Artificio

Rosa, insolada rosa, rosa mala,
rosa negra, rosa sed, rosa oscura,
rosa aire, rosa fuera, rosa dada,
rosa vida, rosa no, rosa insegura.

Rosa sin rosedad, rosa onerosa,
rosa contrariada, rosa nombrada,
rosa eucalipto, ¡ah! la rosa axerosa,
rosa inexistente, rosa increada.

Rosa forzada, la rosa acerada,
rosa percha, rosa atemperada,
rosa batida, rosa malograda,

Rosa como cosa, la rosa yerta,
rosa traída, rosa dibujada,
tú, rosa artificiada, rosa muerta.

Gilberto Hernández Matos


Descomposición del mar

El mar no es agua. No filtra ríos desbocados que tropiezan en el abismo. No humedece arenas aceradas de sol, porque el mar no existe. Por eso no asfixia bocas que inmersas piden aire como llanto ni bate blanquecino su humedad sobre las piedras. Es sal, el mar. Tan sólo sal. Un sabor ocre que se escapa de sí mismo escondiéndose de su luz. Una tristeza detenida en granos que se sumerge hasta lo invisible. Un escondite es el mar. El escondite de la sal que llora el mundo.

Gilberto Hernández Matos


Este tren pasa antes de llegar.
Ya se ha marchado cuando llego
a sus estaciones.
Nunca está,
nunca lo encuentro
cuando ansioso
procuro alguna llegada.

Gilberto Hernández Matos


Porque ha sido mejor el olvido
o recordarnos a veces sin que nadie lo sepa.
Porque de todos modos te hice daño
con este amor que desconocía el odio,
y porque aquello era difícil
aún en la mejor de las historias
y, de vez en cuando, admítelo,
soñábamos en secreto con el escape.
Porque llorábamos mucho en las tardes
y empujamos al llanto
a todo el que apostó su cariño a nosotros.
Porque las cosas son así, jodidas y tiernas
y uno no se escapa de su propio destino.
Porque sí
y porque no,
y porque qué carajo
y qué más da,
fue mejor que te marcharas,
que yo te recordara cuando cruzo las calles,
que tú leyeras a veces poemas como este.

Gilberto Hernández Matos


Tras el paréntesis oscuro de la lluvia
los colores aceran su resplandecencia
naciendo de nuevo el mundo.
Transcurrido el giro del agua
la dureza reclama su falsa inmanencia
diciéndose eterna.
La calle enhiesta su brillosa costumbre de enlace
para el paseante inconsecuente de caminos.
Caído el aguacero,
la erguida esfinge del mundo amanece.
Empuñado el abrigo
continuamos nuestro paso
por la ciudad
hacia una estación que nos espera para llevarnos al otro cielo.

Gilberto Hernández Matos










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