Canto a mi raza

Tronco de madera fuerte
resistente al huracán
tus ramas no se quebraron
tu savia aquí germinó.
Oscura y brillante corteza
desgarrada de su entorno.
Diestro cincel que coloras
la historia, estas tierras, mi raza.

Lágrimas derramó el cielo
cuando sintió tu dolor.
En cambio tú, tambor en mano
convertiste el llanto en un son.
África vive por siempre
en los pueblos antillanos.
¡Ritmo, alegría, cadencias!
Celebro hoy tu legado.

Judy García Allende


Estos mares

Entro a estos mares
profundos y helados
de aguas insondables.
Me quedo sin aliento.
Y nado. Y respiro.
Y me ahogo.
En un último minuto
me dejo llevar.
El trayecto no termina.
Ya no hay paz, ni reposo.
Acelero mi ruta.
Navego a brazo partido
en contra de la corriente.
Alcanzo la superficie.
Recupero las fuerzas.
Y sin pensarlo dos veces,
otra vez regreso al mar.
No es intento suicida.
No es impulso ni orgullo.
Se llama ley de vida.
No pienso zozobrar.

Judy García Allende


Fantoches

No llevan prisa en sus pasos.
No buscan ningún lugar.
Caminan ya por instinto.
No hay freno ni marcha atrás.

Repiten las mismas frases.
Ensayan las mismas poses.
Son muñecos, marionetas.
Hojas que el viento arrastró.

Beben las horas del día.
Ríen sin saber por qué.
No pueden recordar nombres.
No saben lo que es querer.

Excelentes con los dardos.
No se les escapa un error.
Nunca propio, sí el ajeno.
Sombras de la creación.

Judy García Allende



No todo está perdido

Se me escapa el tiempo
entre las manos.
Se me escurre la vida
por los dedos.
En vano intento proteger las horas.
Buscarle una razón a esta locura.
No la encuentro.
No existe.
Si acaso está.
Hoy no la veo.

Se me secan las palabras
en la boca.
Se me entumece el color
en la mirada.
Despojos de ideas no nacidas.
Dolores de tristezas tan calladas.
Fútil empeño de una soñadora.
No hay oídos.
Ni oyentes.
Este mar se torna poca cosa.

Se me acaban las fuerzas,
el latido.
Mi cuerpo endeble
se lanza hasta el abismo.
No escucho ya mis pasos.
Las venas son caminos desgastados.
Arenosos desiertos olvidados.

No miro el reloj.
Ni llevo un calendario.
No gasto promesas.
No hay reclamos.
Cercenaron mis pasos.
¿Y después? Lo celebraron.

Y cuando al fin.
la muerte acude presurosa
convencida de su triunfo
sobre el mío.
La miro con coraje cara a cara.
Renace el equilibrio.
Una flor se abre en la distancia.
Ancestral fortaleza de mi infancia.

No es tiempo, compañera.
Le digo amablemente,
y me sonrío.
Mis huesos se resisten.
Siguen vivos.

Judy García Allende




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