A las flores

Prole gentil del céfiro y la aurora,
nacida con el don de la belleza;
gracias con que la gran naturaleza
ríe, y su augusta majestad decora.

La luz del sol, que el universo dora,
no tanto de su frente en la grandeza,
cuanto en vosotras linda se adereza,
y con matiz más gayo se colora.

En el campo del éter las estrellas
son flores celestiales, y en el suelo
vosotras sois estrellas de colores.

Tan puras sois, en fin, al par que bellas,
que pienso que del mundo el claro cielo
no tiene cosas más... que alma y flores.

Julio Zaldumbide Gangotena


A mi corazón

¡Corazón! ¡Corazón! ¿Por qué suspiras?
¿Por qué los muros de tu cárcel bates?
Es imposible, corazón... ¡Deliras!
Infeliz corazón, en vano lates!

Siempre contuve tu ímpetu violento
desde que pude conocer el mundo;
siempre fui sordo a tu amoroso acento,
sin tener compasión de tu ¡ay! profundo.

¿Sabes por qué? Tras vanas ilusiones
(ilusiones no más, bien lo sabía)
quisiste ir como otros corazones
a buscar, necio... ¿Qué?, lo que no había.

A buscar el amor... Amor no se halla;
a buscar la virtud... La virtud, menos;
por eso yo te opuse firme valla,
y no tuviste días de horror llenos.

Conozco el mundo y sé la red que tiende:
su mano oculta enherbolada vira
a cuya punta el corazón aprende
lo que va del amor a la mentira...

Y tú querías con ardor vehemente
lanzarte al mundo, ciego en el engaño;
ibas a perecer, pobre inocente,
al filo de su arma, el desengaño...

¡No, jamás corazón! Cese tu acento;
calma tu afán, desecha la esperanza;
ese bien que demanda tu lamento
es un bien que en el mundo no se alcanza.

¡La virtud! ¡La virtud!... Es vano nombre;
sonar la oirás en nuestra impura boca,
pero en verdad no la conoce el hombre
ni responde a su voz cuando la invoca.

¡El amor! ¡El amor! Dulce consuelo,
supremo goce de la humana vida,
única flor que aromatiza el suelo,
felicidad del cielo descendida...

Mas, otra vez, oh corazón, suspiras
y el fuerte muro de tu cárcel bates.
¡Es imposible, corazón!... ¡Deliras!
¡Infeliz corazón, en vano lates!

Julio Zaldumbide Gangotena




A mis lágrimas

Corred, lágrimas tristes,
que es dulce al alma mía
sentiros a raudales
del corazón manar;
corred, que los suspiros
que exhalo en todo el día
las ansias de mi pecho
no bastan a calmar.

Triste, férvido llanto,
tus gotas de amargura
mitigan celestiales
la sed del corazón;
y sólo tú suavizas
mi horrenda desventura,
y sólo tú consuelas
mi lúgubre aflicción.

Que cuando de la cima
de dulce venturanza
desciende el alma al golpe
del dardo del pesar,
si entonces con la dicha
perdemos la esperanza,
nos queda sólo el triste
consuelo de llorar.

Y así la flor marchita
revive del consuelo
con lágrimas regadas
por lóbrego dolor,
como al nocturno llanto
de tenebroso cielo
cobran las flores secas
su aroma y su color.

Corred, lágrimas mías,
consuelo a mis dolores;
en férvidos raudales
del corazón manad;
y así, de mis ensueños
revivan ¡ay! las flores
que ha marchitado el rayo
del sol de la verdad.

Julio Zaldumbide Gangotena



El llanto

Cuando yo considero que en la vida
no he cogido de amor ninguna rosa;
cuando no miro en duda tenebrosa
surgir lejana una ilusión querida;

cuando de hiel colmada la medida
de mi dolor el cálice rebosa;
cuando el alma en su lucha tormentosa
se postra al fin sin fuerzas abatida,

la frente inclino; en abundante vena
desátase mi llanto, y baña el suelo,
y mi alma poco a poco se serena:

De la tormenta así el nubloso velo,
revuelto en confusión, se rompe, truena,
desciende en lluvia, y resplandece el cielo.

Julio Zaldumbide Gangotena


La eternidad de la vida

Versos dedicados a mi amigo Juan León Mera.

Meditación

I

Cosas son muy ignoradas
y de grande oscuridad
aquellas cosas pasadas
en la horrenda eternidad,
por hondo arcano guardadas.

¿Quién pudo nunca romper
de la muerte el denso velo?
¿Quién le pudo descorrer,
y en verdad las cosas ver
que pasan fuera del suelo?

Que por fallo irrevocable
padecemos o gozamos
los que a otro mundo pasamos,
es cuanto de este insondable
alto misterio alcanzamos.

Si medir nuestra razón
procura, ¡oh eternidad!,
tu ilimitada extensión,
¡qué flacas sus fuerzas son
para con tu inmensidad!

Sube el águila a la altura
del vasto, infinito cielo;
medirle quiere de un vuelo;
mas, toda su fuerza apura,
y baja rendida al suelo.

Así el loco pensamiento
se encumbra a medirte audaz;
mas se apure su ardimiento,
y abate el vuelo tenaz
al valle del desaliento.

II

En verdad que da tormento
este funesto pensar:
¿En qué vienen a parar
esas vidas que sin cuento
vemos a la tumba entrar?

En la tumba, de los seres
precisa fin pavorosa,
remate así de placeres
como de los padeceres
de esta vida trabajosa.

En la tumba, oscura puerta
cuya misteriosa llave
vuelve con la mano yerta
la muerte; playa desierta
de donde zarpa la nave,

de la vida a navegar
con brújula y norte inciertos
en no conocida mar,
mar sin fondo, mar sin puertos,
ni ribera a do abordar.

III

¿Qué es morir? ¿Qué es la muerte? «Oscura nada,
triste aniquilación», dice el ateo.
¿Todo ser en la tumba se anonada?
¡Error, funesto error! Yo en ti no creo.

Si este que siento en mí soplo divino
dentro la huesa en polvo se convierte;
si la esperanza de inmortal destino
se disipa en las sombras de la muerte;

fuera entonces de Dios dádiva inútil
esta triste existencia de un momento,
que se disipa como un sueño fútil,
o como el humo vano en vano viento.

¿A qué este don de penas y quebranto?
¿A qué darnos la vida, conducirnos
por un desierto de dolor y llanto,
y para siempre al cabo destruirnos?

¡No puede ser! El hombre desdichado,
de gusanillo que se vio en el suelo,
en mariposa angélica trocado,
de la lóbrega tumba vuela al cielo.

IV

Y ¿a dónde va quien deja nuestro mundo?
¿A dónde el que en tu sombra, muerte, escondes?
¡Jamás a esta pregunta, tú, profundo
silencio de la tumba, me respondes!

¿Sus lazos terrenales se desatan?
¿Se acuerda del humano devaneo,
o todos sus recuerdos arrebatan
las soporosas ondas del Leteo?

¿Está por dicha con la eterna unida
esta rápida vida que se acaba?
¿O allá el amigo la amistad olvida,
y el amante también lo que adoraba?

El amor, la amistad ¿son vanos nombres
que borra el soplo de la muerte helada?
¿Del alma, que no muere de los hombres,
son ilusión no más, sombras de nada?

V

Oigo una voz que eleva el alma mía,
voz de inmortal y de celeste acento:
«¿Qué a mí, la muerte ni la tumba fría?»,
dice hablando secreta al pensamiento;

«¿Piensas que la segur que hace pedazos
»las cadenas que al cuerpo sujetaron
»mi esencia divinal, los demás lazos
»rompe también, que al mundo me ligaron?

»¿Piensas que del amor, que fue mi vida
»en la vida del mundo, me despojo
»estando al otro mundo de partida,
»cual de la arcilla que a la tumba arrojo?

»¡No! No es capricho de la carne impura
»la amistad, o de amor la llama ardiente;
»del espíritu si la efusión pura,
»y el espíritu vive inmortalmente.

»Y así a la eternidad lleva consigo,
»cuando abandona su terrestre estancia,
»amor de amante, o amistad de amigo,
»sujetos nunca más a la inconstancia».

VI

Sí, ¡dulce voz! Cuanto me anuncias creo;
quien en ti cree espera y vive en calma,
seas la voz mentida del deseo,
o la voz del oráculo del alma.

Triste de aquel que los oídos cierra,
y cierra el corazón a tu consuelo.
¿Qué tendrá el infeliz acá en la tierra,
si la esperanza le faltó del cielo?

Noche será su triste pensamiento
que el negro ocaso ve, mas no la aurora;
en su pecho la muerte hará aposento,
anticipada a la postrera hora.

Que será como sombra ver la vida,
como sombra el placer que llega y pasa;
ver la dicha en el mundo tan medida,
¡y no esperarla alguna vez sin tasa!...

Sí, ¡profética voz! tu acento tierno
llega a mi corazón, consolatorio;
tú en la muerte el placer pintas eterno,
y el dolor en la vida transitorio.

Por ti el amor que aquí se desvanece
cual tierna flor que se deshoja al viento,
más allá de la muerte reflorece
de las eternas auras al aliento.

Tú la dicha nos pintas duradera,
y la gloria del cielo en lontananza,
borrada del sepulcro la barrera,
y trocada la muerte en esperanza...

¡Bella esperanza! cuando ya cercano
me hallare yo a la tumba apetecida,
mis ojos cerrará tu dulce mano,
y olvidaré el tormento de la vida.

Julio Zaldumbide Gangotena


La noche (Zaldumbide)

Meditación

¡Oh noche! ¡Oh madre de la luz! Ahora
tú reinas en los ámbitos del cielo;
lejos huyó la luz deslumbradora,
cayó el rumor que levantaba el día,
y en tu regazo inmóvil duerme el mundo.

En el silencio general profundo,
ni se ve ni se siente el sordo vuelo
de tus calladas horas. Honda calma
reina doquiera, y dentro de mi alma.
Y ¡qué insólita calma! Noche pía,
tú me la infundes por la vez primera,
yo en otro tiempo al bullicioso día,
perseguido de insomnios, le imploraba
que te usurpase el mando de la esfera.
Yo en su bullicio mi dolor ahogaba,
y en su inquietud mis penas aturdía;
mas en tu muda soledad me hallaba
a solas con mi triste compañera,
la fiel tristeza; y me donaba el sueño
su deseado olvido y su beleño.

La paz ahora envías a mi seno,
y mis insomnes penas adormeces;
plácenme ya tus sombras, tu sereno
imperio en el espacio de astros lleno.
Ahora te bendigo, ¡noche augusta!
Ya el tardo vuelo de tus graves horas
no más maldecirá mi boca injusta;
no iré a turbar tu plácido reposo,
ni a lastimar tu adormitado oído,
rompiendo tu silencio majestuoso
por entregar pesares al olvido
en bullente festín o impura orgía,
de tu quietud profanación impía.

Más noble ocupación, más digno empleo
daré a tus horas de silencio y calma.
Los innúmeros astros que en ti veo,
las bóvedas del cielo majestuosas,
páginas son en que asombrado leo
y aprendo ahora sobrehumanas cosas;
en las alas del éxtasis mi alma
arrebatada va de mundo en mundo:
vuela, sube, desciende, vaga, gira
y mide la magnífica estructura
del universo; y reverente admira
en concierto inmortal, maravilloso
con que los astros rompen esa pura
región del cielo en giro luminoso.

Esta quietud universal, profunda,
el vago horror de las calladas sombras,
la muchedumbre de astros infinita
que del cielo los ámbitos inunda;
dentro infunden del alma que medita
dulce contemplación. El firmamento
es un libro de arcanos do se aprende
la ciencia de las ciencias, libro santo
abierto sólo al noble pensamiento
que a buscar la verdad su antorcha enciende,
que a las regiones de la luz se lanza,
y en pos de aquellos mundos vuela tanto
que al más remoto en raudo vuelo alcanza.

¡Oh, qué bajo, mezquino y miserable
noto este mundo lóbrego en que habito,
cuando miro la suma innumerable,
y en la grandeza y número medito
de esos mundos de luz! ¡Cuánto disuena,
este que el hombre mueve vano estruendo,
en la música aérea y armonía
con que del viento en la región serena
giran los otros orbes, dividiendo
en sempiterno revolver las horas
entre la noche y el brillante día!

¡Cuántos soles allá con su luz pura
los senos del espacio iluminando!
¡Ay, pero aquí... Qué noche tan oscura!
¡Qué inmensidad y qué magnificencia
miro allá desplegarse anonadando
la oscura y vanidosa humana ciencia!
¡Qué pequeñez aquí; y a la par, cuánto
de afán, tumulto, estruendo y turbulencia!
Dos elementos sin cesar se agitan
debajo las estrellas silenciosas:
la humanidad y el océano; el mundo
les viene estrecho; airados se impacientan,
y traspasar sus límites intentan;
al abismo sus ondas precipitan,
hasta el cenit las alzan vanidosos;
mas por rocas eternas quebrantadas
en vana espuma sin cesar revientan.
¡Tanto tumulto en tan pequeño mundo!
¡Tanta soberbia en tan humilde estado!
¡Qué alzarse desde el suelo tan profundo!
¡Qué ambicionar desde tan bajo grado!...
Hombre insensato, alza los ojos, mira
al estrellado, augusto firmamento;
cuenta sus astros, su extensión mensura,
y dime si tu orgullo es más que viento;
más que hinchazón soberbia tu arrogancia,
tu impotente ambición más que locura,
y todo tu saber más que ignorancia.
Pon el oído, a ese lenguaje atiende,
mudo, pero elocuente de los cielos.
En él la voz de la verdad desciende,
y esa voz rompe los oscuros velos
que ofuscan tu razón, la nube ahuyenta
de tus pasiones, y a la luz radiante
de esas celestes lámparas, que alumbran
del espacio los senos más profundos,
el universo entero se presenta
a tus pasmados ojos, te deslumbra,
se postra ante él tu orgullo confundido,
y te miras un átomo, habitante
del más oscuro mundo de los mundos,
en la infinita inmensidad perdido...

Mira a lo alto otra vez, observa el giro
interminable, eterno, que los astros
por caminos celestes de zafiro
hacen dejando luminosos rastros.
Allá la eternidad pasma tu mente.
Vuelve ahora los ojos a este suelo,
y abate humilde la orgullosa frente,
mira la corta senda oscura y triste
que te aparta la tumba de la cuna,
y observa con qué raudo y presto vuelo,
y a costa de qué penas, de la una
a la otra vas... Aquí tus ojos hiere
la fatal brevedad de lo que existe
en tu vida y con ella fugaz muere.
¡Oh, qué contraste doloroso al alma
salta ahora a mis ojos, imprevisto!
¡Estrellas inmutables, silenciosas,
gloria inmortal y luz del firmamento,
cuántos desde el principio de las cosas,
pueblos, generaciones habéis visto
nacer, crecer, morir y sucederse
como las olas de la mar, sin cuento!
La tierra con sus pasos agitaron,
su hirviente muchedumbre llenó el mundo;
y en el tiempo veloz se disiparon,
cual leve polvo al impetuoso viento...

Todas, todas han ya desparecido,
y otras y otras vendrán innumerables;
vendrán, y se hundirán en el inmenso
y silencioso abismo del olvido,
que lo devora todo y no se colma.
Y vosotros, en tanto, los profundos,
los más remotos cielos inmutables
seguís con igual luz iluminando,
que en el día primero de los mundos.
Extrañas a la muerte de los hombres,
extrañas aun a su vivir y nombres,
cual lámparas eternas y divinas
el horrendo espectáculo alumbrando
de tantas y tan míseras ruïnas.

¡Qué vanas son las cosas de la vida
vistas así, a la luz de las estrellas,
a la luz de lo estable y lo infinito!
¡Cuánto más vanos, ay, los hombres que ellas!
¡Placeres que del mundo sois las flores,
cual las flores vivís un fugaz día!
¡Glorias que sois del mundo la grandeza,
sueños sois del orgullo engañadores!...
¡Oh!, ved al hombre; ved a este orgulloso
rey del vasto universo: juzga el mundo
su trono; el encumbrado firmamento,
de su trono el dosel esplendoroso.
Son la gloria y la ciencia sus blasones,
y los escudos son de su nobleza:
Gloria y ciencia es el título que pone
el regio cetro en su potente mano,
la corona del mundo en su cabeza...
¿Y qué cosa es su ciencia, y qué su gloria?
Su ciencia es débil luz que alumbra en vano
oscuras sombras que a romper no alcanza,
y muestra un caos de tinieblas lleno,
de tinieblas más densas que no tuvo
el ciego Erebo en su más hondo seno.
Su gloria... ¿Qué es la gloria de los hombres?
Allá se lo pregunta a las estrellas,
ellas te lo dirán: la fama en ellas
con eterno buril graba los nombres
de los mortales dignos de memoria...

Misterioso silencio es su respuesta...
Mas ¿qué te importa a ti? ¿Qué mayor gloria
que el ser para ti sólo hecha y compuesta
esta asombrosa máquina de mundos?
Tuya es la creación, rey soberano:
la tierra es tu palacio; ignoras dónde
de tu dominio el término se esconde;
tuyo es el universo, alza la frente
espacia tus miradas orgullosas
por el vasto, encumbrado firmamento;
las estrellas que ves esplendorosas,
las que ver no te es dado, y las que en vano
pretendiera alcanzar tu pensamiento,
súbditos son de tu potente imperio,
tu ley gobierna su ordenado giro,
brillan para tu bien. El rayo ardiente
que el cielo airado sobre ti fulmina,
el mal granizo que tus campos daña,
los vientos que en los mares te sepultan,
el volcán que tus obras arruina,
parece, sí, que tu poder insultan,
mas son para tu bien; y su guadaña,
¡oh feliz colmo de felice suerte!,
para tu mismo bien blande la muerte...

Julio Zaldumbide Gangotena


Melancolía. A Laura

Flota en los aires, de la tarde el velo;
y al mismo paso que las sombras cunden
de la atezada noche en el espacio,
dolorosos y oscuros pensamientos
nacen dentro del alma y se difunden.

Contempla, Laura, en el tendido cielo
esas nubes que vuelan
arrebatadas de invisibles vientos...
¿A dónde van?... Mi triste fantasía
suelta vagando, por doquiera mira
misterios que al placer no se revelan.
Parece que suspira
en torno nuestro el aura voladora;
parece que al oído
nos dice cosas tales,
que sin saber nuestra alma su sentido,
al escucharlas se estremece y llora.

¿Qué es esto, amada mía?...
¿Por qué en hondo silencio nos miramos
y tus ojos se llenan y los míos
de repentinas lágrimas?... No ha mucho
que en amorosos juegos la pradera
nos miró andar, sus flores recogiendo:
tú reías alegre y yo reía...
Y ahora al recuerdo del placer perdido,
lloro yo... lloras tú... y ambos callamos.
Laura, la noche avanza y muere el día...
¿Será que el veloz tiempo nos advierte
en esta muda escena de agonía,
que tu pasión así, y así la mía,
morirán al venir la oscura muerte?...

Laura, la sombra sube y se adelanta,
y al aire tiende ya su negro tul;
la estrella de la tarde se levanta
al firmamento azul.

«Ella verá a los dos», tú me dijiste;
«quiero hablarte a su cándido fulgor».
Hela allí que ya luce; inquieto y triste
te espero dulce amor.

Y no apareces... ¡ay! los ojos míos
los vuelvo en derredor con ansiedad,
mirando por los árboles sombríos,
y no hallan tu beldad.

¿Por qué tardas? Hermosa es tu presencia
como en la sombra el astro del amor,
paz esparcen tus ojos e inocencia,
y tu frente candor.

Julio Zaldumbide Gangotena


Yo vi esa triste nube el firmamento

Yo vi esa triste nube el firmamento
apacible cruzar en claro día,
brillante de arrebol y de alegría
cual de mi dicha el rápido momento.

En medio del celeste pavimento
que en purísima luz resplandecía,
en las auras del cielo se mecía,
como en sueño de amor el pensamiento.

Mas, ay, que huyó su brillo y hermosura
al estallar el trueno en la alta cumbre,
y ahora la miro en tempestad oscura,

en centellas arder de roja lumbre:
imagen triste de mi cruel Señora,
¡antes tan dulce, y tan airada ahora!

Julio Zaldumbide Gangotena




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