! ¡Y cuánta gloria
estará en otros siglos reservada
al celo de Jovino, si esta insigne,
si esta dichosa conversión, que tristes
y llenas de rubor tanto ha que anhelan
las musas españolas, fuese el fruto
de sus avisos dulces y amigables!

Gaspar Melchor de Jovellanos



"La agricultura es el arte que enseña virtud al hombre y la base de la opulencia a todas las naciones."

Gaspar Melchor de Jovellanos




“La ciencia es sin disputa el mejor, el más brillante adorno del hombre.”

Gaspar Melchor de Jovellanos




“La tierra no produce para los ignorantes sino malezas y abrojos.”

Gaspar Melchor de Jovellanos


“La verdad es el principio de toda perfección, y la belleza, el gusto, la gracia no pueden existir fuera de ella.”

Gaspar Melchor de Jovellanos




“Las pasiones alteran momentáneamente la índole de los hombres, pero no la destruyen.”

Gaspar Melchor de Jovellanos



“Los manantiales de la abundancia no están en las plazas, sino en los campos; sólo puede abrirlos la libertad y dirigirlos a los puntos donde los llama el interés.”

Gaspar Melchor de Jovellanos



“Los pueblos tienen el gobierno que se merecen.”

Gaspar Melchor de Jovellanos



“No ha menester (el pueblo) que el Gobierno lo divierta, pero si que lo deje divertirse.”

Gaspar Melchor de Jovellanos


“¡Oh, príncipes! Vosotros fuisteis colocados por el Omnipotente en medio de las naciones para atraer a ellas la abundancia y la prosperidad: ved ahí vuestra primera obligación.”

Gaspar Melchor de Jovellanos



“Para dos corazones que se amen, la menos ausencia es un mal grave. Como cuentan sus gustos por momentos, cualquier tiempo, cualquier distancia que los separe, los aflige.”

Gaspar Melchor de Jovellanos




“Para el hombre laborioso, el tiempo es elástico y da para todo. Sólo falta el tiempo a quien no sabe aprovecharlo.”

Gaspar Melchor de Jovellanos



“Perezcan de necesidad y de miseria los que, habiendo disipado la herencia de sus padres o no sabiendo sacudir su desidia, quieren todavía mantener el esplendor, rodeados por todas partes de la miseria.”

Gaspar Melchor de Jovellanos


“¿Por qué no esperaremos mucho de esta vigilante Providencia, que mientras deja destruir cuida, por medios ignorados y no previstos, de edificar y reparar?”

Gaspar Melchor de Jovellanos




“Puedo yo haber sido desgraciado en amigos; puede haberme privado la desgracia de los que tuve en prosperidad ; pero yo no emanciparé a ninguno a quien no vea de espalda vuelta; y cuando todos me abandonaran, más gozaría mi corazón en el sentimiento de haberles sido fiel, que sufriría en el de su infidelidad.”

Gaspar Melchor de Jovellanos




“¿Qué sería de una nación que en vez de geómetras, astrónomos, arquitectos y mineralogistas, no tuviesen sino teólogos y jurisconsultos?”

Gaspar Melchor de Jovellanos




“Quien no tiene lo preciso para mantenerse solo, ¿buscará en el matrimonio la multiplicación de sus necesidades?”

Gaspar Melchor de Jovellanos



“¡Quién podrá reposar tranquilo mientras los infelices maldicen su descanso!”

Gaspar Melchor de Jovellanos



“¿Quién sabe hasta dónde plugo al Omnipotente multiplicar la vida y extender los términos de la creación animada?”

Gaspar Melchor de Jovellanos



"Rodeado de frondosos y altos montes... un valle, que de mil delicias con sabia mano ornó naturaleza."

Gaspar Melchor de Jovellanos




“Sabiendo y entendiendo bien las materias en que escribe, está seguro de que escribirá bien, siempre que no se empeñe en escribir mejor.”

Gaspar Melchor de Jovellanos


Satira Primera - A Arnesto
(fragmento)

Hubo un tiempo en que andaba la modestia
dorando los delitos; hubo un tiempo
en que el recato tímido cubría
la fealdad del vicio; pero huyóse
el pudor a vivir en las cabañas.
Con él huyeron los dichosos días,
que ya no volverán; huyó aquel siglo
en que aun las necias burlas de un marido
las Bascuñanas crédulas tragaban;
mas hoy Alcinda desayuna al suyo
con ruedas de molino; triunfa, gasta,
pasa saltando las eternas noches
del crudo enero, y cuando el sol tardío
rompe el oriente, admírala golpeando,
cual si fuese una extraña, al propio quicio.
Entra barriendo con la undosa falda
la alfombra; aquí y allí cintas y plumas
del enorme tocado siembra, y sigue
con débil paso soñolienta y mustia,
yendo aún Fabio de su mano asido,
hasta la alcoba, donde a pierna suelta
ronca el cornudo y sueña que es dichoso.
Ni el sudor frío, ni el hedor, ni el rancio
eructo le perturban. A su hora
despierta el necio; silencioso deja
la profanada holanda, y guarda atento
a su asesina el sueño mal seguro."

Gaspar Melchor de Jovellanos


Sentir de una pasión...

Sentir de una pasión viva ardiente
todo el afán, zozobra y agonía;
vivir sin premio un día y otro día;
dudar, sufrir, llorar eternamente;

amar a quien no ama, a quien no siente,
a quien no corresponde ni desvía;
persuadir a quien cree y desconfía;
rogar a quien otorga y se arrepiente;

luchar contra un poder justo y terrible;
temer más la desgracia que la muerte;
morir, en fin, de angustia y de tormento,

víctima de un amor irresistible:
ésta es mi situación, ésta es mi suerte.
¿Y tú quieres, crüel, que esté contento?

Gaspar Melchor de Jovellanos



“Si algo sobre la tierra merece el nombre de felicidad, es aquella interna satisfacción, aquel íntimo sentimientomoral que resulta del empleo de nuestras facultades en la indagación de la verdad y en la práctica de la virtud.”

Gaspar Melchor de Jovellanos




“Si las lágrimas son efecto de la sensibilidad del corazón, ¡desdichado de aquel que no es capaz de derramarlas!”

Gaspar Melchor de Jovellanos



“Sigo la santa y justa causa que sigue mi patria y que todos hemos jurado defender.”

Gaspar Melchor de Jovellanos



"Sólo falta el tiempo a quien no sabe aprovecharlo."

Gaspar Melchor de Jovellanos




“Sigo la santa y justa causa que sigue mi patria y que todos hemos jurado defender”

Gaspar Melchor de Jovellanos




“Toda asociación bien constituida supone una autoridad que dirija, una fuerza que defienda y una colección de medios que sustente. De aquí es que todo miembro de una asociación, por el hecho solo de nacer o pertenecer a ella, debe: primero, sacrificar una porción de la independencia para componer la autoridad pública; segundo, una porción de su fuerza pública; tercero, una porción de su fortuna privada para juntar la renta pública...”

Gaspar Melchor de Jovellanos



“Todo impuesto debe salir de lo superfluo, y no de lo necesario.”

Gaspar Melchor de Jovellanos











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