Alcalá de Henares

¿Es un vapor inmenso que se pierde
entre el pardo crepúsculo del día
aquella masa oscura?
¿O el ancho pico amarillento y verde
de una montaña altísima y sombría,
de gigante figura?

¿Allí hubo un tiempo la opulenta villa?
¿Allí los lares de la gente mora?
¿Fue sobre esa montaña,
do a San Bernardo entre las nubes brilla
la santa cruz, que anuncia que a otra aurora
ciudad será de España?

Ni chapiteles hay a la moruna,
ni árabes torres de punzón calado,
vistosos miradores,
tocas que brillen con la media luna,
recios fortines, velador soldado,
ni bélicos clamores.

Dos peñas son las únicas señales,
los memorandos restos que quedaron
donde fue la ciudad.
Y semejan dos losas sepulcrales,
que allí los huracanes las posaron
sobre la eternidad.

Una generación y otras cayeron.
Villa opulenta de memoria hermosa,
¿dónde estás, la Alcalá?
O en su vuelo las nubes te envolvieron,
o del monte en la entraña tenebrosa.
Pero no existe ya.

Vives, ciudad, cual viejo aventurero
que no blandió su enmohecida espada;
como fea matrona mal tocada,
sin un velo que oculte tu hediondez.

En blanco dejas las gastadas hojas
que un nombre te sellaron en la historia.
El tiempo, robador de la memoria,
ha escrito olvido en tu empolvada tez.

Gregorio Romero Larrañaga


Del sol las ráfagas...

Del sol las ráfagas momentos plácidos,
desapareciéndose, horas dulcísimas,
la sombra ocúltalas que en sueños célicos
en su capuz nos consoláis,
Sólo entre móviles, huid, que al ánima
nieblas fantásticas, llorosa y tímida,
luceros débiles en vez de jubilo
quiebran su luz tormento dais.

Gregorio Romero Larrañaga




Venid, venid en torno del Trovador que canta,
hora que alumbra el fuego del chispeante hogar;
veréis al dulce estruendo que su laúd levanta
los siglos ya pasados su tumba abandonar.
Le basta en recompensa, si alguna vez contando
lances que ya ha sentido por ciertos vuestro amor,
cerráis su pobre historia, llorosas recordando
el canto misterioso del dulce Trovador.

Gregorio Romero Larrañaga













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