¿A qué?

                                       "Ya perdieron su arrullo los ocasos
                                           y los abismos florecieron huesos".
                                                                             Matilde Espinosa

A qué llevar hacia el azul los pasos;
a qué nombrar las cosas dulcemente,
si para la penumbra confidente
«ya perdieron su arrullo los ocasos».

A qué entreabrir los sitibundos besos;
a qué dejar la rosa en la ventana...
Bajó desde los cielos lumbre vana
«y los abismos florecieron huesos».

A qué mecer la tarde entre los brazos,
ni sentarse a la orilla de la fuente,
si en el sordo rugido del torrente
«ya perdieron su arrullo los ocasos».

Inútiles ya todos los regresos,
divaguen en la sombra nuestros pasos
«ya perdieron su arrullo los ocasos
y los abismos florecieron huesos».

Carlos López Narváez




Adoración

Una flor no ha traído jamás la primavera
digna de la embrujada noche de tu cabello
y que en blanda agonía, cercana de tu cuello
bajo el tibio perfume de tu aliento muriera.

Ni seda se ha tejido por mágica hilandera,
ni tul, ni encaje dignos de velar el destello
de tus brazos, tus hombros, tu flanco donde el sello
de su gracia dejaron la diosa y la quimera.

Aún no fue tallada la copa diamantina
que de la vid colmada con la sangre divina
merezca de tus labios la sapiente dulzura.

No hay plumas ni vellones, damascos ni tapices
dignos de que en su felpa desnuda te deslices;
ni sé qué amor exista digno de tu hermosura.

Carlos López Narváez



Almena

La tarde como valle macilento
y en ella tú la sonrosada nube;
bruma este amor calladamente sube
del claro río de mi pensamiento.

A tus manos desciende el firmamento
y de tus venas el color asume,
y se duermen la zarza y el perfume
de tu sonrisa al tenue movimiento.

¡Oh la clara dulzura de mirarte
callada sonreir, Dama cautiva,
impasible en su diáfano baluarte!

¡Oh la caricia inmóvil que furtiva
ondea como cándido estandarte
de tu esplendor sobre la almena viva.

Carlos López Narváez


Diafanidad

Sereno el esplendor de nuestro júbilo
en la urdimbre de oros vesperales;
lino tus manos, sedas el murmullo
de la canción y la ternura errantes.

Callada melodía del coloquio...
Mi corazón, nostálgico velamen;
tu corazón, velero migratorio,
mecidos al arrullo del instante.

Y los deseos como rosas vagas,
y la caricia como una ave ciega,
dulcemente quedándose asomadas
a ti como al brocal de una cisterna.

Toda distante, toda en mí te llevo;
dora la bruma tu presencia cándida,
y sobre el césped de un azul silencio
la noche compasiva nos enlaza.

Carlos López Narváez


Entre ti y el aire

La tarde a tu lado
era una pradera fantástica:
nacía la brisa en tu paso;
era el cielo tu inmensa mirada;
arrebol tu boca franjado de blanco,
y era un césped azul tu palabra.
Entre ti y el aire
mi amor era un manto.
Te llevaba en su urna diamante
mi sueño más cándido;
los inmóviles besos rozaban
apenas tu sien y tus manos.
Sumisa la sangre,
oculta en sus ánforas,
tersa, leve, radiante
reflejaba sólo tu sonrisa plácida,
o se hacía una rosa gigante
cuando te rozaba.
A tu vera, todo,
silenciosamente, tornábase alma.
Ahora la tarde sin brisa en tus pasos;
tu boca y tus ojos distantes;
de tu voz el arrullo, lejano;
ahora la tarde
se envuelve en la bruma que todo lo invade...
Y la sangre es bahía convulsa
si a lo lejos te mira pasar.
Tiéndeme tus manos,
rosas de las tardes
que no volverán.

Carlos López Narváez


Forma cándida

Mi pensamiento es la suspensa forma
de tu presencia;
mi corazón, la forma palpitante.

Como bridones blancos,
mis sentidos galopan en la tierra
de tus cinco hermosuras con el carro.

La voz te anuncia
con dorados rumores germinales
lo mismo que los astros y las frutas.

Nacen de tu palabra
manantiales y céfiros
que sosiegan mi tórrida comarca.

Y en tu inefable cercanía
verdean los oteros
y elevas la colina donde pace
mi cándido rebaño de silencios.

 Carlos López Narváez



La canción secreta

-¿En qué fondo de sueño vi tu gloria ?
-¿A qué prodigio tu poder me encumbra,
     oh mansión ilusoria,
alto amor que traspasas la memoria,
llama sin leño, sol de mi penumbra?

Sin saber en qué ayer, en qué ribera,
en qué antro, en qué valle o en qué nube
     se abrió tu primavera;
sin descubrir jamás dónde te hube,
alto amor, claro amor, haz que yo muera.

Cuando se rompa el plácido espejismo
y del instante la dorada venda
     se desprenda al abismo;
cuando todo se fugue de mí mismo
y al insondable vórtice descienda,
un nombre, un rostro, le darán al mundo
la luz y el canto en plenitud secreta,
y encenderá tu corazón profundo,
     ¡oh cautivo errabundo!
la tarde entre sus manos de violeta.

Carlos López Narváez



Luz de llanto

"Para cumplir imaginaria cita "
he de escribir en lágrimas.
Talvez los lentos monosílabos
cálidamente, mudamente digan
lo que ayer no supieron las palabras.

Temblorosa, desnuda,
el alma iba al cuenco de tus manos
pidiendo el pan de la ternura
y el sorbo de una diáfana alegría.

     ¡Oh silencio aromante!
     ¡Oh fuego sosegante!
     ¡Oh rosario de instantes sin mancilla,
     labrado en los metales de la tarde!

En macilenta soledad,
más pálida, más lenta,
se extenúa la tarde sin tu forma.
Tu ademán era el nardo
y eran tu voz la brisa y la amapola.
Para el último vuelo
se azulaban rozándote las horas,
y al llegar los luceros sorprendían
la tarde iluminada por tu sombra.

Vuelvo mis ojos a la noche
que te guarda dispersa:
blancuras errabundas, azul profundidad
palpitación tranquila de la tierra.

Como no puede ser
la tarde sin tu forma, hoyes la noche
recinto de mi sueño y de tu sombra.

Con luz de llanto -enjambre de luciérnagas-
otra vez he de hallarte,
¡oh dulce sombra de las tardes muertas!

Carlos López Narváez



Sueño vesperal

Te invoco suavemente como si te besara
-suavidad indeleble de tus lejanos besos
soñados dulcemente bajo la tarde clara-
los labios en los labios serenamente impresos.

Un corporal efluvio -como si te estrechara-
llega en la suspirante brisa de los cerezos;
se encienden los luceros en tu huella preclara...
La hora es como una bandada de regresos.

Aspiro la impalpable, la grácil mansedumbre
de tu forma en mis brazos, su apacible vislumbre
adormecida sobre mi corazón tranquilo.

Y al mirarte en la sombra sonreír... como en el lecho
de sedeña blandura convertido mi pecho,
los besos te desnudan con dorado sigilo.

 Carlos López Narváez



Visión nocturna

Fue en el palacio de cristal de un sueño
dulcemente febril, plácida orgía...
Un reír y una voz, la melodía;
y en un regazo mi cojín sedeño.

El mudo esclavo ya no fuí; su dueño
con ebriedad morosa me sentía.
Sobre su esbelta desnudez ceñía
la gracia un manto de imperial diseño.

Era la virginal magnificencia,
toda fulgor y grávida sapiencia,
sagrado cáliz, perfumado leño.

Sin falacia, sin tedio, sin reproche,
la diadema nupcial tejió la noche,
en el palacio de cristal de un sueño.

Carlos López Narváez




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