Anochecer campestre

Cuando la tarde muere y soñolientos
Van hundiéndose en sombras los caminos,
Se duerme entre las frondas ya sin trinos
El alma vagabunda de los vientos.
Rezan las viejas sus rosarios lentos
En tanto que, al fulgor de mortecinos
Faroles, ruidos mozos cuentan cuentos
De brujas y fantasmas y asesinos.
Sube del valle virginal fragancia;
Una campana sueña en la distancia.
El paisaje se borra. Se diría
Que la noche cerró, muda y avara,
Como un tintero que se derramara
Sobre una página de tricomía.

Julián Marchena Valle-Riestra


Deja correr el tiempo

Deja correr el tiempo, que ya llegará el olvido,
y así como se adornan las secas ramazones
de mágicos renuevos, tu corazón herido
florecerá mañana con nuevas ilusiones.

No desesperes nunca. La sombra es precursora
de la luz que hay en ti. Detrás de la amargura
que empaña el cristal nítido de un alma soñadora
irradia la sonrisa, que todo lo depura.

Practica la severa virtud de ser sincero;
fortalece tu espíritu para que seas blando,
y si el dolor te hiere con su puñal certero
¡sé como las guitarras que sollozan cantando!

No aventures tu paso más allá de la vida
porque es abismo ignoto del cual nunca saldrás:
en cada tumba un pájaro de voz adolorida
como el cuervo de Poe responde “Nunca más…”

Pero, eso sí, no dejes de sonreír a todo
a través de la niebla de tu melancolía;
derrama tu perfume, que es la bondad, al modo
de una flor, aunque sepas que has de durar un día…

Julián Marchena


El loco

Para librarme de la prosa vana
Y contemplar de la ilusión el vuelo,
Me paso largas horas de desvelo
Asomado en silencio a mi ventana.
Hundo mis ojos en la noche arcana
Y mientras sorben plenitud de cielo,
Toda la inmensidad, como mi anhelo,
De magníficos astros se engalana.
En una noche de imborrables huellas
En que, absorto en mi viaje a las estrellas,
Las miraba acercarse poco a poco,
Cortó las alas a mi fantasía
La voz de un rapazuelo que decía:
-¡Allí, en esa casa, vive un loco!

Julián Marchena


Lágrimas frescas

En recuerdo de Victoria,
Mi compañera desaparecida…
Rosa que el fuego de mi amor consume,
Ave que llora con mi propio llanto;
Fugose el ave y me dejó su canto,
Murió la rosa y me dejó el perfume.
Y es que ese aroma y esa melodía
Que me hicieron alegre y sano y fuerte
Serán incienso y fúnebre armonía.
Así, a fuerza de amante sin fortuna
Que intenta huir a su destino adverso,
Voy a forjar un amoroso verso
A la memoria de Rosario Luna,
Aquella que me dio todo lo suyo,
Aquella a quien le di todo lo mío,
La que tuvo calor para mi frío,
La que no supo hablar sino en arrullo,
La que para aliviar en su partida
Mi carga de dolor y desconsuelo,
A cambio de mis noches de desvelo
Me mostraba su faz agradecida.
Cuando vencido por la desventura
Palpé el horror de mi existencia vana,
Tendiome al punto, como buena hermana,
El mullido plumón de su ternura.
Si en cada poro me clavaba espinas
El dolor en que estoy crucificado,
Ella sobre mi cuerpo lacerado
Hizo lo que a Jesús las golondrinas.
Al reposar de la habitual lectura
Que nuestro pensamiento fatigaba,
Mi corazón sumiso se extasiaba
En la piedad de su mirada oscura.
Corría el tiempo desapercibido
Sin que nuestro silencio se turbara,
Lo mismo que una mano que pasara
Por sobre el lomo de un lebrel dormido.
A veces, al relato de algún cuento,
Mientras alzaba por temor el hombro,
Parpadeaban sus ojos en asombro
Como dos mariposas contra el viento.
Y si el amor que urdió la fantasía
Tras el punto final quedaba ileso,
Me pagaba el relato con un beso
Por compartir conmigo su alegría.
En recuerdo de Victoria,
Mi compañera desaparecida…
Rosa que el fuego de mi amor consume,
Ave que llora con mi propio llanto;
Fugose el ave y me dejó su canto,
Murió la rosa y me dejó el perfume.
Y es que ese aroma y esa melodía
Que me hicieron alegre y sano y fuerte
Serán incienso y fúnebre armonía.
Así, a fuerza de amante sin fortuna
Que intenta huir a su destino adverso,
Voy a forjar un amoroso verso
A la memoria de Rosario Luna,
Aquella que me dio todo lo suyo,
Aquella a quien le di todo lo mío,
La que tuvo calor para mi frío,
La que no supo hablar sino en arrullo,
La que para aliviar en su partida
Mi carga de dolor y desconsuelo,
A cambio de mis noches de desvelo
Me mostraba su faz agradecida.
Cuando vencido por la desventura
Palpé el horror de mi existencia vana,
Tendiome al punto, como buena hermana,
El mullido plumón de su ternura.
Si en cada poro me clavaba espinas
El dolor en que estoy crucificado,
Ella sobre mi cuerpo lacerado
Hizo lo que a Jesús las golondrinas.
Al reposar de la habitual lectura
Que nuestro pensamiento fatigaba,
Mi corazón sumiso se extasiaba
En la piedad de su mirada oscura.
Corría el tiempo desapercibido
Sin que nuestro silencio se turbara,
Lo mismo que una mano que pasara
Por sobre el lomo de un lebrel dormido.
A veces, al relato de algún cuento,
Mientras alzaba por temor el hombro,
Parpadeaban sus ojos en asombro
Como dos mariposas contra el viento.
Y si el amor que urdió la fantasía
Tras el punto final quedaba ileso,
Me pagaba el relato con un beso
Por compartir conmigo su alegría.

Julián Marchena


Vuelo supremo

Quiero vivir la vida aventurera
de los errantes pájaros marinos;
no tener, para ir a otra ribera,
la prosaica visión de los caminos.

Poder volar cuando la tarde muera
entre fugaces lampos ambarinos
y oponer a los raudos torbellinos
el ala fuerte y la mirada fiera.

Huir de todo lo que sea humano;
embriagarme de azul ... Ser soberano
de dos inmensidades: mar y cielo,

y cuando sienta el corazón cansado
morir sobre un peñón abandonado
con las alas abiertas para el vuelo.

Julián Marchena









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