A Panamá

EN EL 88º ANIVERSARIO DE SU FECHA  MAGNA

A ti, gloriosa Patria de fúlgida memoria,
para quien son pequeños los fastos de la Historia,
dedico de mi numen las arduas concepciones.
Eres pequeña y vales porque eres un tesoro,
y los que te llamaron Castilla la del Oro
no vieron otra tierra de tan hermosos dones.

Porque eres tú la patria que a todos brinda asilo
y es en tus aguas menos monstruoso el cocodrilo
y es más hermoso el tigre que vive en tus boscajes,
te quieren y te buscan los hijos de la tierra,
y en tu nobleza augusta tu puerta no se cierra
ni al que amargó tu vida con crímenes y ultrajes.

Aquí convergen todos, de todos los confines,
al son irresistible que vibra en los clarines
con que el Progreso canta su gigantesca hazaña.
Hoy eres fresco oasis que adivinó el viajero,
como en un tiempo fuiste pedazo de sendero
para llevar riquezas a la vetusta España.

Fue el tiempo en que se abría la flor de tu renombre
millonaria de aromas, cuando llegó aquel hombre,
al que quizá arrullaste con tiernas barcarolas
y luego, como premio de todos sus afanes,
lo hiciste confidente de que eran dos titanes
los que te prodigaban los himnos de sus olas.

Y como tú lo amabas, por eso quiso el Hado
armar con la tragedia la mano de un malvado,
para que sepultase la tierra panameña
los despojos del héroe de heráldica figura,
del héroe que hoy ostenta su casco y su armadura
sobre la hermosa efigie de la moneda istmeña.

Como por copa de oro-premio que se disputa
el valor de los hombres-libraban en su ruta
combates que traían la sangre hasta tus lares;
así por ti formaban desesperada guerra
no sólo los monarcas que viven en la tierra
sino también los reyes siniestros de los mares.

Un día despertaste confusa y sorprendida
porque una formidable y terrible sacudida
vino a anunciar de un héroe la imponderable fama;
fue el suelo de los Andes nido de tempestades,
y gloria más sublime no cuentan las edades
ni nunca fue más bella la voz del Tequendama.

Y tú también quisiste romper tu innoble yugo-
tus nervios se crisparon y el rostro del verdugo
palideció de espanto cuando miro tu ceño;
y desconfiado y triste pensó en su fortaleza,
porque en Junín ya supo la sin igual fiereza
del león cuando despierta de su profundo sueño.

Y luego se abrió el libro de tu gloriosa historia
y tú, sobre el alado corcel de la Victoria,
sentiste las caricias del astro más radioso,
y aunque no fue rasgada tu túnica de armiño,
en Blas Arosemena tuviste tu Nariño,
tuviste tu Bolívar en Fábrega el coloso.

Porque si en ese día no consintió la Suerte
que asolara tus campos el ángel de la Muerte
al quebrantar tus hijos la bárbara cadena
eso no amengua en nada tu historia que fulgura,
ni fue porque a ese Fábrega faltase la bravura
del héroe traicionado, proscrito en Santa Elena.

No pudo estar de incógnito la condición humana
y como aquellos Dioses de la Historia Pagana
así también tus héroes bebieron el beleño
de la fatal discordia: tal vez no eran culpables,
porque ellos fueron astros inmensos, formidables,
y juntos no cabían en Cosmos tan pequeño.

Pesados los errores de triste consecuencia
más tarde el patriotismo formaba en tu existencia
gigantescos proyectos de tu grandeza en aras,
y todos meditaban, con egoísmo sano,
si le faltaban astros al cielo colombiano
ó si faltaba un cielo para que tú brillaras.

Y en tu indecisa vida probaste muchas veces
la unión que injustamente pagabas tú con creces,
pues eras rica y digna de afectos más prolijos,
y la que en ti una hermana buscó, viendo el tesoro
que guardaban tus ubres exuberantes de oro
te convirtió en nodriza para lactar sus hijos.

Tus tierras fueron teatro de infamias y exterminio,
la unión que te ofrecieron se convirtió en dominio,
y mientras el sonrojo manchaba tus mejillas,
aquellas que mataron tu más hermoso sueño
no sólo le usurpaban el solio al panameño
sino que lo obligaban a estarse de rodillas.

Así pasaron años, hasta que vino el día
en que rasgaste el negro velo que oscurecía
de tus libertadores el magno patriotismo
con tu TRES DE NOVIEMBRE, con ese huracán mudo
donde nació aquel rayo que destrozó el escudo
de la que te pagaba tu amor con despotismo.

Y como sosteniendo grandiosos monumentos
tus polos hoy semejan dos brazos ¡dos portentos!
cual si juntar quisieras con un abrazo estrecho
los dos trozos de tierra que han dado más tributos:
¡la América de Washington, la de precoces frutos!
¡la América que a España le arrebató el Derecho!

La solución tu sola has sido del problema
de redención sin sangre, lo que será el emblema
del moderno civismo que adornará tu frente;
despide, pues, la lumbre de tu fulgor lujoso,
que seguirás luciendo como un diamante hermoso
engarzado en la joya del Nuevo Continente.


Hortensio de Icaza


A Panamá

Salve ¡oh Sultana! En fecha tan gloriosa
cual lo es tu independencia del Ibero.
Salve hoy te elevas ante el mundo entero
con la sublime majestad de diosa.

De tu día al brillar la aurora hermosa,
tu bello porvenir ya es verdadero,
pues hoy te encuentras como más te quiero,
libre del todo de opresión odiosa.

Álzate, pues, así resplandeciente,
que en tu historia gloriosa y refulgente
tus hijos formaremos un santuario;

y si es tu dicha real y no ilusoria,
será tu ansiada y merecida gloria
tan grande como ha sido tu calvario.

Hortensio de Icaza


El árbol de la muerte

Cuentan que en las Caribes un viajero,
de ceño torvo y ojos como llamas,
una noche –del sueño prisionero–
se durmió bajo el árbol traicionero
que mata con las sombras de sus ramas.

Y, sin embargo, conservó la vida,
y cuando el alba derramó su brillo
se alzó del suelo y se marchó en seguida;
era aquel hombre extraño un parricida
y murió esa mañana el manzanillo.

Hortensio de Icaza



El Árbol De La Muerte

Cuentan que en las Caribes un viajero
de ceño torvo y ojos como llamas,
una noche -del sueño prisionero-
se durmió bajo el árbol traicionero
que mata con la sombra de sus ramas.

Y sin embargo, conservó la vida,
y cuando el alba derramó su brillo
se alzó del suelo y se marchó en seguida;
¡Era aquel ser extraño un parricida,
y murió esa mañana el manzanillo!

Hortensio de Icaza


El primer beso,

                                          Para José Oller

Hermosa era la tarde: las selvas y los prados
vestían con la túnica que dióles Primavera;
los cerros simulaban, de bruma coronados,
gigantes mitológicos de nívea cabellera.

Mostraba siempre nuevas sus funerales galas
el sol tras de las gasas de ensangrentado velo,
y perfumaba el céfiro sus invisibles alas
jugando entre las flores con caprichoso vuelo.

Aromas cual suspiros brotaban de las flores,
y eran adioses tristes al sol que se moría;
y la volátil tropa de inquietos trovadores
regaba por el alma su agreste melodía.

Dos mariposas blancas, entre el follaje umbrío,
posáronse en el cáliz de un lirio matizado,
para libar, ansiosas dos gotas de rocío
que el sol de la mañana no había evaporado.

Hortensio de Icaza


Lo que envidio

No envidio al hombre en cuyo numen brilla
con destellos de sol la inteligencia;
ni al sabio que a los otros maravilla
con sublimes prodigios de la ciencia.

No envidio a aquel que en medio de riquezas
a las desdichas despreciar parece;
ni al héroe luchador cuyas proezas
son el oro de un nombre que enaltece.

No envidio, no, al monarca poderoso
a quien venera y obedece un mundo,
ni envidio al bardo de astro luminoso
que halla pureza hasta en el fango inmundo.

Envidio un imposible, del que vienen
recuerdos de tristeza a mi memoria,
pues solo envidio a los que madre tienen
porque es tener la incomparable gloria.

Hortensio de Icaza


Retorno

¡Oh corazón, en vano la constancia
de mi felicidad perdida imploras!
Niño y feliz partí _soy hombre, y lloras
porque al volver me espera la inconstancia.

Marchito está, marchito y sin fragancia,
el recuerdo tenaz de aquellas horas
nacidas a la luz de las auroras
que embellecen el ciclo de la infancia.

Y hoy que al golpe de horribles decepciones
el caudaloso río de los años
me arrastra entre los cierzos y aquilones,

sólo miro doquier rostro huraños….
¡Partí con un manojo de ilusiones,
y vuelvo con un haz de desengaños!

Hortensio de Icaza











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