A las justicias rojas

Persuadid, no matéis. El asesino, 
el que recurre al crimen, 
le roba a la Verdad lo más divino 
que tiene la Verdad; la confianza 
en su fúlgida luz. Los que redimen 
nunca ponen su encono en la balanza 
del tribunal sereno del Futuro. 
¡El Porvenir debe irradiar más puro 
que la lumbre del sol! ¡Sed esperanza, 
nunca tea o puñal! Sed como Cristo 
que bendice la cruz. Sembrad amores, 
como cría perfumes la azucena 
y el espinillo se deshace en flores!
........................................................

Yo veo el porvenir de otra manera, 
y lo veo mejor que la mirada 
del asesino, que reluce fiera 
bajo la augusta bóveda estrellada. 
¡Lo que viene es amor, amor profundo 
hasta para lo vil! ¡Es la preciosa
metamórfosis que hace del gusano 
una apolicromada
camelia de los huertos del verano,
una grácil y dulce mariposa!
¡El futuro es amor! ¡Envaneceos, 
seres del porvenir! ¡ Será más pura 
en vosotros la sed de los deseos 
que los diamantes de la noche oscura! 
¡Paso al bien, paso al bien que es llamarada 
en la Verdad y amor en la Hermosura! 
¡Nunca matéis! ¡Mi padre lo decía, 
y mi padre sabía
el secreto más hondo, el mas bendito,
el último secreto que murmura
la voz del Porvenir en lo Infinito!...

Carlos Félix Roxlo y Miralles


Andresillo 

"La Libertad", "El Pueblo", iba gritando 
Por calles y por plazas, 
Cuando el jardín se cubre de heliotropos, 
De azules lirios y de rosas pálidas. 
"La Libertad", "El Pueblo", repetía 
Sobre el fango y la escarcha 
Cuando tiemblan los árboles desnudos 
Y se encorvan las ramas.

Descalzo, el cuello al aire, mal prendido
El pantalón que a la rodilla alcanza;
Sobre el cabello inculto, vieja boina
De dudoso color y rota malla;
Trigueño, endeble, sin descanso y ágil,
Por calles y por plazas,
A la lluvia y al viento,
Sobre el fango y la escarcha
Iba gritando con su voz ya ronca:
"La Igualdad", "La República", "La Patria".

II

Se llamaba Andresillo y contaría
Diez primaveras a lo más; su infancia
Fué una penumbra dolorosa y triste,
Como aurora de un día de borrasca;
Un pasaje del Dante; una tragedia
Escondida en la bolsa de una larva.
Recogido del suelo del suburbio,
Hijo de la embriaguez y de la infamia,
Creció entre golpes y denuestos, sólo,
Sin escuchar jamás esas palabras
Que parecen el salmo de las cunas
Y que las madres verdaderas cantan.

No le vieron jamás sus compañeros
En los alegres corros de la playa;
Ni precedió a las tropas en revista,
Al vivo son de la marcial charanga;
Ni merodeó jamás en los frutales
Que la ciudad circundan, ni su charla
Hizo sonreír al viejo transeúnte
Que junto al grupo de chicuelos pasa.

Creció en un antro, conociendo el hambre;
Junto a un hogar sin llamas,
Y apenas supo andar, sus manecitas,
¡Sus manecitas por el frío cárdenas!
Ofrecieron temblando al pasajero
Esas hojas inmensas en que vagan
En orden apiñado
Las líneas negras y las líneas blancas.
Vendiese poco o mucho, eran los golpes
La recompensa diaria;
Y fuerza fue agotar la mercancía;
Gritar "El Porvenir", "La Democracia",
"El Progreso", "La Idea", con voz ronca,
Bien estridente, alta,
Para aplacar la furia del verdugo,
De la mujer salvaje y sin entrañas,
Que adoptó porque sí, por hacer algo
Al hijo del misterio y de la crápula.

Si el niño - ¡Perdón madre! - le decía
Deshaciéndose en lágrimas,
Aquella furia contestaba alzando
Su diestra de giganta:
-iTu madre fue una horrible mujerzuela!... 
¡No me llames así!. . . ¡Duérmete y calla!- 
En tanto un hombre, que paseaba ebrio 
Por la mísera estancia, Azuzaba a la bruja murmurando:
-Haces bien: ¡que se duerma o que se vaya!- 

Así pasó del huérfano
La dolorosa infancia:
¡La infancia de Andresillo, un condenado
De que el Dante no habla!

III

Una noche de invierno, triste y fría;
Noche de lluvia sepulcral y opaca,
Andrés enfermo, pero alegre y ágil,
Volviendo a su prisión cruza una plaza.
No es fácil que le peguen; ha vendido
Cuanto quiso vender, y aun cuando se halla
Con fiebre y muy cansado, sólo el frío
De la lluviosa noche le acobarda.

De pronto oye un sollozo; es una niña 
Huérfana como él; como él oleada 
Del fango, de la sombra y compañera 
De oficio y correrías. -¿Qué te pasa? 
¿Por qué lloras?- le dice, y sollozando 
La pequeñuela exclama:
-¡Que no pude vender todos los números 
Y me van a matar! - ¡Mi pobre Paula! 
¿También a ti te pegan? -¡Es por eso 
Que tengo miedo de volver a casa!

-¿Cuántos números tienes? - Andrés dijo
-¡Ocho! - responde la pequeña. ¡Oh santa 
Compasión del insecto por el átomo! 
Andresillo infeliz la frente baja, 
Compra los ocho números y sigue 
El camino que lleva a su morada, 
Calculando los golpes que le esperan, 
Llena de angustia el alma, 
¡Mientras que de rodillas en la noche. 
Sobre las nubes pardas, 
La madre de la niña sin ventura 
De gratitud y de dolor lloraba!

IV

Llegó Andrés a su cueva; vio en lo oscuro
El gastado jergón de húmeda paja,
Y sobre tosca fuente junto al fuego
El humo de las viandas.
-¡Si te queda algún número a la calle!- 
La mujer le gritó - ¡La noche es mala
Y no pude vender! - Con ronco esfuerzo 
Del niño balbucea la garganta
Ya llena de sollozos. - ¡A la calle!
¡A dormir en los bancos de la plaza!
-¡Estoy enfermo y la ventisca sopla!
-¡A la calle, repito! - Y la giganta
Hecha una furia de cabellos rojos
Dejó al niño y la sombra cara a cara.

Lo que el niño y la sombra se dijeron
Es un misterio aun; tal vez el alma
Enternecida de la pobre madre
Sobre el niño tendió las leves alas.
Lo cierto es que al venir el nuevo día
Los quinteros que entraban
En la ciudad, rigiendo adormecidos
Con mano floja, las carretas tardas,
¡Le vieron con asombro
En el umbral oscuro de la casa,
Lívido, inmóvil, azulado, muerto,
A la confusa claridad del alba!

Carlos Félix Roxlo y Miralles



"Dios te guarde, tierruca donde nací, reina de mi albedrío, señora de mi amor, nodriza de mi numen y placer de mis ojos. Llena eres de gracia en tu cielo azul, en tu sol de púrpura, en tus cuchillas con contornos de seno rebosante de miel, en tus montes preñados de eglógicas endechas y vírgenes perfumes, en tus aguas que corren bajo cortinas de sauces verdiargénteos, en tus praderas con tapices de yuyos vigorizadores y hasta en lo oscuro de tus entrañas donde se crían el carbón junto al ópalo y el oro junto al mármol.
Bendita eres entre todas las naciones americanas, las de gorro frigio, las de evangelio republicano, por tu indómita bravura en la guerra, por tu incansable trabajo en la paz, y también son benditos los frutos de tu seno, hidalguía en el hombre, pudor en la mujer, música en la calandria, cinamomo en el árbol, pureza en la fuente, panoja en el maizal, espiga en la era, racimo en la vid, carne con gusto a trébol en la res vacuna y sedosos vellones, como lampos de nieve, en los ovinos de manso mirar. ¡Dios, que es contigo, coloque en tus hombros alas para subir a encender la luz del astro de tus banderas, en la luz sin eclipses del sol de futuro, tierra de promisión, jardín del milagro, edén sobre el que caen los balcones del cielo, órgano místico donde Latorre lloró las clarinadas enronquecidas de Catalán y rústico altar donde Lavalleja rezó las salves libertadoras de Sarandí!"
¡Haz que en ti creamos y en ti adoremos ahora y en la hora de nuestra muerte! ¡Haz que en ti confíen y en ti idolatren, como nosotros, los nietos de los nietos de tus hijos de hoy! ¡Haz que así sea por siglos de siglos, eternamente, hasta el fin de los mundos, oh patria en cuyas cumbres los pamperos redoblan el nombre de Artigas!"

Carlos Félix Roxlo y Miralles



En plena dicha

Si el amor es la esencia de la vida,
¿Por qué estás de quererme avergonzada?
¿Por qué doblas la frente entristecida?
¿Por qué el lloro te nubla la mirada?

¡Levanta con orgullo la cabeza!
¡Mueve tu joven corazón con brío!
¿De qué servía tu gentil belleza
antes de abrirse bajo el beso mío?

Todo tiene marcado su sendero:
el polen urde las florales galas,
y en el agreste azúcar del romero
la avispa moja el zumo de sus alas.

¿Qué hace el rubí, con todos sus fulgores,
de su estuche en el frío calabozo?
¿De qué nos servirían los amores
sin la suprema convulsión del gozo?

Todo tiene marcado su camino:
cuando relumbran las estivas llamas,
entre los juncos del uncal vecino
las culebras enroscan sus escamas.

Teniendo tu belleza esplendorosa
de Friné las sagradas desnudeces,
¡sólo la envidia, la infecunda diosa
podría hacer severos a tus jueces!

¡No por arrepentida, por amante,
por joven, por gentil y por morena,
Jesús de Nazareth besó el semblante
pálido y tentador de Magdalena!

¡Por eso nada más! Por su hermosura,
el Maestro que amaba y comprendía
perdonó a la mujer tierna e impura
que en sus largos cabellos le envolvía!

¡El que castiga sin juzgar, desbarra!
¡No dobles con angustia la cabeza!
¡No existiría el tigre sin la garra,
ni el instinto sexual sin la belleza!

¿Qué importa que te adore y que me adores?
¿No se acoplan los tordos en los nidos?
¿No fecundan las flores a las flores?
¿No se parten los astros encendidos?

¡Álzate, pues, impura y victoriosa
sobre el purpúreo ocaso de mi vida!
Ser joven, ser amada y ser hermosa
es ser cincuenta veces bendecida.

El que creó los sexos y en el yino
de la ilusión templó las voluntades,
quiere que aquellos cumplan su destino
y odia las infecundas castidades.

¡Brille e impere tu beldad suprema
de las lujurias en los antros rojos,
y abrásate en el fuego que me quema
cuando me miran tus oscuros ojos!

¡Consiente que me abisme en tus hechizos,
en el perfume de pasión que exhalas,
y que sobre la noche de tus rizos
la voluptuosidad pliegue sus alas!

¡No la espantes, mi bien, con el tirano
rubor que anubla tu pupila hebrea,
ya que su dulce y complaciente mano
con invisibles gasas nos rodea!

¡Déjala que la cierre con el broche
donde el espasmo escribe sus alegros,
mientras hundo mis ojos en la noche
grande y profunda de tus ojos negros!

Carlos Roxlo

























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