"A estos males se había añadido también otro por el que, poco después, le llegó la ruina. Y es que, al volver Georgio de la corte del emperador, cuando atravesaba el magnífico templo del Genio, rodeado por una multitud según la costumbre, dirigió sus ojos al templo y dijo: «¿Durante cuánto tiempo permanecerá en pie este sepulcro?». Entonces el gentío, al escucharlo, como golpeados por un rayo, temieron que también intentara destruirlo y lanzaron contra él todas las acusaciones que pudieron.
Y he aquí que entonces, de repente, cuando llegó la feliz noticia de la muerte de Artemio, todos los ciudadanos se dejaron llevar por una alegría inesperada, hicieron rechinar sus dientes y, con gritos terribles, se dirigieron en busca de Georgio, lo apresaron y, tras golpearle y maltratarle con diversos tipos de vejaciones, le rompieron las piernas y le mataron.
Junto a éste, Draconcio, encargado del tesoro, y un tal Diodoro, que tenía el cargo honorífico de conde, murieron ambos con las piernas atadas por cuerdas. El primero porque mandó quitar un altar recién colocado en el templo del que era el encargado. El segundo porque, mientras estaba al frente de la construcción de una iglesia, cortó arbitrariamente los rizos de unos niños, creyendo que esta costumbre era propia también de las creencias paganas.
Pero, no contenta con esto, la bárbara multitud despedazó los cadáveres y los llevó a la playa, donde, tras quemarlos, lanzaron sus cenizas al mar ya que, según decían a gritos, si los cristianos encontraban sus restos, levantarían un templo para ellos, tal como se hizo para otros que fueron forzados a abandonar su religión, sufrieron un temible castigo y llegaron incluso a morir por no abandonar sus creencias, alcanzando así la gloria, y siendo ahora considerados mártires. Lo cierto es que estos desgraciados cristianos que sufrieron un cruel suplicio hubieran podido ser defendidos por la colaboración de los cristianos, si no se hubiesen sentido todos igualmente inflamados por el odio contra Georgio.
Al conocer esto, el emperador se dispuso a castigar este horrible crimen pero, cuando ya iba a determinar la pena de muerte para los culpables, se moderó ante los consejos de los que le rodeaban, y decidió promulgar un edicto en el que, con duras palabras, decía que abominaba el crimen cometido y les amenazaba con la muerte si, en adelante, se cometía alguna acción contraria a la justicia o a las leyes."

Amiano Marcelino



"¿Das por hecho que la barba genera cerebros y por eso te has dejado ese matamoscas? Sigue mi consejo y aféitate de una vez, pues la barba genera piojos y no cerebros."

Amiano Marcelino
Tomada del libro Viaje al centro de la filosofía de Nemrod Carrasco Nicola, página 122


"De acuerdo con las enseñanzas de los astrónomos, la circunferencia de la Tierra, que a nosotros nos parece tan interminable, comparada con la grandiosidad del universo ofrece el aspecto de un mero punto diminuto." 

Amiano Marcelino
(en latín: Ammianus Marcellinus)
La crónica de los sucesos


"Entre las rosas silvestres crecen algunas espinas."

Amiano Marcelino


“Las inscripciones que, según los antiguos, estaban esculpidas en las paredes de ciertas galerías subterráneas construidas en el interior de algunas de las pirámides pretendían preservar la vieja sabiduría para que no se perdiera con las inundaciones.”

Amiano Marcelino
Tomada del libro Grandes misterios del pasado de Tomás Martínez Rodríguez, página 136



“Los hunos acuden a la batalla en grupos...y como son ligeros y muy rápidos a la hora de combatir, lanzan a propósito ataques por sorpresa y...de forma desordenada, se desplazan causando grandes matanzas. Y es que como luchan a distancia, disparan armas que cuentan con huesos afilados en vez de punta, y que están realizadas con una técnica extraordinaria. Después recorren al galope la larga distancia que les separa del enemigo y luchan cuerpo a cuerpo con espadas...”

Amiano Marcelino


“Ni fuerza ni virtud humana pudieron nunca merecer que dejara de cumplirse lo que el destino hubo prescrito.”

 Amiano Marcelino


"Su apariencia superaba cualquier medida en cuanto a ferocidad bestial. Ya desde los primeros días de vida, surcan profundamente con un hierro las mejillas de los recién nacidos para que, llegado el momento, la rugosidad de las cicatrices impida el nacimiento de la barba, por eso envejecen imberbes, sin ningún atractivo, como si fueran eunucos. De miembros sólidos y gruesos, con nucas poderosas, monstruosamente deformes, se les creía animales de dos patas."

Amiano Marcelino
Descripción de los hunos
Tomado del libro de Jesús Callejo, Misterios de la Edad Media, página 54










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