A mi primera nieta

¿De dónde vienes tú, de dónde vienes,
imagen recobrada, espejo mío,
al eterno fluir del viejo río
en el que tú, pasando, te contienes?

¿A qué nueva aventura me previenes
con miradas de blando desafío,
si ya es otoño de que fuera estío,
con mucha tarde gris sobre mis sienes?

La gracia de tu llanto y de tu risa
son, niña mía, un clarín sonoro
que me grita: ¡deprisa, más deprisa;

que hay en mi amanecer sueño de oro!
Pero un sabor de mar me trae la brisa.
¡Río que acaba, me detengo y lloro!

Felipe Molina Verdejo


A una Ciudad-dama, a la que no se puede dejar de querer

No eres sólo nostálgica pintura
de añosos huertos y de ajadas flores;
de escenarios perdidos y de actores
que ya acabaron su comedia oscura.

Algo queda de ti, algo perdura 
más fuerte que la edad y sus rigores:
cautiverio saberte de amadores,
fieles en tu quebranto o tu ventura.

Afligirlos podrán las añoranzas
de encantos que perdiste al deshacerte
en sueños y en antojos de mudanzas.

Pero tan suyos son que no habrá muerte,
ni ruinas habrá ni malandanzas
que logren apartarlos de quererte.

Felipe Molina Verdejo




Del ser y del sentir

A VOSOTROS, AMIGOS, mis amigos,
los que sabéis buscarme sin codicias
de fáciles sonrisas en los labios.
Los que me veis salir todos los días,
como uno más, como vosotros mismos,
para ganarme el pan con estas manos,
que, a veces,trazan versos y los rompen
como un juego infantil de hombres maduros.
A vosotros, amigos, los dedico,
como una ofrenda más, sencillamente.
Porque sabéis que os doy, con cada verso,
una sonrisa mía y una lágrima,
y entre ellas dos, mi vida, naufragando
un poco cada vez, por vuestro afecto.

Felipe Molina Verdejo


Olivo-pueblo

Olivo, padre olivo
de la estirpe pagana de los dioses,
varón atormentado
que hundes tus raíces
como manos crispadas
en la tierra que enfeudas y arruinas.
¿Sabes que eres hermano
de los viejos labriegos silenciosos,
como tú, silenciosos?
Jornaleros con ojos de aceituna
y la tez verdinegra.
Los sufridos hermanos de los soles ardientes,
de las albas heladas
en los eneros paridores de tus frutos.
¿Sabes tú que eres pueblo,
que tu unidad se pierde en muchedumbre
de olivar infinito?
Infinito olivar que multiplica
tu imagen y la extiende
como el pueblo fecundo
repite al hombre,
lo funde, lo confunde.
Tú eres pueblo y vives de rodillas
en un Getsemaní de plata sucia,
con un destino negro
de ser un redentor apaleado.
Una vez y otra vez como a los hombres
de este inmenso olivar llamado pueblo,
te arrancan a varazos,
a dentelladas de manos como bocas
tu fruto amargo,
el fruto de tus cópulas secretas
con la luna tendida entre los montes,
cuando pasa el silencio entre tus filas,
y los braceros yacen con sus hembras
en los cortijos negros,
para darle a la tierra otra cosecha
de braceros callados.
Los valles, los alcores
se han llenado de vuestra descendencia,
olivos jornaleros de una gleba infinita,
horda gris y mesnada
de viejos los caciques
que con vosotros cercan y sitian
- ¡con vosotros, pacíficos olivos! -
la cripta ciudadana,
donde vuelan los bronces codiciosos
del dorado sudor de vuestros frutos,
ese sudor que sabe
a llanto y amargura de los siglos.
Vosotros sois testigos
de mucho amanecer esperanzado,
cuando agotan sus alas
en el último vuelo las lechuzas
siempre sedientas de vuestro espeso oro.
¡Olivos jornaleros de una gleba infinita!
Quizá un nuevo viento
sacuda vuestras ramas como brazos,
y os traiga la conciencia
de vuestro poderío de muchedumbre.

Felipe Molina Verdejo


Soneto

¡Cuando miro tu tronco torvo y fiero,
tu tronco casi humano, padre olivo,
un dios pagano rudo y primitivo
te descubro, un viejo dios ibero.

Y preso de tu fuero y desafuero,
cultrario de tu culto y tu cultivo,
muere en tus ramas-brazos, sin motivo,
el cuerpo aceitunado del bracero.

Y su sangre y tu savia se confunden
en la tierra irredenta en que se hunden,
como manos crispadas, tus raíces.

Y tu torcida y bronca arquitectura
se me aparece cepo y atadura
de estos pueblos varados e infelices.

Felipe Molina Verdejo













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