Duarte

El aire se llena de un
olor a selva africana;
brillan rostros de betún
en la naciente mañana.

Bailan las lanzas hirientes
sus ritmos largos y fieros.
Blancor de coco en los dientes
lucen los negros guerreros.

Ya llegan a la explanada,
altos lustros, zancudos;
el jefe muestra la espada
y ellos muestran los escudos.

Sobre una loma cercana
y sobre un negro corcel
Duarte –gloria quisqueyana–
espera con su tropel.

Ellos no temen y van
al combate carnicero,
pero el negro capitán
invasor, cayó primero.

Y sin jefe ya ni guía
la horda luciente y salvaje,
se perdió en la serranía
donde remata el boscaje.

Humberto Padró

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