A Carlos Darwin

Gigante de la ciencia redentora,
atleta del humano pensamiento,
¡oh Darwin, tú, que con robusto aliento
del hombre escribes la primera hora!

Ya el Adán mitológico no llora
del Paraíso el triste alejamiento;
y fuerte el hombre y de verdad sediento
mira el Edén en el futuro ahora.

Nuevo Moisés, tu génesis bendito
es de una ley revelación sagrada,
que en sus obras sin fin Natura ha escrito.

Ruede en el polvo el religioso mito;
¡el Progreso es el fin de la jornada
del átomo impalpable al infinito!

Emilio Antonio Escobar


Con ella ciertamente sin ella

Me faltan palabras
piedras resistiendo el aguacero de la ausencia

Me faltan lágrimas
para salir de este abismo que cercena tu nombre

No es lo que siento lo que digo
ni lo que estos versos quieren decir semeja en lo mínimo
este caer de truenos sobre mis flancos
este rompérseme la columna y sus vértebras
cuando de pronto volcado en mí mismo vuelvo el rostro hacia el otro lado
distante de mi cama y encuentro]
no una mujer desnuda
no unos largos cabellos estrellados a la almohada
ni un ligero respiro que pertenece al verso
sino un mineral intermitente de Carbono (C6)
Vaciedad de mí. Vacío yo. Vacuidad de mis venas. Oquedad de mis
huesos.

Emilio Antonio Escobar



Del cerezo en flor

Vamos a caminar entre surcos de sepia
tendernos ante la tenue sombra del cerezo
enterrado al sol que tiembla tan distante.

Hay que detenernos antes de zarpar hacia nuestra lejanía,
antes de que el verso termine de derrumbar tantas inútiles hojas,
porque sólo en esta quietud te encuentro hermosa,
porque ese cerezo dice tu nombre entre la corteza y sus pétalos
y apenas su dulce sombra semeja tu suave cuerpo.

Iré a cortar un ramo de hierbas finas para que adorne tus corolas
para que seamos esa línea del viento que surca los colores al horizonte.

Tú, mientras tanto, procura soltar diez verdines diarios
para que tan sólo uno trine en mi balcón
y me traiga mañana el aroma del sol, del cerezo,
tu aroma en un inocuo canto que se desplome ante mi abrir de ojos
y encontrarme disolutamente solo,
absuelto de ti.

Emilio Antonio Escobar



Entretierra

Oír la noche es oír el viento que cruza estos montes paralelos.
Oír los grillos comiéndose el miedo.
Pero ver
las constelaciones en medio de las montañas
cosa grave que excava lágrimas, sepulta alegrías.
Y pensar
que puedo ver reflejada tu pupila aguamiel en estos astros
resulta imposible
te resulta
imposible
ver tantas y desdichadas estrellas.

No estamos unidos por el himen del cielo
este légamo de astros no cae, pero traza pentagramas en nuestros ojos.

Pero no estos grillos comiéndose el miedo,
no este viento azorando la cabaña,
no en la tierra abriendo vida,
ni los inflamados luceros. (Tienen nada que ver).

Este es un dolor entre dos, donde la soledad exige su explicación
y acá los huesos son compartidos.

Emilio Antonio Escobar

















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