Invitación al hombre
                                                                 
                                                                                   (A un estudiante de filosofía)
Que tu sangre
arda en las venas,
que en tu mente
jueguen las ideas,
que de tu cuerpo
brote el calor de la fatiga,
y que el sudor de tu piel
propague
la comprensión del sufrimiento,
el avance del pensar,
el avance del saber,
el avance del vivir.
Todo esto,
si logras hacer comprender
el temblor de admiración en una rosa,
en una espiga
en el vuelo de un pájaro,
en la luz de la lluvia,
en la noche con estrellas,
en la vida.
Si llegas a dejar en el camino
huellas de hombre positivas;
si llegas a olvidar
el silbido de un tren
que ya se aleja,
y recibes con otros oídos,
pegados a la tierra,
el silbido de otro tren.
Sin techo,
abierto al cielo,
que ruede sobre rieles tan terrestres
que circunde la tierra día a día,
en mil formas meridionales,
en mil formas paralelas,
en mil formas, siempre unidas.

Todo esto,
si al cruzar una calle
una niña ruboriza sus mejillas,
cierra sus pestañas al dolor,
y tú, sin daño alguno,
la vuelves al camino de la vida,
sin partir su boca con la escarcha,
ni dejar en su cuerpo moretones
o el rastro de otro ser que ser llaga,
llaga inerme a la malicia.

Todo esto,
si toleras un rosario artificial de amapolas
que desgranan su veneno tenuemente
en mentes ya ancianas y vencidas.
Todo esto,
si al mirar el crepúsculo gimiente
de un sol que agoniza,
escapa de tus brazos otro sol, otra brisa,
otra línea de horizonte
que avive brasas ocultas de ceniza.

Todo esto,
si llegas a tomar del mismo cáliz
donde el amor que nos embriaga
nos hace caer de distintos bordes,
y nos une en un mismo fondo,
como una sola hostia blanca,
como una sola hostia negra,
como una sola hostia de arco iris,
donde de un color a otro se pasa sin saltar fronteras,
ni se dan señales de decir que estoy llegando
ni se dan señales de decir que ya me fui,
o que vendrán, o que vendré, o que vinieron.

Hay muchas otras cosas que contar,
como hay muchas otras cosas que oír.
Pero si todo esto pasa,
que tu sangre arda en las venas,
que en tu mente jueguen las ideas,
que de tu cuerpo
brote el calor de la fatiga,
y que el sudor de tu piel
propague
la comprensión del sufrimiento,
el avance del pensar,
el avance del saber,
el avance del vivir.

Osvaldo Weimann


"Martín había estado asustado desde nuestro descubrimiento y ni sonreía, pero en ese momento rió de buena gana, algo así como un alivio. Volvimos a sentir tranquilidad y alabábamos la astucia del Moro, gracias a la cual serían encontrados los muertos.
Después de algunos comentarios, en los que ya nos imaginábamos la actitud que tomaría el «Cuervo», al dar con los ahogados, nos volvimos a casa. Martín iba conmigo, hablando de la frescura del Moro, que no tenía cortedad para mentir, como lo había hecho aquella tarde.
Cuando pasamos frente al bar de la esquina, cerca de la casa de Martín, oímos que dos hombres conversaban. Uno de ellos decía que los pescadores se habían perdido, porque salieron con zarpe para seis días y ya llevaban dos semanas, sin que se supiera de ellos. Nos sobresaltamos y proseguimos el camino, temerosos. Yo creo que si nos hubieran detenido para preguntarnos algo, el temor que nos invadía nos habría obligado a confesarlo todo, sin reparar en nuestro juramento.
Martín se acordó del rollo de película, que habíamos tomado en nuestra expedición a la isla. Si lo llevábamos al fotógrafo para revelarlo, se enteraría de que habíamos encontrado a los muertos que yo había fotografiado. Con esta situación se nos creaba un problema.
Mi hermano Perico era aficionado a la fotografía y sabía revelar. Le propuse a Martín que le entregáramos el rollo de película, compartiendo de esta manera con él el secreto, en la seguridad de que lo guardaría."

Osvaldo Wegmann
Primavera en Natales













No hay comentarios: