A los Cuchumatanes

¡Oh cielo de mi Patria!
¡Oh caros horizontes!
¡Oh azules altos montes,
oídme desde allí!
¡El alma mía os saluda,
cumbres de la alta sierra,
murallas de esa tierra
donde la luz yo ví!
Del sol desfalleciente
a la última vislumbre
vuestra elevada cumbre
postrer asilo dá
cual débil esperanza
allí se desvanece
ya más y más fallece,
y ya por fin se vá.
En tanto que la sombra
no embarque el firmamento
hasta el postrer momento
en vos me extasiaré;
que así como esta tarde,
de brumas despejados,
tan limpios y azulados
jamás os contemplé.
Cuan dulcemente triste
mi mente se extasía,
¡oh cara Patria mía,
en tu aspero confín!
cual cruza el ancho espacio,
ay Dios, que me separa
de aquella tierra cara
de América el jardín.
En alas del deseo,
por esa lontananza,
mi corazón se lanza
hasta mi pobre hogar.
¡Oh dulce madre mía
con cuanto amor te estrecho
contra el doliente pecho
que destruyó el pesar!
¡Oh vosotros que al mundo
conmigo habeis venido,
dentro del mismo nído
y por el mismo amor;
y por el mismo seno
nutridos y abrigados,
con los mismos cuidados
arrullos y calor!
¡Amables compañeros,
a quienes el alma infancia
en su risueña estancia
jugando me enlazó
con lazo tal de flores,
que ni por ser tan bello,
quitárnosle del cuello
la suerte consiguió!
Entro en el nido amante,
vuelvo al materno abrigo,
¡oh, cuanto pecho amigo
yo siento palpitar,
en medio el grupo caro,
que en tierno estrecho nudo,
llorar tan solo pudo
llorar y más llorar!
¡Oh cielo de mi Patria!
¡Oh caros horizontes!
¡Oh ya dormidos montes
la noche ya os cubrió.
¡Adiós, oh mis amigos,
dormid, dormid con calma
que las brumas en el alma
ay, ay las llevo yo!

Juan Diéguez Olaverri


La garza

¡Oh tú de la onda inmaculado lirio,
melancólica reina del estanque,
tan silenciosa, tan inmoble, y límpida,
cual si te hubiesen cincelado en jaspe!

El destino a tus playas solitarias
condújome tal vez porque te cante,
y mustio como tú, cual tu infelice,
yo de cantarte he mísero vate:

Ora te mire en la serena orilla,
de mansedumbre y de dolor imagen
plegado al pecho el serpentino cuello
y el pico entre los límpidos cristales:

Ora remando en acompasado vuelo,
cual blanca navecilla de los aires,
al céfiro agitando con tus alas,
como a la onda los remos de la nave:

Ora en las ramas del ciprés oscuro,
a la Hada entre las sombras semejante,
vengas a oir en soledad sombría
los últimos murmullos de la tarde.

Sí: yo te canto límpida garzota
espléndida azucena de las aves,
más bella que la espuma del torrente,
que del peñasco borbollando cae;

rival de la paloma sin mancilla,
más pura que la nieve deslumbrante,
émula silenciosa de los cisnes;
¡Salve garza gentil, mil veces salve!

Avara y caprichosa la Armonía
te cerró tus nectáreos manantiales,
que sacian a sus tiernos ruiseñores
y cisnes canos de argentinas fauces;

mas te infundió Naturaleza artista
en tu propia mudez bello lenguaje;
de dolor te formó viviente estatua,
como a esculpirla no alcanzara el arte;

el dolor te inspiró más dulce y manso
su elegíaca expresión tan penetrante,
tu actitud modeló melancolía,
inocencia te dio tu albo ropaje.

¿Qué haces allí, oh nítida azucena,
como sembrada en la anchurosa margen?
¿Nuevo narciso en el cristal contemplas,
por ventura, el albor de tu plumaje?

¿O en dolorosa soledad el duelo
haces tal vez de tu perdido amante,
o de la tierna devorada prole
que en el robado nido ya no hallaste?

¿Comprendes tú mis vivas simpatías,
cuando enhiestas el cuello por mirarme?
¿comprendiste mis votos y mis ansias,
viéndote ayer en tan terrible trance?

Asesino traidor de sutil planta,
oculto se te acerca entre los sauces...
¡Ay de ti ...! Ya te apunta... ¡ya la muerte
miro en tu pecho cándido cebarse!

Brilla entre el humo pálida la llama,
las ondas salpicando, el plomo cae,
vuelas tú, yo respiro y el estruendo
aún se prolonga por el ancho valle.

La muerte apenas con sus alas roza
tus blancas plumas que en el aura esparce
que un breve instante en el espacio giran
y van cayendo y en el agua yacen.

oyera el cielo con piedad mis votos,
óigalos siempre así, siempre te guarde;
pero ¡ay Dios! y tu nevada pluma
enrojecida en tu inocente sangre.

Y yo, leve juguete del destino,
cual l ahoja de sañudos huracanes,
yo cuyo sueño la tormenta arrulla,
yo pobre alción en agitados mares,

yo de tu lado vagabundo huésped
he de faltar también, tal vez más antes;
la última sea acaso que mi planta
huella la florecilla de estas márgenes.

Tal vez mañana por lejanos climas
huyendo vaya de la ley del sable,
si estas montañas de la paz asilo,
también atruena la civil barbarie.

¿Y quién preguntará, lirio de la onda
dónde la suerte nos echó inconstante?
¿Qué fue de la garzota inmaculada;
qué de su errante y solitario vate

que por la orilla del risueño lago
vagaba un tiempo al declinar la tarde,
que en las someras raíces se asentaba
de este frondoso y corpulento amate;

o en lo más alto de las altas cumbres
por la ancha brecha de los montes parte,
allá en el horizonte delineados,
gustaba contemplar sus patrios Andes?

Juan Diéguez Olaverri
(fragmento)










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