A la mudanza de la fortuna


Yo vi del rojo sol la luz serena
turbarse y que en un punto desparece
su alegre faz, y en torno se oscurece
el cielo, con tiniebla de horror llena.

El Austro proceloso airado suena,
crece su furia, y la tormenta crece,
y en los hombros d e Atlante se estremece
el alto Olimpo, y con espanto truena.

Mas luego vi romperse el negro velo
deshecho en agua, y a su luz primera
restituirse alegre el claro día.

Y de nuevo esplendor ornado el cielo
miré, y dije: ¿Quién sabe si le espera
igual mudanza a la fortuna mía?

Julio Arboleda Pombo



Infeliz del que busca

¡El infeliz del que busca en la apariencia
la dicha y en la efímera alabanza,
y muda de opinión con la mudanza
de la versátil pública conciencia!

El presente es su sola providencia;
cede al soplo del viento que le lanza
al bien sin fe y al mal sin esperanza;
que en errar con el mundo está su ciencia.

¡Y feliz el varón independiente
que, libre de mundana servidumbre,
aspira entre dolor y pesadumbre

A la eterna verdad, no a la presente,
conociendo que el mundo y sus verdades
son sólo vanidad de vanidades!

Julio Arboleda


Resto del bosque inmemorial

Resto del bosque inmemorial; testigo
de mil y unicazos que la ciencia ignora,
roble imperial de bóveda sonora,
tiende en la plaza su ondulante abrigo.

En rumorosas pláticas consigo
sus muertas hojarascas rememora:
¡cuánta fugaz generación canora
labró colonias en su techo amigo!

Pasaron esos nidos y esas aves;
vinieron otras aves y otros nidos
y otras hojas y cantigas suaves;

y en los gajos del céfiro mecidos,
vagar parecen con cadencias graves
ecos dolientes de los tiempos idos.

Julio Arboleda


Te quiero

Te quiero, sí, porque eres inocente,
Porque eres pura, cual la flor temprana
Que abre su cáliz fresco á la mañana
Y exhala en torno delicioso olor.
Flor virginal que el sol no ha marchitado,
Cuyo tallo gentil se eleva erguido,
Por matutino céfiro mecido
Que besa puro la aromada flor.
Te quiero, si; pero en mi pecho yerto
Ya con amor el corazón no late,
Ay! ni mi frente pálida se abate
Al contemplar tu cuello de marfil;
Pero te quiero como á aquella tierna
Hija de mi alma que inocente ahora;
En el regazo de su madre llora
Tal vez la pena que soñó infantil.
No dejaré que veleidoso vague
De flor en flor mi loco pensamiento;
Mas también la amistad tiene un acento;
Tu amigo soy : amigo cantaré.
¡Feliz tú! ¡ feliz yo! mis largos años
Cuentan dos veces lo que tú has vivido:
Tú el aguijón de amor aun no has sentido;
Yo ya de amor el aguijón gasté.
El fuego brilla en tus abiertos ojos,
Pero no hará reverberar los míos:
Tu blando acento en mis oídos fríos
Rápido vibra y piérdese al caer:
Y si entrecubre el párpado bruñido
Tu dilatada lúcida pupila,
Mi mirada pacífica, tranquila,
Admira el ángel, nunca la mujer.
Tal vez anima tu semblante puro
Con gracia celestial vaga sonrisa,
Como se anima al soplo de la brisa
El terso lago en tímido vaivén;
Y tu inefable sonreír de ángel
Al corazón arrancará un suspiro;
Mas yo impasible tu sonrisa miro, —
Y mirára impasible tu desden.
¿Á quién sirve en el árido desierto
De ruiseñor armónico el gorjeo?
¿ Á quién dará su música recreo,
Si todo en torno es yermo y orfandad?
¿Y qué valen tu gracia y tu hermosura,
Y tu lágrima amiga y tu plegaria, —
Cuando mi alma cansada, solitaria,
Está absorta en su propia soledad?
¡Estéril soledad do todo muere,
Que llevo yo do quier conmigo mismo,
Que, cual potente mar, torna en abismo,
Y á sí asimila cuanto en ella cae! ,
Ya para mí la brisa no levanta
El mar de las pasiones: está en calma:
Al estéril desierto de mi alma
Solo la arena sus mudanzas trae.
Volcán extinto soy, ceniza fría,
Que humedeció el dolor. Lee lo que escribo :
Tu mirada de fuego yo no esquivo,
Que la chispa, al caer se apagará.
¡Lee lo que escribo! Algún futuro día
Dirás : Él fue amigo: á mas no alcanza
Ya mi ambición: mi tímida esperanza
No de amistad el linde salvará.
Pero tu suerte, ¡hermosa flor! tu suerte,
Sí, quisiera labrar y tu ventura;
Eres hermosa: el crimen de hermosura
Persigue el hombre sin piedad aquí. —
Flor descuidada que a la brisa ondeas,
El gusano te asecha en torno andando,
El diente aguza, y en el tallo blando…
¡Oh. Dios! buen Dios! apártale de allí!
Tú la hiciste, ¡ Señor, no la abandones!
Tú de gracia, de amor tú la vestiste,
Cuídala ahora: el enemigo existe,
Desnudo de virtud y de piedad;
No le permitas deshojar tu lirio!
¡Ay! ni en el cáliz exhalar su aliento:
¡Ay! ni permitas que enemigo viento
Aje tu linda flor, ¡Dios de bondad!

Julio Arboleda


Yo vi del rojo sol...

Yo vi del rojo sol la luz serena
turbarse y que en un punto desaparece
su alegre faz, y en torno se oscurece
el cielo, con tiniebla de horror llena.

El Austro proceloso airado suena,
crece su furia, y la tormenta crece,
y en los hombros de Atlante se estremece
el alto Olimpo, y con espanto truena.

Mas luego vi romperse el negro velo
deshecho en agua, y a su luz primera
restituirse alegre el claro día.

Y de nuevo esplendor ornado el cielo
miré, y dije: ¿Quién sabe si le espera
igual mudanza a la fortuna mía?

Julio Arboleda









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