Ayer, una corona de agua...

De una corona de agua, en la otra vida,
cuando era nieve despertar y plata
morirse poco a poco en cada mata
de la montaña del amor mordida.

Cuando llorar era una rosa hundida
en la total pasión que el mar desata
y, estrecha de esperar, fui catarata,
de una corona de agua fui encendida.

Y me quedé a la sombra de esa calma,
hasta que hendiste su dorado velo
y de aquel pozo te alejaste esquivo.

Ya herido el ruiseñor en que no vivo,
¿qué más me mientes, Dios, si en ese vuelo
perdí tormenta, azalería y alma?

Isabel Abad



Pedida luz

Lenta, mordida torpemente inclino
la fresa violeta de mis sueños.
Salgo al dolor de abrirme a mi tormenta,
de regresarme al pozo de estos dedos
por donde vierto ciega tanta vida.

Me llama el viejo oficio de aturdirme
los delicados nudos de mi sangre,
la paz de hundirme tardes en la esquina
que tan tembladamente me ha crecido.

Llueve el reloj su prisa despiadada.
Mi corazón, en tanto,
me desvive la luz que anduve herida.
De nuevo está lloviendo mi locura:
será el sudor,
esa mojada mácula muriéndome,
esa señal de mar, esa respuesta
que altiva nazco a quien a amarme acuda;
Será mi entraña en bodas con el miedo,
mi compasión de mí
que quise en este templo
la boca de otra vida estremeciéndome.
Será que estoy entrada de cipreses
esta prieta ansiedad desarrimada
del roce estrecho del caudal henchido.

Estoy diciembre
desde que tiemblo el corazón tan hondo.
Mi nieve está en camino.
Será que curvo el alma a su sosiego,
será mi corazón arrodillado,
pedido de otra luz quien me despierta
la lava abierta de mi mar primero.

Me asusto en la cintura:
nunca otro anillo ató más turbulencia.

Isabel Abad


















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