A veces me pregunto

A veces me pregunto: ¿Sabrá ella
hasta qué oscura meta caminamos?
¿habrá sentido entre mis besos altos
el áspid tenebroso del deseo?
¿Es que, acaso,
has soñado siquiera
que esas quince palomas de tus pechos
se van a hacer vilano entre mis dedos?
¿Pero, es que ignoras, dime,
amor mío, regato en mi costado,
que tus noches de holanda y azucena
van a ser yunque de mis treinta años?
Y entonces -ya la fuente con estrellas
o el Ángelus de miel entre los pinos-
y entonces me pregunta
este tan loco corazón que estalla:
¿Es que lo sabes tú? ¿Es que tú, acaso,
has pasado del abecé del beso,
de la palabra rosa, o de ese encaje
de citas y canciones, niños, parques
y luna sola, allá entre las adelfas?

Julio Mariscal Montes


Ciprés

A Felipe Sordo Lamadrid

Aquí, donde los hombres se han tendido
para olvidarse demtro de su muerte,
tú sigues vertical, sin ofrecerte,
limpio y sonoro al último latido.

¿Qué manos que ya fueron se han unido
en tierra cruda para sostenerte?
¿Qué talle de otro abril vino a traerte
ejemplo en las cenizas de su olvido?

Bocas sin risa, senos, cabelleras
se mezclan en tu sangre envenenada
por el terrible empeño de la altura.

¡Qué loco derrochar de primaveras
en el tapete verde de la nada
para que se cumpliera tu hermosura!

Julio Mariscal Montes


Cuando estoy solo…

Cuando estoy solo digo: “de mañana no pasa”,
mañana entre mis brazos, como dos ríos locos.
Como dos corazones en llama viva. Como
dos pecados mortales en un alma encendida…
De mañana no pasa que una palabra oscura
tiña de rojo el blanco pañuelo de tu frente,
que un gesto haga cosecha la viña de tus senos
tan bobamente niños, agraces todavía…

Pero llega mañana -la rosa de la tarde
quenándose en el oro puro de tus cabellos-
y basta una sonrisa tuya, un esbozo apenas
de tu mirar de frente,
para que en un momento se ferrumbe en tus nardos
toda la arquitectura de mis noches de insomnio.

Julio Mariscal Montes


El pueblo

El pueblo, ya sabéis:
un puñado de casas, una plaza , una fuente,
una vieja rutina de misas y rosarios,
y luego un horizonte cansado de olivares,
eternos lutos, recuas y canciones;
tres días de verbena para la Cruz de Mayo
y el baile transparente del domingo.
Alguna vez también se muere alguien,
viene el señor obispo, cambia el cabo
de la Guardia Civil… En fin, las cosas.

Los días van hundiendo su escarpelo
en la corteza enorme del hastío,
porque “Pueblo” es sudar, parir, partirse
el alma sobre el yunque o el arado,
sopas de ajo al despuntar el día,
sopas a media tarde y a la noche,
mullirse bien la carne
para la bota enorme del cacique
y madrugadas en que la miseria
vuelve caricatura el pan y el beso.

Pero también el pueblo tiene su espadaña,
su romero, sus niños, sus canciones de rueda,
su leyenda inefable
como un claro “decir” del diecisiete.
Y aquí está ya su entraña desgarrada,
su abierto corazón para la fusta;
Pueblo de España, elemental, clavado,
remachado entre olivos e intemperie.;
pueblo de largas privaciones, pueblo
desamparado y solo,
tendido a la campiña como una mano abierta
implorando un poquito de compasión, un celemín siquiera
de esos que llaman paz, sueños, desvelos…

Julio Mariscal Montes


La esquina

La cal, ya estiércol, se deshoja y pena
entre la carne al rojo y al sigilo;
la cal del sur rasgando como un filo
de sombra la cordura y la azucena.

La alta cal de jazmín ya por la arena
a los pies del caballo, como un hilo
de voz, de luna, de esperanza en vilo
que el viento de la sangre desmelena.

Muchachos andaluces con las manos
como dos turbias hoces, cercenando
senos en flor o boca en desafío.

El beso, el cobre, el sol de los secanos,
y esta cal de Morón, enmascarando
de blanco el negro toro del hastío.

Julio Mariscal Montes



"Nacemos muertos ya. Somos tan muertos
ahora que gozamos o luchamos, 
ahora que vamos deshojando estrellas."

Julio Mariscal Montes


Pasan hombres oscuros…

Pasan hombres oscuros con su miseria a cuestas,
son los abandonado, los proscritos del sueño,
hombres con horizontes de monedas y olivos
que no alcanzan la tierna perfección de la rosa.

Es inútil gritarles: aquí tienes el oro,
en este cielo puro millonario de estrellas,
ven a vaciar tus manos en los lentos crepúsculos
a coronar tus ansias de brisas y recuerdos.

Es inútil gritarles porque seguirán siempre
disputándole céntimos al alba o a la nube,
calculando los acres de cada sementera
aunque el surco delire florecido de alondras.

Pero tú y yo sabemos, Soledad, de ese niño
cuyo llanto levísimo colma la madrugada
y que este andar soñando por caminos de luna
es algo más que el tópico de un siglo amortajado.

Deja que ellos prosigan con su lastre en el alma
cautivos en el debe y haber de las fanegas,
ligeros de equipaje, aquí estamos nosotros
bebiéndonos el mundo con nuestras ilusiones.

Julio Mariscal Montes
De Pasan hombres oscuros



¿Qué he sido yo hasta ahora?

¿Qué he sido yo hasta ahora?
Amor mío. ¿Qué ha sido
este erial sin ti por treinta inviernos rudos?
Un pedazo de arcilla -grosera, tosca arcilla-
como esta que pisamos, que elevaron auroras, que sostuvieron ansias,
que tenderán los años para que otos la pisen.
¿Qué he sido yo hasta ahora con mi corazón loco
de enramadas y estrellas puesto en cualquier esquina?
Qué he sido yo, amor mío, antes que me trajeras
en tu risa pequeña la angustia de perderte?
Por ti he sabido el hondo silencio de los sauces,
la dorada nostalgia de la rosa y el trino;
por ti la tarde es un estanque vivo
de canciones de rueda y árbol con iniciales.
Por ti, amor mío, tengo un enjambre en los labios
y hasta lo más terrible -lujuria, muerte sangre-
se me vuelve de mieles, se me edifica en altos
ventanales de gozo
para contar los días que te tengo soñando.

Julio Mariscal Montes



Te quería, lo sé

Te quería, lo sé.
Lo supe luego, cuando tu ausencia reposó mi sangre.
Pero andaba la lepra del deseo tan aína en el labio
que iba a decir -estrella-
y se trocaba en madrugada de coñac y sombra...
Y ahora que vuelve el viento de las cinco
a levantar castillos en mi frente,
y las nubes de otoño arremolinan tu recuerdo
en el cuenco de mi mano,
necesito vestir mi voz de tarde
con citas y alamedas de domingo,
para decirte, amor, cómo te quise,
cómo te quiero todavía,
aunque sé que mi voz ha de perderse
en el largo ahara de tu olvido...

Julio Mariscal Montes


Tierra

Si ahora las estrellas cayeran una a una
como nevada chica de jazmín sobre el yerto 
muladar de tu carne, si el Arcángel, nevado 
de lo más puro, hiciera nardo tu beso, blanca
risa de niño el negro garañón de tu sangre,
si, de pronto, la noche se nos viniera abajo 
escombrando la nube roja de tu pasado 
y el Dios Padre pasara su esponja de ternura 
sobre tu frente y fueras otra vez limpia y alta 
como el almendro o como la Palabra del Hijo,
y entonces te encontrara a pleno sol, la trenza 
colegial golpeando como una disciplina 
mi corazón de niño, de niño grande y solo,
pasaría de largo.

Y esto no son palabras,
porque llevo las noches enteras azuzándome, 
lastrando esta balanza del por qué este quererte,
y no es la zarabanda de tu cintura o ese
palomear tu paso por la acera o la tarde, 
es el turbión de pena que te escuece en el alma,
la tan enorme, humana verdad de tu mentira 
que no ven los que, acaso, buscaban en tus ojos 
otros ojos distantes, otra carne imposible.

Julio Mariscal Montes












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