"De veras hijo, ya todas las estrellas han partido. Pero nunca se pone más oscuro que cuando va a amanecer."

Isaac Felipe Azofeifa Bolaños
Atribuida



Itinerario simple de su ausencia

Qué manojo de rosas olvidadas.
Qué tibia pluma y mansa luz
tu cuerpo como un árbol,
como un árbol gritando,
con tanto poro abierto, con tanta sangre
en olas dulces elevándose.
Oh, sagrado torrente del naufragio.
Cómo amaría perderme
y encontrarte.

Isaac Felipe Azofeifa



Oh, tempestad de formas

Oh, tempestad, a dónde, a dónde me conduces, lleno de ti,
girando en el vacío, arrebatado por tu cruel ventura.

Yo quiero descansar, pero me avienta tu pulmón de violencia,
me arrebata tu vértigo, a dónde, a dónde me conduces.

Sobre tu móvil lomo avanzo, retrocedo, giro sobre mí mismo,
todas las cosas que conozco y recuerdo se precipitan en tu vórtice.

Ah, los pequeños animales que ahora están pegados a la tierra,
que tu ímpetu ignoran, tu dominio, tu posesión voraz del hombre.

Esta cima conquisto cada día, esta región de vendavales,
este mundo infinito donde nada subsiste y todo permanece.

Participo de este poder creador de seres, en sí mismo sin límites,
me hundo en la pasión paridora del cosmos, me deseo, me elijo,
desafío, asciendo entre castigos y catástrofes, y en lo alto,
pongo mi libertad, la tuya, la de todos, la del mundo infinito.

Oh, tempestad de formas!
Que la estéril rutina no me encadene a su vil gramática,
a su camino donde las estatuas ya son blancas vacas muertas,
y los paseantes se saludan -qué tal, qué tal-, mientras adulan
el pasado, y escupen juicios hacia el presente sin futuro,
hasta que el día es una alberca de peces muertos y agua inmóvil.

Dame la llama interior, dame la rebelión, dame lo real,
dame la puerta abierta hacia los otros,
dame aceptar activamente,
libremente vivir aún lo que es necesario.
Oh, aventura!

De tus manos espero seguir recibiendo el bien perfecto
de la súbita iluminación del rayo,
de la ilusión que se derrumba como un muro.
Dame vivir heroicamente,
aunque este reto sea tan pequeño que cabe
toda mi libertad en la forma interior de este verso.

Isaac Felipe Azofeifa Bolaños


“Para mí sería timbre de prestigio literario si pudiera decir que he tomado esa frase del texto de Lawrence que usted ha citado. Pero me llena de orgullo costarricense contarle que la frase salió de labios de una anciana guanacasteca.”

Isaac Felipe Azofeifa
En relación a la primera cita de más arriba


Primer día

El grito es lo más claro, todavía
la piedra es una estatua oscura. El viento
vaga sin arpa, solo. La Poesía
es un enigma, un canto sin acento.

El mismo sol, no halla aun su día.
Hasta el tiempo se agota en su momento.
Hay una agua sedienta. Hay una vía
sin hombre aun, sin ser, sin movimiento.

Un color, una luz, un solo aroma.
Un estar sin sustancia, un vivir puro.
Un aspirar que nada deja o toma.

Un rumor extasiado, sin idioma.
Un olvido celeste del apuro.
Aquí nace el poema o la paloma

Isaac Felipe Azofeifa


Trópico verdad

Verde lluvia, vertiente y territorio.
Verde el espacio. La luz verde.
El clima verde. Verdes las colinas.
Las hondonadas y los ríos verdes.
Un lago verde el valle. La montaña
verdeazul, verdemar, verdeprofundo.
Lo cerca y lo lejano en aire verde.

Verde lluvia, vertiente y territorio.

Roto temblor el verde de los plátanos.
Casi líquida lágrima, el verdor
del sauce. El verde
militar del café, el verdor húmedo
de junco, caña y lirio. Verde música
en el órgano -¡oh verde viento!- del bambú.
La plata verde
del eucalipto. El verdor silencioso
de los pastos, las malvas, las legumbres.

Verde lluvia, vertiente y territorio.

De mi sangre saltó una estrella verde.
Y verdín, verdinal y verdolaga,
mayo estira su lluvia hasta diciembre
en el trópico verde.

Isaac Felipe Azofeifa



Yo soy mi propia palabra

Yo soy mi propia palabra.
Yo soy los libros que leo.
Yo soy el pueblo que amo y que está hecho
de miseria y palabras.
Yo soy el mar de palabras y deseos que navego.
¡Oh savia viva, río de sangre, raíz mía!
Yo soy don Quijote soñador, pero también Justo Sánchez, jornalero,
y José Arcadio Buendía, loco de sueños como don Quijote,
pero también Roque Chaves, que me trae
lechugas y naranjas.
Yo soy mi santo civil, García Monge,
pero también Mendoza, mi ladino abogado,
y soy mi Luis de Góngora, lengua de artífice irónico,
pero también José Salvatierra, el albañil.
Y Cortázar, Darío, Asturias, la Mistral, Carmen Lyra,
y Neruda, pero también Antonio Siles, jardinero,
y Unamuno, y Don Ramón del Valle Inclán, pero también
la triste doña Emilce, doméstica, con su vocabulario desusado,
y don Vito el sastre, y Jaime, el vendedor,
y don Jacinto en su tienda,
pero también los sonetos de Julián Marchena,
y los cantos para niños de Carlos Luis,
y la poesía de piedra y lumbre de Mario Picado,
y la cólera cívica de Luis Barahona, que acaban de morir
y ahora hojeo sus libros incorruptibles
en el estanque de otro tiempo.

Yo soy mi propia palabra.
Herramienta de trabajo de Isaac Felipe, obrero
de la lengua castellana, torcidos los renglones,
y atareado de versos, lector sin hora de descanso,
que cada amanecer sale a cazar metáforas semidormidas
como un furtivo ladrón de estrellas poéticas
y compone el poema escuchándose como músico
y a veces también pide silencio universal
como si estuviera ayudándole a Dios
a crear una nueva criatura
con trabajo digno de alegría y justo descanso,
como acabo ahora, cuando amanece, este poema, y digo que
entero, como persona,
el hombre está en su palabra.
El mundo se aclara y forma
si el hombre da su palabra.
Tiene dignidad de hombre
el hombre por su palabra.
La mentira le corrompe
si no enfrenta su palabra.
Dada en falso, le descubre,
sin hombredad, su palabra.
Tuvo el mundo su principio
en una sola palabra.
Y crea la patria humana
el hombre, con su palabra.

Isaac Felipe Azofeifa











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