¡Anhelo! ... ¡Caro anhelo!...

¡Anhelo! ... ¡Caro anhelo! No hay un día
que no vengas torturas a traerme
y a despertar el ruiseñor que duerme
en el jardín azul del alma mía.

No vengas a aumentar mi fantasía
ni en vanas ilusiones a mecerme;
deja que pase mi existencia inerme...
Anhelo, no exacerbes mi agonía.

Que es maldición que –nuevo Prometeo–
al Caúcaso fatal de mi deseo
encadenado viva, y mis entrañas,

–nidal de mis románticos lirismos–
haciendo su festín en los abismos,
las devoren los buitres y alimañas...

Juan Ortega

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