A Lucinda, en el fin de año

¡Qué importa que ligera
la edad, huyendo en presuroso paso,
mi vida abrevie en la callada huida,
si cobro nueva vida
cuando en las llamas de tu amor me abraso,
y logro renacer entre su hoguera,
como el ave del sol, que vida espera?

Amor nunca fue escaso,
¡oh, Lucinda amorosa!
y aumenta gustos en los pechos tiernos.
Si el año tuvo fin, serán eternos
los que goce dichosa
mi dulce suerte entre tus dulces brazos,
¡oh mi Lucinda hermosa!,
brazos con tal blandura, que los lazos
vencerán de la Venus peregrina,
cuando, suelto el cabello,
a Marte desafía
y al victorioso dios vence en batalla;
en ellos mi amor halla
la vida, que en sus vueltas a porfía
el sol fúlgido y bello
me lleva en su carrera presurosa,
¡oh Lucinda amorosa!,
y en la estación helada,
cuando su margen despojada enfría
el yerto Manzanares,
al año despidiendo con su hielo,
la lumbre de tu cielo
dará calor a la esperanza mía,
ajena de pesares,
no perdida mi edad, mas renovada,
por más que el año huya,
con el calor de la esperanza tuya.

¡Oh! siempre acompañada
te goces del deseo que me anima,
más años que agradable
flores esparce en la húmeda ribera
la alegre primavera;
y nunca el cielo oprima
la dulce risa de tu rostro hermoso
con disgusto enojoso,
permitiendo que goce yo las flores
(como fiel mariposa
o cual dorada abeja, que su aliento
chupa, y en ellas forma su alimento)
de tus dulces amores,
¡oh mi Lucinda hermosa!
Y vuele el tiempo, pues su paso lento
detiene mi contento,
detiene torpe su estación tardía,
que tú me llames tuyo, y yo a ti mía;
vuele, vuele en buen hora,
y este año tenga fin, y juntamente
le tengan otros y otros; y el violento
curso de Febo, que la tierra dora
con su madeja ardiente,
su carrera apresure,
y tanto, en tanto mi ventura dure,
cuanto en tu pecho vea
reinar la llama que mi amor desea.

Vuelen, vuelen las horas,
y llévense los días y los años
en sus vueltas traidoras,
y llegue el tiempo en que mi amor posea
tu pecho unido al amoroso mío,
y la suerte gozosa
dé fin dichoso al ruego que la envío,
oh Lucinda amorosa;
y en tanto los engaños
de amor tengan tu pecho entretenido
con deseo, esperanza,
manjares que alimentan a Cupido.
¡Oh tardos días de presentes daños!

Por vosotros alcanza
su fin cuanto en el mundo es comprendido.
Pues huid, y dad fin al encendido
fuego en que mis deseos se alimentan;
mas, lográndolos luego,
el paso diligente
que detengáis os ruego;
dejad que entonces, pues que ahora cuentan
siglos los años, yo, mi bien gozando,
haga siglos los días,
y tanto dure en las venturas mías,
cuanto el alegre tiempo dar pudiera
estación venturosa
de tu edad a la hermosa primavera,
oh mi Lucinda hermosa.

Juan Pablo Forner



"En las repúblicas tiene sólo el pueblo las apariencias del mando, pero la sustancia y la realidad residen en el labio y destreza de los que se dedican determinadamente a la inteligencia de los negocios públicos; hombres tanto más dañosos, cuanto por obtener un mando precario trabajan, sordamente, para obtenerle absoluto e independiente. Y así es, que no hay república sin facciones, por la prepotencia ambiciosa de los que manejan la cosa pública. Las facciones abortan la guerra civil; tras de ella viene infaliblemente la tiranía apoyada en imperio militar, es decir, establecida y sustentada con el hierro y el fuego. El pueblo, señores, siempre obedecerá en la realidad, y nunca mandará sino en la apariencia. Jamás se dará leyes a sí mismo, y obligado de la necesidad a vivir con leyes, recibirá obediente las que le dicten uno o más soberanos. Esta orden es irremediable en el estado de las cosas y pasiones humanas. Observad con reflexión imparcial las alteraciones continuas que fatigaron, y que al fin destruyeron las dos repúblicas que más ruido han hecho en la tierra, Atenas y Roma; y la misma índole de los sucesos os manifestará, que el origen de sus males estaba en la incapacidad del pueblo para dirigir bien los intereses del Estado, y en la ambición de pocos próceres que, abusando de aquella incapacidad, excitaban tempestades y turbulencias para que, despedazado el gobierno en sus mismas agitaciones, cayesen los destrozos en su poder."

Juan Pablo Forner
Amor de la patria



Epigramas epitafio

Aquí yace Jazmín, gozque mezquino,
que sólo al mundo vino
para abrigarse en la caliente falda
de madama Crisalda,
tomar chocolatito,
bizcochos y confites,
el pobre animalito,
desazonar visitas y convites,
alzando la patita
para orinar las capas y las medias
con audacia maldita,
ladrar rabiosamente
al yente y al viniente,
ir en coche a paseos y comedias
y ser martirio eterno de criados,
por él o despedidos o injuriados
con furor infernal y grito horrendo.
Si inútil fue y aborrecible bicho,
y petulante y puerco y disoluto,
culpas no fueron suyas, era bruto;
educole el capricho
de delicia soez con estupendo
horror de la razón; naturaleza
no le inspiró tan bárbara torpeza.
Los que en la tierra al Hacedor retratan,
sus hechuras divinas desbaratan,
corrompen y adulteran.
Los vicios de Jazmín, de su ama eran.

Juan Bautista Pablo Forner y Segarra​



Definición de un petimetre

Yo visto, ya ve usted, perfectamente;
mis medias son sutiles y estiradas;
las hebillas, preciosas y envidiadas;
los calzones estrechos sumamente.

Charretera a la corva cabalmente;
mis muestras, de Cabrier, muy apreciadas,
mis sortijas, en miles valuadas;
sombrero de tres altos prepotente.

Sé un poco de francés y de italiano;
pienso bien, me produzco a maravilla;
soy marcial, a las damas muy atento:

¿Tengo, Señor, razón de estar contento?
¿Qué me falta?… No más que una cosilla:
temor de Dios y algún entendimiento.

Juan Bautista Pablo Forner y Segarra​



Desordenado en desaliño airoso

Desordenado en desaliño airoso
Al bullicioso céfiro permite
Nisa el cabello, porque no limite
Su nativo esplendor lazo industrioso.

Velo sutil sobre su pecho hermoso
Al gusto esconde lo que al gusto incite,
Ni tanto que el tesoro facilite,
Ni tanto que de él dude el ojo asiento *

Así en traje sucinto reclinada
En alcatifas de violetas yace
Su gentileza y gala peregrina.

Llega su esposo, vela acongojada,
Le halaga: Oro le pide: él se deshace:
Cobra el oro, y a Alexis le destina.

Juan Bautista Pablo Forner y Segarra​


Madrid

Esta es la villa, Coridón, famosa
que bañada del leve Manzanares
leyes impone a los soberbios mares
y en otro mundo impera poderosa.

Aquí la religión, zagal, reposa
rica en ofrendas, fértil en altares;
en las calles los hallas a millares;
no hay portal sin imagen milagrosa.

Y por que más la devoción entiendas
de este piadoso pueblo, a cada mano
ves presidir los santos en las tiendas.

Y dime, Coridón, ¿es buen cristiano
pueblo que al cielo da tantas ofrendas?
Eso yo no lo sé, cabrero hermano.

Juan Pablo Forner



Pequeñez de las grandezas humanas

Salgo del Betis a la ondosa orilla
cuando traslada el sol su nácar puro
al polo opuesto, y en el cielo obscuro
la luna ya majestüosa brilla.

Entre la opaca luz su honor humilla
la soberbia Ciudad, y el roto muro
que al rigor de los siglos mal seguro
reliquia funeral ciñe a Sevilla.

Pierde en la sombra su grandeza ufana
la altiva población y sus despojos *
lúgubres se divisan y espantables.

Fía, Licino, en la grandeza humana,
contémplala en la noche de sus gozos, *
y los verás medrosos miserables. 

* Los versos sueltos de los tercetos sugieren un error del copista. Cueto resuleve el primero de esta forma:

             Pierde en las sombras su grandeza ufana;
             la altiva población, y sus destrozos
             lúgubres se divisan y espantables.

Considerando exclusivamente este manuscrito, quizás el error resida en gozos y no en despojos, puediendo quedar el segundo terceto así:

             Fía, Licino, en la grandeza humana,
             contémplala en la noche de sus ojos,
             y los verás medrosos miserables.

Juan Bautista Pablo Forner y Segarra​



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