A María Kempelfeldt

¿Quién eras, oh María, misteriosa María
la dueña de este libro que he encontrado al partir?
En la primera página, en alemán, decía
con letra temblorosa: "Te quiero hasta morir".

Dulce María Kempelfeldt, aquí, en este navío
que te llevaba lejos, ¿soñaste como yo?
¿tu corazón sangraba nostalgias, como el mío?
¿tampoco tu quimera de amor se realizó?

"Ich liebe die, María..." ¿En qué brumoso puerto,
en qué tierra lejana dejaste el corazón
que gimió en estas páginas, en este libro abierto
y olvidado en un barco, su ensueño y su pasión?

"Ich liebe die", María. Yo guardo el libro, y leo
el verso que ha veinte años escribió en alemán
un hombre que te amaba, y en mis ensueños veo
tu rostro rubio y triste...Y los barcos se van....

Héctor P. Blomberg


Canción de amor japonesa

Nagako – Kuní – San, niña de plata,
La muñeca más frágil del Japón,
Me consumo de amor por tus pupilas:
Dame tu corazón.

Ven a bailar la danza de la lluvia,
Muñeca de abanico de marfil;
Labios como el coral de un amuleto,
¿Me besarán a mí?

Por ti le rezó a Buda entre los lotos
Mientras llora la lluvia entre el bambú,
Y a Kwannón le encendí catorce lámparas
Porque me amaras tú.

Nagako – Kuní – San, dicen los dioses
Nunca tus besos para mí serán,
Y jamás reinarás en mi pagoda,
Nagako – Kuní – San…

Héctor Pedro Blomberg


El buque en la botella

Diminuto navío preso en una botella,
con tus velas tendidas, tu puente y tu bauprés,
¿sueñas los anchos mares y la polar estrella
entre el ruido y el humo de este figón inglés? 

Diminuto navío, ¿qué manos marineras,
rugosas y pacientes, en los ocios del mar,
con amor trabajaron tus pequeñas maderas
e izaron esas velas que el viento no ha de hinchar? 

¿Qué viejo navegante en tus maderas grises
esculpió esta minúscula figura de mujer,
y al grabar en tu popa esta palabra: “Ulysses”
de la Odisea el genio te transmitió al nacer? 

Diminuto navío perdido entre la bruma
del humo de las pipas, nunca, jamás, los dos
oiremos las canciones lejanas de la espuma,
ni soplará en nuestra alma el gran viento de Dios. 

En las obscuras albas del bar, en los instantes
en que los viejos astros comienzan a morir,
vi correr por tus puentes pequeños tripulantes,
como si al alba fueras tú también a partir. 

Oí cómo cantaban, dentro de tu botella,
tus vagos hombrecitos, una vieja canción
al recoger el ancla, bajo la turbia estrella
que alumbraba la sucia miseria del figón.

Diminuto navío, sigue tu inmóvil sueño;
los muelles del Oriente, del alisio el cantar,
del Gulf Stream las baladas, el Caribe risueño,
los extraños paisajes ahogándose en el mar... 

Dile a tus diminutos y vagos marineros
que recojan las velas, pues nunca has de partir
del mar por los inmensos y azules derroteros
a las claras riberas donde el sol va a morir.

Aquí nos quedaremos, diminuto navío,
anclados en la tierra, para siempre, los dos;
ni en tu pequeño puente ni en el corazón mío
volverá a soplar nunca el gran viento de Dios.

Héctor Pedro Blomberg


La dos irlandesas

Aquí estoy con los chinos y las dos irlandesas
que llegaron a bordo del Jamaica Marú;
Maggie, la mayor, tiene ojos como turquesas
y bebe gin en este viejo bar del Dock Sur.

Nancy, la menor de ellas, parece una gitana,
pero nació en el barrio más pobre de Dublín;
arde en sus ojos negros una pasión lejana
y en su pálida frente hay una cicatriz.

De dónde las trajeron los chinos taciturnos
Maggie me habló al oído: “los conocí en Shangai...”
(En el bar se morían los murmullos nocturnos
y en los labios de Nancy se apagaba un cantar...)

El Marú había partido con rumbo a Yokohama.
Maggie me amó en las noches siniestras del Dock Sur;
me hablaba de su vida errante, y una llama
de pasión palpitaba en su mirada azul.

Nancy, junto a nosotros, cantaba dulcemente
canciones misteriosas de la China y del mar.
(Quién las llevó de Irlanda al infierno de Oriente,
y por qué las trajeron los chinos de Shangai).

Pero yo amaba a Nancy, la irlandesa morena;
los chinos, silenciosos, miraban a las dos;
las casuchas dormían bajo la luna llena
y en los negros navíos temblaba un resplandor.

¡Nancy! ¡Nancy! Una noche su canción quedó trunca;
los chinos dormitaban borrachos de chandú...
¡Pobre Maggie! Esa noche bebió más gin que nunca
y se arrojó a las aguas oscuras del Dock Sur.

Héctor Pedro Blomberg


Siete Lágrimas

Siete veces me engañaron,
Siete veces yo creí,
Siete lágrimas de sangre
Fueron lloradas por mí.
Siete sueños soñé un día,
Siete veces desperté
Con el corazón maltrecho
Por culpa de una mujer.

Ya no queda ni un amor,
¡cómo llora el corazón!

Siete noches fueron mías
Y ahora no se dónde están,
La voz de siete recuerdos
Me llevan a este cantar.
Siete mujeres me amaron,
Siete me hicieron feliz
Y otras tantas agonías
Casi me hicieron morir.

Ya no queda ni un amor,
¡cómo llora el corazón!

Siete años duró el recuerdo
Y ahora se empieza a borrar,
Siete nombres que se olvidan,
Y que nunca volverán.
Siete veces me dijeron:
"no me olvidaré de ti",
Siete lágrimas de sangre,
Fueron lloradas por mí.

Ya no queda ni un amor,
¡cómo llora el corazón!

Héctor Pedro Blomberg










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