A Gertrudis Gómez de Avellaneda

En blanca nube que esmaltada brilla,
conduce Apolo en su triunfante carro
a Tula noble en ademán bizarro
hacia las playas de la indiana orilla;

Cuba cantando a su llegar se humilla,
y entre su choza de palmera y barro
hace resuene de Almendar al Darro
el corvo caracol que da la Antilla.

Himnos de gloria en su oblación le envía
el turbio y perezoso Manzanares,
y un torrente de célica armonía

desprende la matrona de Almendares
diciendo con placer: «La poesía
tornó risueña a sus paternos lares.»

Enrique Gronlier


A Isabel

Toma, Lesbia, las páginas preciosas
del bello libro que a tu mano envío,
cual santa prueba de un recuerdo mío,
en vez de darte mis mezquinas glosas;

en él verás las plantas olorosas
que besan ledas el sonante río;
la rubia espiga del ardiente Estío
que se doblega entre fragantes rosas.

Es historia de férvidos amores
do marca la virtud su noble paso:
Es poema de lágrimas y flores.

Una pasión que floreció en su ocaso;
porque es, Belisa, un cuento de pastores
del amante y sensible Garcilaso.

Enrique Gronlier


Tus cartas

Como de un bosque tétrico en el seno
suena l rumor melódico del río
y parece al sonar su murmurío
que está de orquesta bullicioso lleno;

así en mi corazón triste y sereno
de impresiones eróticas vacío,
nacieron los calores del estío
al traducir tu acento que es tan bueno.

En cada frase de tus cartas bellas
hallo un poema célico de amores,
porque observo que tierna te querellas

como ave que suspira entre las flores
y ya que con tus lágrimas las sellas
acuérdate de mí, pero no llores.

Enrique Gronlier










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