Bajo el hondo misterio

Bajo el hondo misterio de la tarde que expira,
el sol, ascua de oro, se pierde en el tramonto,
Un ruiseñor doliente loco de amor delira,
en la paz de la selva desgranando un racconto.

La brisa en los laureles modula triste queja.
La fuente da al espacio su cadencia sonora;
mientras llega a mi oído y expirando se aleja,
la armonía de un piano que una sonata llora.

Primavera d ensueños florece en los rosales
del jardín de mi alma, rebosante de anhelos,
cuando tus blancas manos –dos rosas virginales–

arrancándole al piano dolientes retornelos,
vierten sobre la tarde que agoniza callada,
un ansia insaturable, de amar y ser amada...

Gabriel Jiménez Lamar



Cuando muere el día

Es un atardecer brumoso y frío,
de temblorosos, pálidos fulgores.
Languidecen matices y rumores.
No turba un soplo la quietud del río.

Del jardín en un ángulo sombrío,
sobre una vieja rama sin verdores,
ritma un ave nostálgicos dolores
mirando el nido de su amor vacío.

Su canto es dulce queja en el ambiente,
suspiro de agonía en los reflejos
de la tarde. Canción vaga y doliente

de evocación, que extínguese a lo lejos,
cuando al morir las tintas del poniente,
besan del manso río los espejos.

Gabriel Jiménez Lamar


Luz eterna

Como por laberinto de recurvas inciertas,
en mis largos insomnios, alma adentro, me pierdo;
y en la ruta sombría, mis ilusiones muertas,
son flores sin perfumes del jardín del recuerdo.

Batallo inútilmente por hallar la salida
que me lleve a horizontes de paz y de ventura;
mientras evoco triste mi juventud perdida,
que fue toda, abandono, sufrimiento y locura.

De improviso en la noche tenebrosa y helada
del dolor que me agobia con su negrura espesa,
aparece una intensa claridad de alborada.

A su influjo bendito mi incertidumbre cesa.
Es de mi madre muerta la celestial mirada,
que encamina mis pasos y en el alma me besa.

Gabriel Jiménez Lamar


Separación

Tarde de amor, henchida de rumores serenos,
de matices suaves y de brisas y aromas.
De pétalos y trinos están los bosques llenos.
En la fuente se arrullan dos cándidas palomas.

Fugaz la luz se aleja. De los altos collados
con las sombras descienden las ovejas tranquilas;
y hasta el fondo del valle, por el viento espaciados,
llegan los graves sones de las viejas esquilas.

El uno junto al otro la dicha entretejemos
sentados sobre un banco de resecas lianas.
Callamos. Nos asaltan los instantes supremos

de mi pronta partida para tierras lejanas.
Las esquilas sentimos, y ambos palidecemos
cual si a muerto doblasen las fúnebres campanas.

Gabriel Jiménez Lamar




























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