"A Neruda no le gustaban los poetas librescos, como Borges; quería mucho a Yevgueni Yevtushenko, que me defendió cuando volví de Cuba: me abrazó a la rusa. “¡Jorge, tenemos que estar contentos de que Heberto esté vivo aunque esté preso!” Él sabía lo que era el estalinismo real, lo había sobrevivido. Neruda veía estas cosas y en el fondo se las tragaba. Era, eso sí, amigo de sus amigos. Por ejemplo, de Louis Aragon, un disidente a quien los rusos le cerraron su revista y le dieron una medalla. Así eran las cosas."

Jorge Edwards Valdés



"A todo esto, la señora que había hecho su entrada en el dormitorio y sala de música de Jorge Rengifo Mira, mientras todavía resonaban los tubos del órgano eclesiástico, pero también laico, mundano, casi bromista, del maestro César Franck, era de mediana estatura, más bien rolliza, de caderas bien formadas, de sonrisa, mirada, gestos, que me hicieron pensar en una cortesía en vías de extinción, de los tiempos de César Franck, precisamente, de Gabriel Fauré, de Ernest Chausson, y hasta de sus barrios, de sus parques, de sus luces matizadas, de sus balconajes ondulados, de sus biombos y motivos japoneses. Iba vestida sin lujo excesivo, pero en forma agradable, con un traje sastre de tonos rosados, de marfiles tenues, que concordaba curiosamente con la pintura que colgaba de las paredes de la sala. Debía de tener unos ocho o siete años menos, quizá cinco o cuatro, que Rengifonfo, que ya se acercaba con paso decidido a los sesenta, y era, como lo supe de entrada, jueza titular en lo civil de uno de los juzgados de mayor cuantía de Santiago. Hablo, insisto, de los años de mi primera juventud, lo cual significa que hablo de costumbres bastante pretéritas, y en aquel entonces no era frecuente que hubiera mujeres en el Poder Judicial, y menos en sus escalones más altos. Ella aceptaba, por lo demás, y esto también lo supe muy pronto, lo excepcional de su situación, y daba por descontado que le sería muy difícil, casi imposible, ascender al rango de ministro de Corte, todo lo cual la inclinaba a escoger la alternativa de una jubilación temprana, de una vida apacible, organizada de otra manera, de un matrimonio que se podría llamar, visto desde fuera, de amistad y de conveniencia, aunque siempre cabría la posibilidad de que fuera un poco más allá de eso."

Jorge Edwards
El descubrimiento de la pintura


"Antes de dormir, en la habitación oscura, pienso en los racimos de mujeres asomadas a las ventanas. Los vestidos se abren y surgen los pechos turgentes, los vientres redondos, marcados por la fatiga. Me hago la idea de levantarme y partir otra vez a buscarlas. Podría pagar con un cheque. Pienso después en la balsa, en el agua tranquila y engañosa, en tus chillidos. Avanzas en la oscuridad, en el traje de baño de entonces. Tus muslos duros, blancos, en contraste con la tela negra y elástica. La verdad, no voy a salir; prefiero hundirme en la cama y esperar que llegues. Pero no llegas nunca. Te demoras interminablemente en llegar. La otra noche entró mi madre, tartamudeando, fétida a alcohol, indignada contigo porque no vienes a visitarla nunca . -No es muy agradable venir a esta casa de visita-, le dije, y soltó el llanto. Sollozaba y se estremecía entera. Me dio pena, pero tuve que expulsarla de la habitación para que me dejara dormir. En vez de dormir, permanecí con los ojos abiertos en la oscuridad, esperándote. Igual que ahora. A sabiendas de que no ibas a llegar, de que la oscuridad permanecería idéntica, deshabitada, sin engendrar milagros."

Jorge Edwards
El orden de las familias


"El escritor ha de contar lo que le pasa..."

Jorge Edwards Valdés


"El español es esa lengua común que nos desune."

Jorge Edwards Valdés



“Hay en España una escasa curiosidad intelectual, mucha indiferencia. Lo conocido se acepta y explora, pero se ignora lo otro.”

Jorge Edwards Valdés



"Mis primeras lecturas vienen de aquellos jesuitas: o me daban porquería o me prohibían libros. Yo estaba enamorado de Unamuno, y el padre Hurtado, al que ahora han hecho santo, me lo prohibió. Claro, me lo tragué enterito."

Jorge Edwards Valdés



"¿Por qué lo trataría de señor? Pero a él se le había olvidado, qué torpe, el cumpleaños de la Pepita, a pesar de que Ignacio, el oso, mientras golpeaba el cincel contra una piedra grande, se lo había dicho y repetido. Ella contó, entonces, mirándolo, y mirando después al Gordo, que estaba sentado en un sofá de tela amarilla, con los pies cruzados, con el mate en las manos rechonchas, y que la contemplaba con una sonrisa de beatitud, de verdadero éxtasis, la baba le asomaba por la comisura de los labios gruesos y se le caía, que Ignacio había recibido una cantidad de papeles que le había mandado su primo, don Manuel, desde su destierro en Italia, y que se había dedicado con locura, pasando las noches en vela, alarmando a la pobre Pepita, a estudiarlos, a descifrar la letra de pata de mosca, a interpretar las enrevesadas citas de la Biblia, las complicadas predicciones, que anunciaban, todas, sucesos pavorosos, inundaciones, cataclismos, salidas de los mares, seguidas de la aparición de una bestia gigantesca, que se alimentaba de sangre humana, que tenía la piel cubierta por pesadas escamas de fierro, como corazas, y que lanzaba llamaradas por la boca.
Tres o cuatro días después, don Bernardo Llanete, comerciante en aceite y en sebos, almacenero en la calle de la Ceniza, metido ahora, según decían algunos, en el estanco de la sal y del tabaco, se hizo anunciar por un niño de los mandados, un indiecito de quiscas paradas en la coronilla. El niño le entregó un papel, escrito con caligrafía borrosa. Preguntaba si no habría inconveniente para que le hiciera una visita a las seis de la tarde. Que venga, le contestó al niño.
Don Bernardo, de cara redonda, con rizos encima de las orejas, de cabeza calva, con un gorro de peluche verdoso, se presentó a las seis en punto. Quería, explicó, resoplando, encargarle una casa que fuera igual a la Moneda: en más chico, se entiende. Acababa de comprarse al contado, al contado rabioso, un pesito fuerte encima del otro pesito, así dijo, un cuarto completo de manzana en la calle de las Monjitas esquina de San Antonio, y su ardiente deseo, señor Architecto, era que la casa se viera desde la puerta de la Catedral, a la salida de las misas solemnes, en el momento en que todas las autoridades del Reino, las del cielo y las de la tierra, salían de adentro juntas, con todo su séquito y paramentos."

Jorge Edwards
El sueño de la historia



"... soy muy poco esotérico. Fui alumno de los jesuitas y me convertí en un agnóstico, y la cosa espiritualista, aunque sea oriental, nunca me termina de convencer."

Jorge Edwards



"Vivíamos en cárceles mentales. Cabrera Infante estaba prohibido por traidor, y traidor consideraron a Vargas Llosa. Como a mí. Estaba prohibido tenernos cerca, leernos. A Neruda, sin embargo, un crítico chileno que no era de su cuerda le prestó quinientos pesos para que pudiera imprimir su Crepusculario."

Jorge Edwards Valdés















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