A la poesía

¡Oh, celeste raudal de melodía
que jamás enmudeces ni te agotas;
en ti palpitan las sublimes notas
que arrancan de tu plectro la Armonía!

Si de ti me aparté, si en triste día
miré las cuerdas de mi lira rotas,
hoy con fuerza mayor en mi alma brotas
e invocarte de nuevo me extasía.

Esta corona de perfume agreste,
¡Oh, Deidad!, que en tus aras deposito
pueda tocar la fimbria de tu veste!

Y al elevar a ti mi pensamiento,
de la edad en el piélago infinito,
¡blanca estela de luz deje mi acento!

Esther Lucila Vázquez


Inmortal

¡Qué bella es esa rosa engalanada
con sus rizados pétalos de nieve!
Al asirla tu mano blanca y breve
resplandeció la dicha en tu mirada.

Ponla en dorado búcaro inclinada,
do vuela en torno mariposa leve,
donde la brisa que sus hojas mueve
pueda esparcir su esencia delicada.

No importa que mañana se halle triste,
nunca podrá desparecer su gloria,
si en ti un recuerdo cariñoso existe.

Que no es morir la postrimer partida,
cuando se deja en pos de una memoria
sino vivir ausente de la vida.

Esther Lucila Vázquez



Perlas

Toma el collar de nacaradas perlas,
en su nevado cuello lo coloca
mientras la risa escapa de su boca,
y en el vecino estanque corre a verlas.

Mas temerosa luego de perderlas,
se sienta presto en la maciza roca.
Y una y cien veces con amor las toca
cual si tuviera miedo de romperlas.

Cíñese el brazo nítido y redondo,
vierte alegre el collar en sus rodillas
y el fin lo enlaza en su cabello blondo.

Pero un ave pasó: con sus alillas
lanzó el tesoro al cristalino fondo...
¡Y perlas mil bañaron sus mejillas!

Esther Lucila Vázquez












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