Las lanzas

Una palabra, un destello de acero, ambos fugaces…
Fue el día en que entregaron la humeante ciudad de Breda:
un ignoto soldado llamado Ramón Valdés
—agazapado en las filas españolas—
lanzó su espada al aire y hacia la plaza una injuria.
Algún otro el insulto festejó; y el incidente
se comentó por dos días como anécdota,
antes de regresar a la nada y al olvido.
Nunca Velázquez conoció esa minucia:
abunda en toda guerra la humillación al vencido.
Como ese gesto sin futuro, también
un día se olvidarán Las lanzas, Las meninas,
El niño de Vallecas, la sonrisa melancólica
de Spínola; y esta mano que hoy escribe y mañana
será tierra; y el hombre que ahora inventa un personaje
llamado Ramón Valdés, que en la toma de Breda
hizo ese gesto bravucón y minúsculo,
inhallable en las crónicas como en la tela de El Prado:
un hecho de fantasía y una historia que existe
sólo en justificación de este poema.

Guillermo Eduardo Pilía
Ojalá el tiempo tan sólo fuera lo que se ama, 2011



Lo que a nadie le importa

Ahora que el tiempo va trayendo sosiego
y que hallo cada cosa en su lugar
—cada cuerpo geométrico en su sitio
como en un test de inteligencia—, ahora
que cada sentimiento ocupa su baldosa
y lo que de mí me avergüenza se equilibra
con lo que de mí me enorgullece,
ahora —precisamente— me acuerdo
—ya casi sin dolor— de las miserias
que ayer nomás pensaba que tal vez
no iban nunca a concederme reposo:
el color azul gris de mi uniforme
de soldado, el amigo o la mujer
que traicioné, el amigo o la mujer
que a mí me traicionaron, la sonrisa
que alguna vez le di —por miedo— a un asesino
y la imagen de mi abuela que comía en silencio
la manzana de sus cien años de pobreza.
Sólo lo que a nadie le importa sino a mí,
lo que no he vivido y lo que siempre he callado,
lo que nunca conoceré ni escribiré,
lo que conmigo se muere: sólo esto me acongoja.

Guillermo Eduardo Pilía



Pan de la memoria

He dejado a mis padres
en esa casa que fue alguna vez
del tamaño del mundo. —Hay allí,
bajo esos zócalos, en cada grieta
de sus lajas, un tiempo en su sepulcro;
allí una hierba fina va creciendo
como la cabellera de los muertos—.
Estos pocos recuerdos son mis únicas
certezas por ahora. —Y la infancia
—como una espina de naranjo verde—
es una extensa mañana de lluvia;
es un agua metálica y humilde
que hervía en grandes ollas
y el perfume del apio y del arroz,
del perejil y la albahaca. Más tarde
yo iría a revolver en los roperos
sin saber que otras vidas más profundas
perduraban detrás de las maderas.
Acaso no existía diferencia
entre el sueño y la vigilia, entre un lado
y el otro del espejo, del armario
—aquel en que un abuelo silencioso,
embutido entre los sacos decrépitos,
sonriente descansaba—. No sabía
entonces lo que vive o sobrevive
debajo de las lajas y los zócalos,
ni el destino del pelo y de las uñas;
hoy hablo —claro está— de aquellos años
en los que nunca sentía el temor
de vivir con las sombras, tan distantes
de otros que llegarían a traer
gota a gota la piedad y la pena.
¿Por qué será que ahora
casi nunca se despierta feliz
quien soñó con sus muertos?
Sólo tras muchos viajes por mi sangre
volvería a esos cuartos para hurgar
entre los sueños y entre los roperos,
igual que cuando era aquella casa
del tamaño del mundo. —Hoy comprendo
que todo ese mosaico de vivencias
tuvo encaje y sentido en aquel tiempo:
las perchas, las cigarras, las sombrillas,
las cuentas de un collar, las flores rojas
que veía al despertar de la siesta.
Y el olor de la harina humedecida
con que se amasa el pan de la memoria.

Guillermo Eduardo Pilía
Ópera flamenca, 2003




Presagio de peste

La lluvia invernal, la primera,
ha desquiciado el dulce letargo
de la vida eremita, la certeza
del fuego y las bodegas bien abastecidas,
ha traído a los muros protectores
del convento, la lepra de los años,
el moho de los muertos embutidos
tras las húmedas paredes. Un temor de peste
clausura los ruinosos huertos, emigra
el alma de la vieja iglesia.

Hacia el río y los confines
de la tierra, qué triste corre
sobre el cipresal el humo de las sábanas...

Guillermo Eduardo Pilía



Rimbaud en Java

La piel de los javaneses es suave y sin vello y hay algo escultórico en la forma en que se inclinan para encender sus pipas de opio.
En otra vida me hubiese gustado pertenecer a esa nobleza vernácula y dormir un sueño de amapolas bajo un dosel de gasa, en las noches impregnadas de humedad vegetal y de mosquitos.
Sí, aun los príncipes de tez dorada y perfumados cabellos languidecen en estas islas selváticas, igual que en la Europa de los viejos pontones.
Sucios fumaderos de opio donde no hay rangos ni prosapia: me recuerdan los sórdidos cafés parisinos, con su atmósfera sudorosa y grasienta y el vaho del ajenjo que una mano borracha derramó.
Como esta mujer que sirve las pipas encendidas a quien paga por narcotizarse, así también yo he dejado allá a lo lejos, pero para quien quiera tomarlo de balde, un veneno perdido.
Muchos lo beberán en madrugadas remotas, cuando yo ya me haya olvidado por completo del que antes fui, como quien se olvida con la aurora de los rostros monstruosos de un mal sueño.
La piel de los javaneses es suave y sin vello. Los hombres, en las aldeas, ofrecen los amores de los efebos para preservar la virginidad de sus mujeres.
¿Qué hora será en París? ¿Habrá niebla, lluvia, acaso viento? ¿Qué joven colegial incubará sin saberlo el amor malsano por una nueva poesía, como aquí este nuevo amor, este deseo con el que los antiguos emponzoñaron gozosamente su sangre?

Guillermo Eduardo Pilía


"Siempre me apasionó la historia, especialmente la historia argentina, que es mucho más rica que cualquier literatura. Considero que la historia sustituyó, en gran parte, la pobreza de novelas de nuestro siglo XIX. “Facundo” y las demás biografías de Domingo F. Sarmiento son verdaderas novelas, incluida su propia autobiografía. Por eso mis intereses intelectuales se vuelcan en parte hacia la historia, sobre todo hacia la historia cultural. Ya hace casi 25 años que trabajo en el Archivo Histórico de la Provincia de Buenos Aires, un lugar privilegiado que me ha permitido desarrollar éste y otros trabajos, como la edición facsimilar de “El Triunfo Argentino” de Vicente López y Planes y varios trabajos sobre toponimia."

Guillermo Eduardo Pilía








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