A una monja

Dime, mujer, la de la blanca toca,
La del ropaje cual la noche, negro,
La que huyendo del mundo a los azares,
Se escudó tras la reja del convento.
¿Es tal tu religión que el egoísmo
Se proclama en su dogma cual precepto?
Pues suspende tus rezos un instante
Y escúchame, que para hablarte vengo.
¿No sabes que el trabajo es ley de vida?
¿No ves, mujer, como trabaja el pueblo
Para ganar, con su sudor honrado,
El alimento que precisa el cuerpo?
¿No ves como trabajan, sin descanso,
Más arriba también, allá en lo inmenso
Millares de astros que en veloz carrera,
Girando en incansable movimiento,
Lentamente ejecutan esa eterna,
Continua evolución del Universo?
¿Y eres tu sola la que en todo el orbe
Tiene, a vivir sin trabajar derecho?
¿Quién te dijo, mujer, tales sofismas?
¿Quién te dijo que puede un ser terreno
Infringir esa ley de la Natura,
Una excepción en su favor haciendo?
Si de Dios en el nombre te lo han dicho,
De ese Dios en el nombre te mintieron;
Sin lucha no hay progreso, tú no luchas
¿Y aún te figuras de virtud modelo?
Di, ¿no recuerdas cuando allá en tu aldea
Tu buena madre te meció en su seno?
(La misma que hoy, anciana y achacosa,
Aún llora tu abandono y tu despego)
¿No recuerdas jamás aquellos días
En que tu padre, a su trabajo atento,
Marchaba con el alba y regresaba
Cuando el sol se ocultaba en el otero,
En tanto que tu madre, enamorada,
Cuidaba de su hogar bello y risueño?
¿Y olvidaste también sus inquietudes?
¿Y olvidaste también sus sufrimientos
El día en que tú, enferma, moribunda
Respirabas sin vida y sin aliento?
Pues bien, tu madre sin rezar apenas,
Sólo cual buena su misión cumpliendo,
Es el ejemplo de mujer cristiana,
La ley moral que guarda sus preceptos
Reasumidos en estas breves frases:
¡Inmenso amor, trabajo, sufrimiento!
Pero, ¿qué entiendes tú de estas verdades,
Ni a qué evocar en ti santos recuerdos,
Si ya tu corazón, el fanatismo
Con su dura coraza, lo ha cubierto?
Tú crees justo vivir entre la holganza
Parapetada tras el negro velo.
Sin comprender que lo que tú disfrutas
Lo arrancas al sudor de todo un pueblo.
¿Y te figuras que con el ayuno,
Maceraciones, súplicas y rezos,
Ganas mejor la gloria, ¡desdichada!,
Que al pie de su taller el rudo obrero?
Pues escúchame bien: cuando tú sepas
Lo que es el puro amor sagrado y tierno,
De los hijos que velan por sus padres
Su ancianidad amantes sosteniendo;
Cuando en el mundo sola, sin amparo,
Hayas luchado con valor intenso
Por defender de tu virtud el brillo,
Contra la sed, el hambre y el deseo;
Cuando hayas sido madre y a tu hijo,
Pedazo de tu alma, viendo yerto
El último estertor de su agonía
Recojas en tu boca con un beso,
Sintiendo que se lleva con su vida
Toda la dicha que alentó tu pecho;
Cuando hayas apurado la amargura
Del cáliz de la vida y su veneno
Y sepas como inclinan los dolores
Hacia la tierra el desgastado cuerpo,
Entonces, solo entonces, no lo dudes,
Engrandecida por los sufrimientos,
Tendrás ganados, por derecho propio, 
Los más hermosos y anhelados cielos.

Belén Sárraga
El Republicano, 20 de abril de 1902




“¿Es delito no amar las fronteras? Me declaro delincuente. ¿Es crimen odiar las armas de destrucción? Soy criminal. Para mí, cuanto significa instrumento de muerte es aborrecible; tanto me da la dinamita como el cadalso, el cañón como el puñal.”

Belén de Sárraga

“Guerras, miseria, hambre, desesperación, tiranía… todo cuanto necesita un pueblo para lanzar furiosamente sus energías a la plaza pública saltando vallas, arrollando obstáculos y escribiendo en el gran libro de la historia humana esa página de oro que sólo pertenece a los pueblos que saben emanciparse.”

Belén de Sárraga


La fe ha muerto

La fe ha muerto -¿qué cosa es la fe?- una virtud
sobrenatural que nos inclina a creer todo lo que
Dios ha revelado y lo que la Iglesia nos enseña.

¡La fe! una palabra que allá en otro tiempo al hombre
hizo esclavo de negra reacción,
ahogando en su pecho la idea bendita
de afán de progreso, de noble ambición.

¡La fe! con su nombre por santa bandera
triunfante y altivos llevaron doquier,
la burla, el escarnio, la hoguera, el suplicio,
los negros sectarios del Dios de ayer.

Queriendo su vida pasar en la holganza
queriendo al trabajo sus brazos negar
hicieron que el hombre viviera ignorante
pudiendo los pueblos así dominar.

Historias y cuentos sin fin ilustraron
y uniendo dislates pudiendo fingir
fantásticos credos en donde incoherentes
lo real y lo falso pretender unir.

Hicieron divinos los mitos de oriente
los reyes paganos divinos también
fingieron infiernos con lúgubres llamas,
y un cielo, una especie de mágico edén.
Y vírgenes castas y santos benditos
y grandes milagros supieron forjar,
y cuando salvó un cuento razón
y cuando a algún cuento razón no encontraron
"misterios" -dijeron- que es a fuerza acatar.
Y en él razones creer, sin conciencia
de si es malo o bueno, de cómo y porqué,
creer sin fijarse si es cierto o fingido,
creer ciegamente, que ciega es la fe.

Y estúpidas turbas a ciegas creyeron
viviendo engañadas por negra maldad
de hipócritas seres que en nombre de Cristo
haciéndose dueños de la Humanidad. 

En vano asustada de tanto sofisma
se alzó protestando la sana razón;
que ahogó sus palabras el vil despotismo
prendiendo la hoguera de la inquisición.

Cree o te condenas, -dijeron primero,
cree o te quemamos, -dijeron después,
y en el espanto lograron que el mundo
al fin se postrara besando sus pies.

Y luego de opresas así las conciencias
tan solo los que iban de vil lucro en pos
mirando lo humano por fin dominado
el oro exigiendo en nombre de Dios.

Pagóse el bautismo, pagóse la gloria,
de amar, el derecho también se pagó,
y tanto vendieron que, a cambio del oro
aún el mismo crimen, se santificó.

Sin fe no es posible la vida en el cielo
dijeron al pueblo
ten fe y salvarás; sin fe te condenas de fijo...
¡Falsarios! la fe en lo increíble no salva jamás.

La fe en lo grandioso; la fe en lo divino
la fe por lo bueno; la ciencia, el amor
por todo lo justo, por todo lo grande
justicia, progreso, virtudes, honor.

La fe en el empeño del ser que pretende
con pérfido anhelo a la luz difundir,
en el que a Natura, secretos dando,
la ciencia a laureles anhela adivinar.

La fe en ese día se guarda el mañana
de gloria y fortuna de dicha sin parar
en que los hombres, sin viles tiranos,
iguales se juzguen y sépanse amar.

Para esos anhelos, la fe y el trabajo,
no torpe se ciega, la fe que da luz,
y con noble empeño procura incesante
de ruda ignorancia rasgar el capuz. 

La fe ha oprimido, la fe que un día
con loco cinismo la hoguera encendió
ya ha muerto potente, herida de razo,
en la hora bendita (...) dominó.
Y huyeron con ella los buenos sofismas,
los dioses de barro, de tela o papel,
las miles bendiciones pagadas con oro,
y de excomuniones el necio oropel.

La fe ha terminado, matóla el progreso,
que ya en los cerebros comienza a reinar;
su paso destruye la ciega ignorancia,
e intenta la noble Justicia encumbrar.
¡Volved a la nada, divinos engaños!
¡Rodad por el polvo, mentir y fingir
que allá, sobre el trono que ha alzado la ciencia,
va a dar a luz un mundo la diosa razón!

Belén de Sárraga


“La mujer debe liberarse del yugo de la Iglesia y del marido.”

Belén de Sárraga Hernández escribió bajo el seudónimo de Julio Valdés Cange


Los ejércitos del hambre

Miradles, allá van, son los atletas
De la vida, que ostentan por escudo
Del ingenio las grandes concepciones,
Del arte el ideal noble y fecundo;
Son los hijos queridos del trabajo,
Son las almas templadas en el rudo
Luchas de la existencia, son los brazos
Que conmueven viriles los profundos
Ámbitos de la tierra, los cerebros
Que arrancan a la ciencia los ocultos
Secretos del destino, los que luchan
Para implantar de la verdad el triunfo;
Son, en suma, la fuerza creadora
Palanca universal que mueve el mundo.
Y no obstante, ¡miradles!, sólo harapos
Cubren sus carnes; en su pie desnudo
La fatiga marcó huellas de sangre,
Sus brazos vigorosos y robustos
Se doblan al cansancio, y en su boca
De amoratados labios, surge el mudo
Gesto de la impotencia y de la rabia,
Tras la sonrisa del esclavo, oculto.
¡Grandes vencidos por la ley injusta!
Mal aherrojados al presente impuro,
Pugnan, en vano, por romper airados
De horrible esclavitud el fuerte yugo.
¿Qué piden? Sólo pan, sólo el sustento
Que dio Natura a cuanto vida tuvo.
Lo que no le falta al pájaro en el bosque,
Ni en su tallo a la flor, ni al diminuto
Gusano que en la tierra culebrea,
Ni aun a la fuera en el breñal inculto.
¡Pan, sólo piden pan, y no lo encuentran!
Y son sus gritos, ecos moribundos
Que llegan a perderse entre la orgía
Con que el infame proclamó su triunfo.
...
¡Pasee indignación por los espacios!
Llegue hasta el pecho del esclavo mudo
Y desate su lengua y a sus brazos
Dé ese vigor y soberano impulso
Capaz de derrumbar, ciego, pujante,
De la injusticia al señoril escudo;
Ponga en sus manos arma vengadora,
Señale en la cumbre a sus verdugos…
Ordene los ejércitos del hambre,
Los de ardiente mirada y ceño adusto,
Los que sienten el peso de la vida,
Los que miran sus hijos moribundos
Mientras oyen los gritos de la orgía
Que el vicio y el placer celebran juntos.
¡Avance la avalancha de harapientos,
La masa de explotados, que en confuso
Tropel se apresta a conquistar valiente
Un porvenir dignificado y justo!
Mientras al veros ríe el miserable
Juzgando su poder firme y seguro,
La Europa pensadora, vuestro paso
Contempla con afán y a vuestro impulso
Se siente renacer con nueva vida
Y funda si esperanza en vuestro triunfo.
¡Marchad, marchad!, atletas del progreso,
Eternos redentores, los fecundos
Mártires del trabajo, los rebeldes
Ante la infamia y el poder injusto.
¡Marchad, marchad!, allá lejos, aun lejos
Os brinda la esperanza en lo futuro,
Entre amores, consuelos y alegrías
La vida del derecho noble y justo.
¡Marchad, marchad los hijos del progreso;
Sea huracán vuestro potente impulso;
Y que arrasen los vientos populares
De indignación, el carcomido, inculto
Edificio social que con la sangre
Del paria, alzó su criminal influjo.
¡Marchad, marchad, ejércitos del hambre!
Seguid andando hacia el mañana, el triunfo
Allá os aguarda, gleba del pasado,
Esclavos del ayer, hoy moribundos
Y hambrientos proletarios. ¡Adelante!
¡Vuestra es la redención, vuestro es el mundo!

Belén de Sárraga
El Republicano, 22 de junio de 1902



“Por eso el clericalismo usa de la mujer como el aventurero de un arma. Ella es la que lo escuda contra las avanzadas liberales, la que le impone en los pueblos y le mantiene en las democracias. Por la mujer, el culto se perpetúa en el hogar; por este impera en las costumbres y por ellas resiste a las innovaciones de la ley.”

Belén de Sárraga



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