Adiós

Un día más, sólo un minuto más, para estar vivo
y despedirme de cuanto amé.
Para decir adiós a las cosas que vi y toqué mientras moría
desde el instante mismo en que nací.
Y vino el niño con el premio que sacó en el colegio por su
sabiduría,
y el ala de la gaviota golpeando en lo infinito con su vuelo,
vino la cabellera derramada y el rostro de la misteriosa
mujer que estuvo a mi lado, en el lecho, sin que yo lo supiera,
y el río con su lenta corriente musculosa
a través de cada mueble, cada objeto y cada gesto
de quien me ve parir, ¡oh Dios mío!

Un instante más aún en el suelo que pisé,
en el aire de mi respiración
sofocada por el amor, en los vestigios de la pasión,
con cuanto -mosca o sol- me deslumbró en este extraño
planeta, donde perdure año tras año, presintiendo
este límite de espumas, este revuelto torbellino
de la despedida, yo, que tanto fui deslumbrado
por centelleante atracción de la tierra,
por cuanto fue caricia o solamente un espejismo del mundo
es mi destino.

Así, pues, despidiéndome de los caballos, de la canoa,
los pájaros, el gato y sus costumbres. Déjame
una vez más mirar las flores y la lluvia. Es éste
el trágico instante en que uno descubre
el delirio misterioso de las cosas, sus raíces secretas,
el instante supremo de decir adiós.
a cuanto se adoró en esta vida.

 Enrique Molina


Algún vestigio de tu paso

La dulzura de recordar el sol en la espiral del sueño
y el vano poder de haber ido tan lejos.

Es tan extraño perdurar, oír aún
la grave letanía de los huesos y el hechizo del mundo.

Déjame ver, déjame ver:
alguien me condujo hasta aquí y se oculta,

cubierto de grandes praderas, de climas,
refugios baldíos, luces que brillan

en el faro donde la tierra termina.
Salido de lugares inciertos, de trópicos y lluvias,

voraz como fuego, intruso,
la huella de sus dientes y sus besos en la manzana.

¿De quién es ese rostro desconocido entrevisto
donde se pierde? Es incierto y ansioso

extraviado en la fábula oscura de mi vida.
Adiós, sombra mía.

Enrique Molina


Ellos, los muertos

Son los que nunca dan la mano
Pero abren la boca del lobo
Los que esparcen la espuma amarga
Que rezuma de las iglesias

Los que de pronto se bifurcan
Entre el delirio y el olvido
Su sombra desborda la tierra
pero la brizna los oculta

Nacieron de bellos revólveres
De largos años y promesas
Saltaron de turbias catástrofes
O del fuego de los amores

O de encuentros entre las moscas
¿Pero quién ama esas hamacas
Que cuelgan de tanta pereza?
¿Quién reniega de su miseria?

Se convierten en cerrojo
En un cangrejo en una lágrima
Los pájaros cruzan indemnes
Su salvaje museo de cera

Tatuaje amargo del desierto
No hay ramas en ese lugar
No hay naranjas sino horizonte
Tantas cabezas sin colores

Para el frío para el silencio
El aceite de los eclipses
Se dilatan en el recuerdo
Hacen un perro con la lluvia

Hacen fuego con un zapato
Envuelven en hiedras el muro
Aúllan guardando silencio
En sus fríos nidos ocultos

Absurdos como una plegaria
Como la esperanza insensata
De recobrar la antigua llave
La alianza del cuerpo y del alma

He aquí la tierra con su peso
He aquí la luz con su amenaza
Contra ellos tan sólo esta sed
Este furor que espera nada

¡Oh belleza de lengua cálida
Hechizada por su demonio!
Mi único cielo es su caricia
Su tesoro mi manicomio

Es el sol con su llamarada
La vida ávida y su rito
La vida que teje su historia
Sin sentido sin esperanza

Ellos hacen chirriar las flores
Son sólo sábnas desiertas
Atraen las piedras a su sombra
El agua inmóvil de los pozos

Pero ahora los ignoramos
Decimos adiós a los muertos
Hoy somos los únicos dueños
De un universo abandonado

La luz del sexo los insulta
¡La eterna sangre que se abrasa!
Un vivo dios intraducible
Sin más victoria que su jaula

Enrique Molina



Juego de espejos

Una mujer tan secreta y lenta, pero insisto
en descubrir el sol que la nutre y el león que olfatea
su nuca
en la sombra,
cuando duerme de bruces,
de modo que escribo con cierta ansiedad
poemas en busca de la hierba tan fresca que brilla
en sus besos.

No es fácil
alcanzar la palabra, o captar lo que dice su piel
con su vello dorado, raptada y devuelta por el mar,
cuando yace al sol sobre un toallón carmesí
y las palabras
se hunden en su respiración, o en la frase que explica
cómo su cuerpo se tiende en una hamaca
colgada bajo los árboles.
Y está la gente del mercado,
señoras que han adquirido un pollo o una merluza
y marchan hacia el árbol de navidad, en el cielo.
Juraría
que es mediodía y hace calor, pero todo es sospechoso
en este lugar centelleante.

Enrique Molina




Mensaje secreto

Hacia abajo en la oscura humedad de los helechos que tal vez
sean yo mismo o divinidades monótonas
desciendo
al antro de mi sexo
con la investidura de un cuerpo torturado por poderes frenéti-
cos presa de esas imágenes soñadas de mulatas de dientes
crueles con las franjas fosforescentes de sus
vientres y de sus espaldas
las tiernas estranguladoras inclinadas sobre sus
amantes para dejarles en la boca la fragancia de menta y de
sal que emana de sus pechos en el oleaje

He ahí la misteriosa serpiente con la aureola de sus labios y su
canto de profanación infinita el foco ávido donde flotan re-
giones de una blancura de relámpago

La serpiente de mirada de catástrofe la papisa del sol en su ar-
chipiélago de espejismos donde crea fantasmas carnales y
suntuosos que se retuercen con caderas llenas de savia muje-
res palpables y rápidas
cabelleras desplegadas para el lujo de un loco

Y mi sangre de príncipe animal heredero de una raza de paro-
xismo
Se filtra por esas grietas de abismo que reconocen la especie se
irisa cuando ese indolente demonio despliega sus alas
y con un acto mágico con una brasa de ceremonia de la noche
de las cavernas con una sílaba de raíz arrancada y de fronte-
ras que se desvanecen toca a mi corazón para decirme que la
tierra es errónea

Enrique Molina



Nada de nostalgia

El que pueda llegar que llegue
Esta es la sal de las partidas
Una perla de amor insomne
Entre manos desconocidas.

Lechos de plumas en el viento
Sólo dormimos en los médanos
De la gitana del desierto
En la noche del Aduanero.

La gitana con una cítara
Un león la huele como a una flor
Es el sueño feroz y tierno
El olfato de la pasión.

Alas de nunca y de inconstancia
A través del cielo se filtran
Implacables cuerpos amantes
Con sus terribles maravillas.

Todas las llaves abren la muerte
Pero la vida nunca se cierra
¡Todas las llaves abren la puerta
Del puro incendio de la tierra!

Enrique Molina


Poema trece

Bien sé cómo es ella, secreta y perversa
como un ángel del bosque, se hunde
en mi sangre, canta en la noche
como un río que corre debajo de las piedras.
Pero lo que invoca, lo que rescata,
está más allá de la piedad de sus besos,
vasto como el sueño, tormentoso
como su cuerpo lascivo.
Lo que se alcanza de sus confesiones
desnuda los deseos, súplicas, un vuelo
hacia cuerpos solares en un cielo mortal.
El viento es tibio en sus cabellos,
en su garganta herida. Todo en ella
es insomne como su latido desdeñoso,
consagrado a las grandes singladuras de Ahab.
Nunca llegará donde la esperas, en una quemadura,
en un altar demente de memorias perdidas
o aves migratorias. Nunca llegará.
Cuando trae la bebida de los náufragos.
                    Se escurre
entre los grandes secretos de su sueño.

Enrique Molina










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