A su lado

No serán muertos los pasos del amor; vacío
vino al mundo, tibio aún
por el viento que lo aposentaba
tan deliciosamente.

Y la tibieza fue
frío y el agua piedra
y las sombras cuchillos y el grito, la primera vez.

Lloró como nunca –no fueron
los muertos los pasos del amor-, pudo hablar
y mentir y deslizar su vida y su alegría
hasta quedar harto de leche y sueños, y olvidar
y empezar a morir como todos:

un día cualquiera termina
el año, el sol termina
y comienza todo donde una mano empieza.

Su mano, su calor
llegado desde del vientre
hacia mí; inspirado por otro calor,
para levantar ahora los pasos del amor,
para impedir que mueran.

Por eso, aquélla o ésta, principio
o fin, madre o amante; ella
estará donde mis ojos vayan.

Francisco Urondo


Amarla es difícil

Es buena, cuando duerme;
el calor de su cuerpo es un puñal de vidrio
que remonta los sueños.

Cuando calla, es buena
y su voz una premonición olvidada y peligrosa
que arruina el silencio.

Cuando grita o llora
o se lamenta o se divierte o se cansa,
nada puede contener
este dolor alegre que envenena
mis sueños y mi soledad.
Por eso es difícil pensar
en ella, en su cara bondadosa;
abandonarse; por eso
es una cobardía retenerla
y dejarla ir, una pavorosa crueldad.
A veces, cuando lo pienso,
no se qué hacer con ella,
con este destino luminoso.

Francisco "Paco" Urondo




“Del otro lado de la reja está la realidad, de
este lado de la reja también está
la realidad; la única irreal es la reja...” 

Francisco Urondo


“Empuñé un arma porque busco la palabra justa.”

Francisco Urondo


Fin y principios

Estoy en los ruidos de la tristeza,
en las tablas de la perdición,
en el aire de este tiempo maldito, infortunado;
llovizna criminal y sucia.

En aventuras, en la queja
del muerto y el terror de los vivos y el soplo
de los convalecientes.

Estoy en el clamor encontrado, fuera
de la felicidad y el fascismo y el olvido sin escuchar
la clausura y la ausencia,
sin tolerar la conmiseración, o desconocer
la alegría o la bondad o el dolor del caído.

Sin sentir resignaciones, sufriendo con rabia
la esperanza, viviendo a mi manera.

Francisco Urondo



Hoy un juramento

Cuando esta casa,
en la que vivo hace años,
tenga
una salida, yo cerraré
la puerta para guardar su calor;

yo la abriré
para que los vientos
de todas partes, vengan
a lavarle la cara;

a remontarla,
de esa manera con que vuelan
las intenciones,
los aparecidos, los recuerdos por venir,
y lo que a uno le asusta
aunque todavía no haya ocurrido.

Francisco Urondo


La novia ausente

sigue amando
y a ella sobre todas

le atraen
pero no logra distinguir a la distancia

sufre así de una ausencia que crece

queda amarlas sin métodos y sin desenlace
amarlas de la única manera posible

se confunden y se alejan
aguantan crueldades que sin duda no merecían
crecen sin nombre

como un trineo sobre la arena
se deslizan por memorias que no le pertenecen

un gran pájaro oscuro sobre el viento
el sonido oscuro y solitario del sol

Francisco Urondo



La verdad es la única realidad 

Del otro lado de la reja está la realidad, de
este lado de la reja también está
la realidad; la única irreal
es la reja; la libertad es real aunque no se sabe bien
si pertenece al mundo de los vivos, al
mundo de los muertos, al mundo de las
fantasías o al mundo de la vigilia, al de la explotación o de la producción.
Los sueños, sueños son; recuerdos, aquel
cuerpo, ese vaso de vino, el amor y
las flaquezas del amor, por supuesto, forman
parte de la realidad; un disparo en
la noche, en la frente de estos hermanos, de estos hijos, aquellos
gritos irreales de dolor real de los torturados en
el angelus eterno y siniestro en una brigada de policía
cualquiera
son parte de la memoria, no suponen necesariamente el presente, pero 
pertenecen a la realidad. La única aparente
es la reja cuadriculando el cielo, el canto
perdido de un preso, ladrón o combatiente, la voz
fusilada, resucitada al tercer día en un vuelo inmenso cubriendo la Patagonia
porque las
masacres, las redenciones, pertenecen a la realidad como
la esperanza recatada de la pólvora, de la inocencia
estival: son la realidad, como el coraje y la convalecencia
del miedo, ese aire que se resiste a volver después del peligro
como los designios de todo un pueblo que marcha hacia la victoria
o hacia la muerte, que tropieza, que aprende a defenderse, a rescatar 
lo suyo, su
realidad.
Aunque parezca a veces una mentira, la única
mentira no es siquiera la traición, es
simplemente una reja que no pertenece a la realidad."

Francisco Urondo



Mensaje cifrado

"Sólo te pido que dejemos este parque, que abandonemos
sus municiones, sus reproches para irnos por ahí, como
cascaritas
divertidas de pálidos carnavaales; hielo y materia de olvido.
Porque
entre tirones y sufrimientos, la cosa se ha puesto
tan fácil, tan fácil, que nadie
puede resolver sus entusiasmos, ordenar sus festejos."

Francisco Urondo



“Mi confianza se apoya en el profundo desprecio
por este mundo desgraciado
Le daré la vida
para que nada siga como está.”

Francisco Urondo


Milonga del marginado paranoico

Parece mentira
que haya llegado a tener
la culpa de todo lo que ocurre
en el mundo; pero es así. Han tratado
de disuadirme psicólogos y sociólogos de mi tiempo,
me han dado razones de peso técnico largamente
formuladas y
parcialmente ciertas. Pero
yo sé que soy culpable de los dolores
que aquí siento y recorren el mundo; de las soledades
que lo van vaciando: quisiera saltar
como Juan L. Ortiz, vociferar
como Oliverio Girondo, pero: primero, ellos me ganaron
de mano; segundo, no me sale bien y aquí
empieza todo nuevamente: otro sufrimiento
igual a diapasones y recursos
que conozco perfectamente y que no vale la pena
repetir: primero, para no emularlos; segundo, porque
tendré que ir
reconociendo que no he sabido
hacerme entender. Y esto es agudo como un ataque
que nos traga la lengua; pido entonces disculpas
por la mala impresión, por las exageraciones. 

Francisco Urondo




Muchas gracias

La suerte ha dejado aquí de andar
fallando: se encendió la luz y pudo verse el caos, las
flagrancias: esa mano
allí, esta codicia; el miedo y otras mezquindades se pusieron
en evidencia y el amor
no aparecía por ninguna parte. Recompuestos
de la sorpresa, rendidos ante los hechos, nadie
pudo negar que en este país, en este
continente, nos estamos todos muriendo de vergüenza.
Aquí estoy perdiendo amigos, buscando
viejos compañeros de armas, ganándome tardíamente
la vida, queriendo respirar
trozos de esperanzas, bocanadas de aliento; salir
volando para no hacer agua, para
ver toda la tierra y caer en sus brazos.

Francisco Urondo


No puedo quejarme

Estoy con pocos amigos y los que hay
suelen estar lejos y me ha quedado
un regusto que tengo al alcance de la mano
como un arma de fuego. Las usaré para nobles
empresas: derrotar al enemigo –salud
y suerte-, hablar humildemente
de estas posibilidades amenazantes.

Espero que el rencor no intercepte
el perdón, el aire
lejano de los afectos que preciso: que el rigor
no se convierta en el vidrio de los muertos; tengo
curiosidad por saber qué cosas dirán de mi; después
de mi muerte; cuáles serán tus versiones del amor, de estas
afinidades tan desencontradas,
porque mis amigos suelen ser como las señales
de mi vida, una suerte trágica, dándome
todo lo que no está. Prematuramente, con un pie
en cada labio de esta grieta que se abre
a los pies de mi gloria: saludo a todos, me tapo
la nariz y me dejo tragar por el abismo.

Francisco Urondo



"Se verían en París, claro; a lo mejor podían estar juntos un par de semanas y después se iría viendo.
Era prematuro hacer planes, aunque cada uno tenía la sensación de nunca haber amado tanto. Se contaron sus vidas; trataban de no omitir defectos, de mostrarse sin artificios; harían todo eso aunque no supieran bien para qué lo hacían, a dónde podían llegar: vivían en países lejanos que, por una razón o
por otra, no estaban en condiciones de abandonar.
“Sos el último amor de mi vida”, dijo Mateo y ella le preguntó por qué decía semejante cosa; “porque lo dijo Hemingway”, aclaró riendo. Isolda insistió un poco insatisfecha con la explicación y él entonces no supo qué decirle. Es que a lo mejor ella era el primer amor de su vida, y por eso le parecía el último.
Pero esta interpretación le sonó excesivamente romántica, y no se animó a comentarla.
Esa mañana caminaron por el malecón; por la tarde Mateo tuvo instrucción y, cuando volvió al hotel, ella corrió a sus brazos. Por la noche anduvieron por La Habana Vieja y se sentaron a tomar un trago frente al Capitolio. Mateo recordó al muchacho que lo esperaba sentado en un banco con un libro rojo,
durante un ejercicio. Pero el paisaje estaba totalmente cambiado con la noche; los bares pegados, uno al lado del otro, habían entrado en acción y los boleros de cada orquesta se mezclaban con el bolero de la orquesta vecina; también las voces agudas de los cantantes.
Isolda estaba hechizada con esos restos de bajo fondo que iban quedando en la ciudad que se transfiguraba: hilachas de un garito en reversión, de un prostíbulo en desuso, en el que se va quedando la última clientela. A la mañana siguiente, todos salieron hacia Trinidad, Santa Clara, Playa Girón y otros
lugares del interior de la isla. Mateo se unió al grupo aunque volvería con ella antes que los demás: Isolda tomaba su avión en tres días y Mateo no podía dejar por más tiempo sus obligaciones en La Habana.
Esa mañana cuando se despertaron, ya todo el mundo estaba en pie; Mateo debió hacer malabares para salir de la habitación de Isolda sin que nadie los viera. Pero los vieron. Durante el viaje siguieron los papelones, porque disimulaban mal y se quedaban mirándose a los ojos, o Isolda lo besaba sin advertir que estaban con otras personas. La cosa fue tomando un paulatino estado público, sin escandalizar a nadie. Sin embargo Isolda sostenía divertida que “nos van a casar”, burlándose un poco del puritanismo socialista.
La noche que regresaron de Trinidad, pasando por Santa Clara, la ciudad heroica, durmieron en la habitación de él. Al día siguiente, se quedaron en la cama toda la mañana; Mateo había abierto las grandes ventanas que daban sobre el mar. Toda la luz del trópico cayó sobre su cuerpo desnudo. Esa noche era la última.
Se reunieron a la tardecita en la “Bodeguita del medio”, después de los ejercicios. Juan Puebla cantó temas que les parecieron muy tristes. Esa noche él la ayudó a hacer las maletas, ya la mañana siguiente la acompañó hasta el automóvil que la llevaría a Rancho Boyeros.
Gaspar subió al mismo vehículo; viajarían juntos. Ella bajó el vidrio de la ventanilla y asomó la cabeza: “te espero en París”. Sí, en París. Se quedó solo un largo rato en la puerta del hotel, viendo cómo el automóvil se alejaba por Rampa, incluso no se movió hasta mucho después de que hubiese desaparecido. El resto de invitados que iban quedando, incluido Hadad, se marcharían en menos de una semana."

Francisco Urondo
Los pasos previo



"Si ustedes lo permiten,
prefiero seguir viviendo."

Francisco Urondo


"Sin jactancias puedo decir que la vida es lo mejor que conozco."

Francisco “Paco” Urondo



Sólo me quedó
tu ombligo como una taza
redonda

Francisco Urondo






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