A mi amada

Mira, mi bien, cuán mustia y deshojada
está con el color aquella rosa
que ayer brillante, fresca y olorosa,
puse en tu blanca mano perfumada.

Dentro de poco tornárase en nada:
No verás en el mundo alguna cosa
que a mudanza feliz o dolorosa
no se encuentre sujeta u obligada.

Sigue a las tempestades la bonanza,
siguen al gusto el tedio y la tristeza;
mas perdona que tenga desconfianza

y dude de tu amor y tu terneza,
que habiendo en todo el mundo tal mudanza
¿Sólo en tu corazón habrá firmeza?

Gabriel de la Concepción Valdés


A una ingrata

Basta de amor: si un tiempo te quería
ya se acabó mi juvenil locura,
porque es, Celia, tu cándida hermosura
como la nieve, deslumbrante y fría.

No encuentro en ti la extrema simpatía
que mi alma ardiente contemplar procura,
ni entre las sombras de la noche oscura,
ni a la espléndida faz del claro día.

Amor no quiero como tú me amas,
sorda a los ayes, insensible al ruego;
quiero de mirtos adornar con ramas

un corazón que me idolatre ciego,
quiero besar a una deidad de llamas,
quiero abrazar a una mujer de fuego.

Diego Gabriel de la Concepción Valdés más conocido por su seudónimo Plácido


Despedida a mi madre

(Desde la capilla)

Si la suerte fatal que me ha cabido
y el triste fin de mi sangrienta historia
al salir de esta vida transitoria
deja tu corazón de muerte herido:
baste de llanto: el ánimo afligido
recobre su quietud; moro en la gloria
y mi plácida lira a tu memoria
lanza en la tumba su postrer sonido.
Sonido dulce, melodioso y santo,
glorioso, espiritual, puro y divino,
inocente, espontáneo como el llanto
que vertiera al nacer; ya el cuello inclino,
ya de la religión me cubre el manto...
¡Adiós, mi madre¡ adiós... El Peregrino.

Gabriel de la Concepción Valdés


Jicotencal

Dispersas van por los campos
Las tropas de Moctezuma,
De sus dioses lamentando
El poco favor y ayuda:
Mientras ceñida la frente
De azules y blancas plumas,
Sobre un palanquín de oro
Que finas perlas dibujan,
Tan brillantes que la vista,
Heridas del sol, dislumbran,
Entra glorioso en Tlascala
El joven que de ellas triunfa;
Himnos le dan de victoria,
Y de aromas le perfuman
Guerreros que le rodean,
Y el pueblo que le circunda,
A que contestan alegres
Trescientas vírgenes puras:
«Baldón y afrenta al vencido,
Loor y gloria al que triunfa.»
Hasta la espaciosa plaza
Llega, donde le saludan
Los ancianos Senadores,
Y gracias mil le tributan.
Mas ¿por qué veloz el héroe,
Atropellando la turba,
Del palanquín salta y vuela,
Cual rayo que el éter surca?
Es que ya del caracol,
Que por los valles retumba,
A los prisioneros muerte
En eco sonante anuncia.
Suspende a lo lejos hórrida
La hoguera su llama fúlgida,
De humana víctima ávida
Que bajan sus frentes mustias,
Llega; los suyos al verle
Cambian en placer la furia,
Y de las enhiestas picas
Vuelven al suelo las puntas.
Perdón, exclama, y arroja
Su collar: los brazos cruzan
Aquellos míseros seres
Que vida por él disfrutan.
“Tornad a México, esclavos;
Nadie vuestra marcha turba,
Decid a vuestro señor,
Rendido ya veces muchas,
Que el joven Jicotencal
Crueldades como él no usa,
Ni con sangre de cautivos
Asesino el suelo inunda;
Que el cacique de Tlascala
Ni batir ni quemar gusta
Tropas dispersas e inermes,
Sino con armas, y juntas.
Que armen flecheros más bravos,
Y me encontrará en la lucha
Con sola una pica mía
Por cada trascientas suyas;
Que tema el funesto día
Que mi enojo a punto suba;
Entonces, ni sobre el trono
Su vida estará segura;
Y que si los puentes corta
Porque no vaya en su busca,
Con cráneos de sus guerreros
Calzada haré en la laguna”.
Dijo y marchose al banquete
Do está la nobleza junta,
Y el néctar de las palmeras
Entre víctores apura.
Siempre vencedor después
Vivió lleno de fortuna;
Mas como sobre la tierra
No hay dicha estable y segura
Vinieron atrás los tiempos
Que eclipsaron su ventura,
Y fue tan triste su muerte
Que aun hoy se ignora la tumba
De aquel ante cuya clava,
Barreada de áureas puntas,
Huyeron despavoridas
Las tropas de Moctezuma.

Gabriel de la Concepción Valdés


La Habana

Mirad La Habana allí color de nieve,
gentil indiana de estructura fina,
Dominando una fuente cristalina,
Sentada en trono de alabastro breve.
Jamás murmura de su suerte aleve,
Ni se lamenta al sol que la fascina,
Ni la cruda intemperie la extermina,
Ni la furiosa tempestad la mueve.
¡Oh, beldad!, es mayor tu sufrimiento
Que este tenaz y dilatado muro
Que circunda tu hermoso pavimento;
Empero tú eres toda mármol puro,
Sin alma, sin calor, sin sentimiento,
Hecha a los golpes con el hierro duro.

Gabriel de la Concepción Valdés


La flor de café

Prendado estoy de una hermosa
Por quien la vida daré
Si me acoge cariñosa:
Porque es cándida y hermosa
«Como la flor del café.»

Son sus ojos refulgentes,
Grana en sus labios se ve,
Y son sus menudos dientes,
Blancos, parejos, lucientes,
«Como la flor del café.»

Una sola vez la hablé
Y la dije: «Me amas, Flora,
Y más cantares te haré
Que perlas llueve la aurora
«Sobre la flor del café.»

«Ser fino y constante juro,
De cumplirlo estoy seguro,
Hasta morir te amaré
Porque mi pecho es tan puro
«Como la flor del café.»

Ella contestó al momento:
-«De un poeta el juramento
En mi vida creeré,
Porque se va con el viento
«Como la flor del café.»

Cuando sus almas fogosas
Ofrecen eterna fe,
Nos llaman ninfas y diosas,
Mas fragantes que las rosas
«Y las flores del café.»

«Mas cuando ya han conseguido,
Cual céfiro que embebido,
En el valle de Tempé,
Plega sus alas dormido
«Sobre la flor del café.»

«Entonces, abandonada
En soledad desgraciada
Dejan la que amante fue,
Como en el polvo agostada
«Yace la flor del café.»

Yo repuse: «Tanta queja
Suspende, Flora, por que
También la mujer se deja
Picar de cualquier abeja,
«Como la flor del café.»

«Quiéreme, trigueña mía,
Y hasta el postrimero día
No dudes que fiel seré;
Tú serás mi poesía
«Y yo tu flor de café.»

«A tu vista cantaré,
Y lucirá el arrebol
Que a mis dulces trovas dé,
Como a los rayos del sol
«Brilla la flor del café.»

Suspiro con emoción,
Mirome, callo y se fue;
Y desde tal ocasión
Siempre sobre el corazón
«Traigo la flor del café.»

Gabriel de la Concepción Valdés


Recuerdos

Cual suele aparecer en noche umbría
meteoro de luz resplandeciente,
que brilla, parte, vuela, y de repente
queda disuelto en la región vacía;

Así por mi turbada fantasía
cruzaron cual relámpago luciente
los años de mi infancia velozmente
y con ellos mi plácida alegría.

Ya el corazón a los placeres muerto
parécese a un volcán, cuya abrasada
lava tornó a los pueblos en desierto;

mas el tiempo le hoyó con planta airada
dejando sólo entre su cráter yerto
negros escombros y ceniza helada.

Gabriel de la Concepción Valdés




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