Canción

Alma, no me digas nada,
que para tu voz dormida
ya está mi puerta cerrada.
Una lámpara encendida
espero toda la vida tu llegada.

Hoy...
la hallarás extinguida.

Los fríos de la otoñada
penetraron por la herida
de la ventana entornada.
Mi lámpara estremecida
dio una inmensa llamarada.

Hoy...
la hallarás extinguida.

Alma...no me digas nada
que para tu voz dormida
ya está mi puerta cerrada.

Juan Guzmán Cruchaga



Claro de Luna

La luna entre los árboles
ennobleció el silencio de la noche armoniosa
y tomaron las fuentes vaguedad de pupilas,
y hubo meditaciones albm en las magnolias.

El misterio nocturno se aromó de azucenas,
conmovidas palabras vinieron de la sombra
Los amores antiguos, -seda triste, oro turbio,-
vivían en la voz helada de las hojas.

Juan Guzmán Cruchaga


Compañera

Tu voz, viajera de muchos siglos,
llegó apoyándose en un sueño.
En ningún país la reconocían.
No cabía en ningún recuerdo.
No sigas. Quédate. Eres mía.
Lo sé desde el alba del tiempo.

Tus ojos perseguidos
todavía tiemblan de miedo.
Oscuras jaurías de angustia
los acosaban.
Cierra. Hay viento.
Descansa. Es la dicha tranquila.
El reposo. El silencio y el fuego.

Iban tus manos entre mis libros,
entre mis flores y mis versos
naturalmente, sin asombro.
Tampoco había asombro en ellos.

Las rosas que ahora te miran
son nietas de las que te vieron.
Descansa. Quédate. Eres mía.
Lo sé desde el alba del tiempo.

Juan Guzmán Cruchaga



"Convencido de que las mejores memorias no se pueden ni se deben contar, me decidí a entreabrir algunos recuerdos, muchos de los cuales, aparentemente no tienen la menor importancia, pero que, sin embargo, me dejaron una huella imborrable."

Juan Guzmán Cruchaga


Haruko Sam

Amante silenciosa de una noche,
fina muñeca de marfil antiguo,
cuando mi cuerpo duerma el sueño largo
recuerda al extranjero que te quiso.

Mi alma estará en la sombra, solitaria,
y en la neblina viviré perdido.
Entreabre las ventanas, y tu lámpara
será como una estrella en el camino.

Entonces en las alas de los pájaros
y en el rayo de luz vendrá mi espíritu
a reír en el agua de la fuente
y a encender la mañana de mis hijos.

Juan Guzmán Cruchaga


Otoño
               
Restablecido apenas de mis males
principescos, percibo la elegancia
de los jardines de oro y la fragancia
de los fríos senderos otoñales.

Pienso que de cármenes lejanos
ha de venir, lo mismo que en un cuento,
una reina a curar mi desaliento
con las última rosas de sus manos.

Viene y va mi dolor como una esencia
de jazmines enfermos en el leve
y angustiado sigilo de la brisa.

Es tan sensible mi convalecencia
que el vuelo de las hojas me conmueve
y me hace sollozar una sonrisa.

Juan Guzmán Cruchaga



Un muerto

La proa del barco es enérgica, dominadora, altiva; la popa es chata, gris, sin color. La proa es vencedora, la popa tiene el carácter de los vencidos. La proa es audaz y se hunde sola en la noche del mar, la popa es el compañero temeroso que se lleva de la mano en la oscuridad. Tiene además un aspecto sombrío que antes no podíamos explicarnos y que ahora comprendemos...

El pobre japones que agonizaba ayer en el camarote-hospital ha muerto.

Se dice que será arrojado al mar esta tarde, a las cinco, y es la popa el sitio indicado para la ceremonia.

Es la hora.

El capitán, el primer piloto, el doctor, el contador y los oficiales han colocado una mesa de madera tosca que sostiene los restos amortajados del japonés. La tripulación y los pasajeros se han dirigido también al mismo sitio.

En la mesa fúnebre dejan un plato de arroz, un vaso de agua y un cenicero. En él activan algunas brasas y maderas de sándalo. Una pequeña fiesta de luceros.

El capitán se inclina reverente. Coge dos o tres varillas, las arroja al fuego y se retira.

Este rito de la religión budista es repetido luego por el primer piloto, el doctor, el contador y todos los oficiales.

Colocan después una bandera japonesa sobre el cadáver e inclinan la mesa. El muerto cae al mar.

En el silencio absoluto se oye el ruido seco y áspero del agua azotada por el cuerpo y se ve una bandera blanca y roja que desaparece. Luego la espuma juega, salta y se desvanece. Pasa una ola y otra...

Juan Guzmán Cruchaga







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