Canción

La canción tiene cuchillos
que hieren, hoy más que antes
–mil puñales asesinos
a los que no acusa nadie–

cuchillos que desde el viento
con el filo de la tarde
apuñalan la palabra
y entre estertores y sangre
dejan una que otra lágrima
(¡Eso no me lo arrebaten!)

cuchillos que se refugian
cobardes, en cualquier parte,
mientras en el aire crece la canción
con letras que son cadáveres.

Gladys Carmagnola


¿Crees en la poesía disfrazada de luz?

¿Crees en la poesía disfrazada de luz,
de primavera, flores sin espinas
que desde un pedestal –mármol o lodo–
nos recrimina?

No contestes aún, hermano. Escúchame:
Yo creo en la poesía
que al mostrarnos la luz,
con ella nos envuelve e ilumina;
la que de los crepúsculos y sombras
jamás se olvida;
la que en flores y aromas nos embriaga,
y nos pincha.

Creo
en el supremo don de la poesía
que nace sin amarras y sin ídolos;
que llama a nuestra puerta como una leal amiga,
que entra en nuestro hogar,
se sienta a nuestro lado en cualquier silla
a compartir el pan
que nos legó el afán de cada día
si queda aún; si no,
se hace pan ella misma.

Creo
en esa poesía
que vive con nosotros y dialoga
con palabras excelsas o sencillas:
poesía que consuela,
poesía que alimenta y acaricia,
poesía que sacude y acompaña
en la desesperanza o la alegría.

Creo, por sobre todo, en la palabra
que guarda entre sus sílabas
lo que no por razones idiomáticas
obligatoriamente se mutila.

Sí. Creo desde hace tiempo
en la entrelínea
–la que, para nosotros, de la muerte
arranca, y nos lo entrega, un retazo de vida–.

Ahora que me entiendes puedo oírte:
Hermano: ¿Crees en la poesía?

Gladys Carmagnola


Cuestión de geografía

Lo repetía mi hermano:
El amor es cuestión de mera y simple geografía.

Y debo reconocer que estas palabras
en apariencia ridículas
son
la verdad más legítima.

El ser humano que somos,
gesticula, sueña, grita,
y depende de los pasos
más, o menos, que camina:
de una muralla, un portón,
un arroyo, una colina.

Nuestro mundo, aunque parezca quietecito,
gira y gira.

El hombre de ciencia busca;
a los abismos del cosmos se apeligra;
se acoda sobre el brocal del mundo
y allí investiga.
Lo que ignora, se lo calla;
y lo demás, lo publica.
Se extasía ante la imponente
majestuosa maravilla
que ama porque la conoce,
y más, porque la imagina.

¿Y a amar sólo cuanto ponen a tu vista
sin protestar te resignas?
Pues, se diría que no
a juzgar por la frecuencia
con que tornas y retornas
y escarbas y recuperas tu voz de la hojarasca a la poesía
-dar y darse, y recibir amor:
Sí. Claro:
como decía mi hermano:
cuestión de mera y simple geografía-.

Gladys Carmagnola



Espera

Viene la Cruz del Sur a nuestra cita
cada noche, invariable.

¿En dónde estás? ¿Qué órbita navegas
que no te han visto por ninguna parte?
¿Cuál es tu ruta? ¿La velocidad
se mide en años luz, o eso era antes?

Hace ya tanto tiempo
practico la costumbre de esperarte.
Mientras, la Cruz del Sur
simula acompañarme.
(¡Quién sabe dónde está
cumpliendo su misión infatigable!)

Cada vez que la miro
siento aquí, en el torrente de mi sangre,
como una invalidez
irremediable.

No llegues, por favor,
demasiado tarde.

Gladys Carmagnola


Indignación

Me pregunto
por qué este arar poemas
con tanta falta que hace arar
–con idéntico amor, con igual entusiasmo– en las capueras.

¿Quizá porque me nutro de los frutos
de esta siembra?

En realidad no importa
ignorar la respuesta
mientras haya quien pueda alimentarse
de la cosecha.

Gladys Carmagnola



Nostalgia

¿Por qué este aroma que me trae el viento
me inunda de nostalgia, de recuerdos?

(Pétalo azul,
agua,
ternura,
cielo... )

Aquel amor
¿fue amor?
¿ha sido todo cierto?
Este aroma que vive desde entonces
¿es auténtico?

Gladys Carmagnola


Origen
               
Porque los sueños mueren
nacen los suspiros
y viven en nosotros
minúsculos o inmensos,
pálidos o encendidos.

Sí.
Tú te irás.
Para entonces, tal vez ya habré partido.
Y cada cual caminará
-sin detenerse a investigar su origen-
con su dosis de amor y de suspiros.

Gladys Carmagnola

















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