“Arduo hallarás pasar sobre el agudo filo de la navaja. Y penoso es, dicen los sabios, el camino de la salvación.”

Katha Upanishad
  


"Cuando todos los mundos que encadenan al corazón se cortan en pedazos, entonces un mortal se convierte en inmortal."

Katha Upanishad




"El sí mismo... no nace. No muere. No es ni causa ni efecto. Este Antiguo Uno no ha nacido y es imperecedero, aunque el cuerpo sea destruido, él no muere... Más pequeño que lo más pequeño y más grande que lo más grande, este sí mismo habita para siempre dentro de los corazones de todos".

Katha Upanishad


  
“Este Yo no es advertible por el estudio, ni a un por la inteligencia y la erudición. Este Yo revela su esencia únicamente a aquel que se aplica al Yo. El que no abandonó los caminos del vicio, que no puede dominarse, que no posee la paz interior, cuya mente está turbada, no puede nunca advertir el Yo, aunque esté lleno de toda la ciencia del mundo.”

Katha Upanishad



La lección de la muerte

"Un día Vayasravasa, padre del joven Nachiketas, deseando agradar a Dios, sacrificó en su obsequio todos los animales que  constituían su hacienda. Y al ver Nachiketas que se llevaban las ofrendas, reflexionó y se dijo a sí mismo:

—No creo que a Dios le guste que se maten animales en su honor, ni que se le haga regalo de vacas que comen hierba y  toman agua y dan leche, agotando su fuerza. El que espera, con estos regalos, que Dios lo premie con el cielo, se equivoca  y no alcanza nunca el cielo, porque son estos dones de muy poco valor.

Entonces se volvió hacia su padre y le dijo: — ¿A quién piensas dedicarme a mí?

— ¡Hijo mío—contestó su padre—yo te doy a la Muerte!

—Oh padre y señor mío—dijo Nachiketas—yo no temo la Muerte; pero creo que no valgo nada para ella, porque no soy sino uno de tantos hombres entre los hombres. Antes de mí, se han muerto miles de hombres. Cuando yo haya muerto, seguirán muriendo. Así pues ¿qué valgo para la Muerte?

Partió el joven y llegó a la casa de la Muerte, pero como estaba ausente, tuvo que esperarla tres días. Cuando regresó, sus criados le avisaron que un visitante distinguido la aguardaba. Apenada por su tardanza y agradecida por la visita, la Muerte dijo a Nachiketas:

— ¡Oh buen joven! Por estas tres noches que has pasado sin comer en mi casa, te concedo tres dones. Pídeme lo que quieras, que yo te lo prometo desde luego.

—Quiero—dijo el joven—que cuando yo regrese a mi casa, mi padre no esté enojado ni inquieto por mí. Que no me riña por haber tardado ni se entristezca por mi ausencia, y que me acoja amorosamente.

—Concedido, dijo la Muerte, tu padre dormirá en paz sus noches al verte libre de mis brazos.

—En el cielo, oh Muerte, nadie teme que llegues tú. Allí el hombre no teme la vejez, ni el hambre, ni la sed, y disipado todo sufrimiento, es eternamente dichoso. Tú, sabia Muerte, conoces bien el fuego que conduce al cielo. Enséñamelo, pues la fe me embarga. Este es mi segundo don.

—Ese fuego, Nachiketas, se halla escondido en el corazón, que es lugar secreto. Si conservas y avivas ese fuego, él te conducirá hasta el cielo. Y ahora pide tu último don.

—En el mundo, oh Muerte, existe una duda terrible acerca de lo que sucede al hombre después que muere. Los unos creen que todo acaba entonces y los otros lo contrario. Revélame la verdad; he aquí mi último don.

—Oh Nachiketas, dijo la Muerte, los dioses mismos han dudado sobre  este  punto. No me obligues a revelarte  el  secreto.  Pídeme  otra cosa, otras cosas. Pídeme hijos centenarios e hijos de tus hijos, ganados abundantes, caballos, elefantes y oro; pídeme vastos territorios y vive tantos otoños cuantos quieras. Pídeme la riqueza y el medio de vivir largo tiempo. Sobre la tierra inmensa, oh Nachiketas, sé rey; yo colmaré todos tus deseos. Pide cosas difíciles de realizar, tantas como quieras; estas ninfas, con sus carros y sus arpas, que jamás mortal alguno ha visto, serán tus esclavas. Yo te las concedo. Pero no interrogues acerca de la Muerte.
— ¡Cosas de un día! ¡Goces efímeros! No hacen sino agotar nuestro vigor. Guarda tus esclavas, tus carros y tus danzas. ¿A qué hombre le satisface la riqueza? ¿De qué sirve cuando tú llegas? ¿Cómo viviremos mientras existas tú? El don que escojo es el que reclamo. Nachiketas no pide otro don que aquel que llega hasta el secreto de todas las cosas.

—Atiende pues, oh Nachiketas. Una cosa es lo justo y otra cosa es lo agradable. Los dos caminos existen para el hombre, y el insensato escoge el camino de lo agradable. Pero tú, oh Nachiketas, has escogido sabiamente el camino de lo justo. Aquellos que escogen lo agradable, ciegos conducidos por ciegos, yerran el fin de la vida. El brillo de sus riquezas los ciega, el ruido de sus fiestas les impide escuchar la voz de su alma, que es parte del alma de Dios. El sabio que logra escuchar la voz que reside en su corazón, gracias a la calma de sus sentidos y de su espíritu, aparta su alma de sus órganos, se eleva por encima de la alegría y del dolor, cosas transitorias, y alcanza la divinidad. En cambio, el insensato nace y muere como el trigo, y vuelve a nacer en la tierra, porque no es digno de entrar en el reino de Dios, y cae una y mil veces en mis manos.

El alma es dueña del carro. El cuerpo es el carro. La razón es el cochero y el espíritu es rienda. Los sentidos son los caballos, los objetos de los sentidos son las rutas que recorre el carro. Alma, sentidos e inteligencia, constituyen al hombre dotado de sensación. El insensato deja desbocar los caballos; pero el sabio los guía con mano segura y los conduce por el camino del cielo y de la inmortalidad, al fin de las transmigraciones, en el seno de Dios. No necesita de su cuerpo el que quiera ser semejante a Dios, porque Dios no tiene forma, ni color, ni olor, ni tacto, ni sonido, ni gusto; es inagotable, eterno, sin fin ni principio, más grande que lo más grande, inmutable. Aquel que lo conoce escapa a la boca de la Muerte. Sólo nuestra alma, que viaja a lo lejos sin moverse, que recorre el espacio sin bogar, es capaz de alcanzar la divinidad inmortal.

Así Nachiketas, habiendo aprendido de la Muerte el secreto de la sabiduría y las reglas de la perfección, puro de toda mancha, libre de toda pasión, se libró de la Muerte, poseedor de la Inmortalidad. Lo mismo pasará con todos aquellos que conozcan su alma y la consagren a Dios."

Katha Upanishad




“Lo mismo que el sol, ojo del mundo entero,
no es mancillado por los defectos externos de los ojos,
el Alma interna de todas las cosas,
no es mancillada por el mal del mundo,
ya que éste es externo a ella.”

Katha Upanishad



“Lo que carece de sonido, de tacto, de forma y es imperecedero;
lo que, por tanto, no tiene gusto ni olor, es constante,
sin principio ni fin, superior a lo más grande y estable:
cuando se percibe Eso, uno se libera de las fauces de la Muerte.”

Katha Upanishad




"Lo sabio (atman) no nace ni mueres, no ha venido de ningún lugar, no ha devenido nadie. Es no-nacido, eterno, constante, antiguo. No muere cuando muere el cuerpo.
Si el que mata cree matar y el que es matado se piensa muerto, ninguno de ambos entiende. Ni éste mata ni (aquél) muere.
Más pequeño que lo pequeño, más grande que lo grande es en atman ubicado en lo más oculto del hombre. Quien, libre de deseo, ve por gracia del creador la grandeza del atman queda libre de penas (...)
Los necios siguen los placeres exteriores, caminan sobre la amplia red d la muerte, pero los sabios, conociendo la inmortalidad, no buscan lo permanente entre las cosas impermanente de aquí (...)
Lo que no tiene sonido, lo que no se puede tocar, sin forma, imperecedero y sin saber, permanente, sin olor, sin comienzo ni fin, diferente del gran (principio), firme: conociendo eso uno se libera de la boca de la muerte (...)
Lo que está aquí también está allí; lo que está allí también está aquí.
Muerte tras muerte obtiene quien ve diferencia en ello.
(Eso que está aquí y está allí) debe ser obtenido con la mente. Allí no hay diferencia alguna. A muerte tras muerte va quien ve diferencia en ello (...)

Katha Upanishad



















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