A Rubén Darío

I

Amo tu clara gloria como si fuera mía,
de Anadiomena engendro y Apolo Musageta,
nacido en una Lesbos de luz y poesía
donde las nueve musas ungiéronte poeta.

Grecia en los astros de oro tu nombre grabaría;
en ti, el pagano numen renace y se completa;
mas —con los ojos fijos de Jesús en la meta—
gozas el pan y el vino de tu melancolía.

El águila de Esquilo te regaló su pluma,
el pájaro de Poe lo vago de su bruma,
el ave columbina su corazón de miel.

Anacreón sus mirthos, azucenas y rosas,
Ovidio el misterioso secreto de las cosas,
Pitágoras su ritmo y Scopas su cincel.

II

Liróforo de triste mirada penetrante
que al son órfico ajustas la gama de los seres,
que sabes los secretos pristinos del diamante
y conoces el alma sutil de las mujeres.

Délfico augur, hermético y sacro hierofante
que oficias en el culto prolífico de Ceres,
que azuzas de tus metros la tropa galopante
sobre la playa lírica y argéntea de Citeres;

tu grey bala en las églogas del inmortal idilio,
tu pífano melódico fue el que tocó Virgilio
en la mañana antigua, de alondras y de luz;

tu azur es el radioso zafir del mito heleno,
tu trueno wagneriano el olímpico trueno
¡y tu congoja lúgubre la que gritó en la cruz!

III

Es hora ya que suenen tus líricos clarines
saludando el venir de la futura aurora
de paz. A los cruzados y nobles paladines
que hacen temblar la tierra; es la propicia hora.

Tu lira pon al cuello de la pujante prora,
para que así nos sigan sirenas y delfines;
y que tus versos muestren su espada vengadora
asida por los dedos de airados serafines.

Verbo de anunciaciones de nuestro Continente,
vate proteico, noble, magnífico y vidente,
que tiene de paloma, de abeja y de león;

la gloria te reserva su más ilustre lauro:
humillar la soberbia del rubio minotauro
como el divino Jorge la testa del dragón.

Juan Ramón Molina


Anhelo nocturno

La lluvia su monótona charla dice afuera.
La puerta de mi cuarto por fin está cerrada.
Quizás en esta noche no grite mi quimera
y goce del olvido profundo de la almohada.

¡Hace ya tanto tiempo que en reposar me empeño,
como si me turbara la fiebre del delito,
que mis ojos enclavo —de los que huyera el sueño—
en la siniestra esfinge del lúgubre infinito!

Mas hoy todos los seres me han parecido buenos,
el cielo azul brindome su calma vespertina,
y —libre de pecados y libre de venenos—
purifiqué mi cuerpo en agua cristalina.

Quiero la paz aquella de la primer mañana
cuando, en el seno de Eva, tranquilo e inocente,
Adán durmió, al arrullo de amor de la fontana,
ajeno a las promesas de la sutil serpiente.

Un nirvana sin término, letárgico y profundo,
en el que olvide todas mis dichas y mis males,
la secreta congoja de haber venido al mundo
a resolver enigmas y problemas fatales.

Ser del todo insensible como la dura piedra,
y no tallado en una doliente carne viva
de nervios y de músculos. O ser como la hiedra
que extiende sus tentáculos de manera instintiva.

No como el pobre bruto del llano y de la cumbre
sujeto a la ley ciega de inexorable sino,
que en sus miradas tiene la enorme pesadumbre
de todo aquel que encuentra muy bajo su destino.

Así gozar quisiera de imperturbable sueño
cuando la noche baja de los cielos lejanos.
Estrellas: derramadme vuestro letal beleño.
Arcángeles: mecedme con vuestras leves manos.

Para que mi mañana florezca como rosa
de mayo, exuberante de vida y de fragancia,
y la tierra contemple, jocunda y luminosa,
con los tranquilos ojos con que la vi en la infancia.

Juan Ramón Molina



Después de que muera

Tal vez moriré joven… Los amigos
me vestirán de negro,
y entre dolientes y llorosos cirios
de pálidos reflejos,
colocarán con cuidadosas manos
mi ya rígido cuerpo,
poniendo mi cabeza en la almohada,
mis manos sobre el pecho.

Juan Ramón Molina


El jardín

Cuelgan racimos de odorables pomas,
negras uvas en gajos tentadores,
fingiendo los alegres surtidores
un murmullo de besos y de bromas.

Dormitan en las ramas las palomas
los buches esponjando arrulladores,
y el capitoso aliento de las flores
unge el follaje y el parral de aromas.

Un sol ardiente esparce sus madejas
de luz, sobre el jardín; y las abejas
un vals preludian, áspero y sonoro.

Bailan las mariposas deslumbrantes,
y picotean pájaros brillantes
unas naranjas que parecen de oro.

Juan Ramón Molina


En Brasil

Fue mi niñez como un jardín risueño,
donde a los goces de mi edad esquivo,
presa ya de la fiebre del ensueño
vague dolientemente pensativo.

Sentí en el alma un natural deseo
de cantar a la orilla del camino
halle una lira no cual la de Orfeo
y obedezco el mandato del destino.

Al mirarme al espejo, ¡cuán cambiado
estoy! no me conozco ni yo mismo
tengo los ojos de mirar cansado
algo del miedo del que ve un abismo

Juan Ramón Molina





La araña

Ved con qué natural sabiduría
las finas hebras a las hojas ata,
y una red teje de fulgor de plata
que la infeliz Aracné envidiaría.

Mas si el viento soplante con porfía
la prodigiosa tela desbarata,
vuelve otra vez a su labor ingrata,
y una malla más tenue alumbra el día.

Hombre, que tus empresas no coronas
porque al primer fracaso o desperfecto
a un estéril desmayo te abandonas;

ten de tu vida y tu vigor conciencia,
y aprende al ver el triunfo de ese insecto
una lección sublime de paciencia.

Juan Ramón Molina


"Mas, ¿para qué Señor? ¡Estoy enfermo!
¡Me consume el demonio del hastío!
¡Toda la tierra para mí es un yermo
donde me muero de cansancio y frío!"

Juan Ramón Molina


Metempsícosis

Del ancho mar sonoro fui pez en los cristales,
que tuve los reflejos de gemas y metales.
Por eso amo la espuma, los agrios peñascales,
las brisas salitrosas, los vívidos corales.

Después, aleve víbora de tintes caprichosos,
magnéticas pupilas, colmillos venenosos.
Por eso amo las ciénagas, los parajes umbrosos,
los húmedos crepúsculos, los bosques calurosos.

Pájaro fui en seguida en un vergel salvaje,
que tuve todo el iris pintado en el plumaje.
Amo flores y nidos, el frescor del ramaje,
los extraños insectos, lo verde del paisaje.

Tornéme luego en águila de porte audaz y fiero,
tuve alas poderosas, garras de fino acero.
Por eso amo la nube, el alto pico austero,
el espacio sin límites, el aire vocinglero.

Después, león bravío de profusa melena,
de tronco ágil y fuerte y mirada serena.
Por eso amo los montes donde su pecho truena,
las estepas asiáticas, los desiertos de arena.

Hoy (convertido en hombre por órdenes obscuras),
siento en mi ser los gérmenes de existencias futuras.
Vidas que han de encumbrarse a mayores alturas
o que han de convertirse en génesis impuras.

¿A qué lejana estrella voy a tender el vuelo,
cuando se llegue la hora de buscar otro cielo?
¿A qué astro de ventura o planeta de duelo,
irá a posarse mi alma cuando deje este suelo?

¿O descendiendo en breve (por secretas razones),
de la terrestre vida todos los escalones,
aguardaré, en el limbo de largas gestaciones,
el sagrado momento de nuevas ascensiones?

Juan Ramón Molina


Nada es todo

Hermano mío en el arte y en la lira sagrada
Que de la vieja estigia sentado en un recodo
Me dices que las cosas de este mundo son nada
Pero que las del otro, las del celeste, todo

No siembres esa lívida seta emponzoñada
En mi jardín de sueños, con tan amable modo
Sino una vid de vida, de racimos cargada
Que de alegría deje el corazón beodo

Juan Ramón Molina



Soneto

Esquivando miradas indiscretas,
por oscuros y negros callejones,
al fin logré llegar a tus balcones
cargados de oloríferas macetas.

¡Cuántas pláticas dulces y secretas
llenas de juramentos e ilusiones,
tuvimos en aquellas ocasiones
al voluptuoso olor de las violetas!

¿En dónde estás, oh casta Margarita,
que en mi azarosa juventud lejana
me concediste la primera cita?

Te evaporaste como sombra vana,
y hoy, hecha polvo tu feliz casita,
se ignora dónde estuvo tu ventana.

Juan Ramón Molina



Sursum

No nos separaremos un momento
porque –cuando se extingan nuestras vidas–
nuestras dos almas cruzarán unidas
el éter, en continuo ascendimiento.

Ajenas al humano sufrimiento,
de las innobles carnes desprendidas,
serán en una llama confundidas
en la región azul del firmamento.

Sin dejar huellas ni invisibles rastros,
más allá de la gloria de los astros,
entre auroras de eternos arreboles,

a obedecer iremos la divina
ley fatal y suprema que domina
los espacios, las almas y los soles.

Juan Ramón Molina














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