Adorarte

No tengo otro remedio que adorarte,
es tan fuerte tu dádiva y cuidado,
que entero me han fundido y cautivado
y ya no vivo más que para amarte.

No tengo otro desvelo que mirarte
ni más afán que estar en ti arraigado;
mi corazón se agita en ti atrapado
sólo quiero tenerte y venerarte.

Yo no soy yo; te siento tan adentro
que, en ti diluido, vivo sin sentidos,
fuera de ti no soy ni me reencuentro.

El tú y yo, en el entronque, confundidos,
sin fin, fluyen redondos en un centro
donde los dos se incrustan transferidos.

Camilo Valverde Mudarra


El niño

Luce mi niño blanca luz de aureolas
en cielo azul de nívea transparencia;
es su carita un huerto de corolas
con arcanos perfumes de inocencia.

Su lengua viva boga entre las olas
de palabras y frases de insistencia;
su mente forja y sume en sus cabriolas
la flor del verbo pleno de su esencia.

Tres añitos redondos de ornamento
florecen en ramajes fulgurosos
anchos de vida y largos de incremento.

La pujanza de brotes vigorosos
aferra su alma a fértil fundamento
para campear los hielos rigurosos.

Camilo Valverde Mudarra


Existió 

Existió la virtud, valor y esmero
y vino la sandez, droga y divisa;
y, siempre, gente débil y sumisa,
rutina urbana y yugo del banquero.  

Quieren lujos y pierden su asidero
pues hoy, sólo el placer y el gasto a prisa,
olvidando el dolor, viviendo a risa,
urge a gentes que endiosan el dinero.  

Mansos siguen su lánguida existencia,
piden derechos, burlan los deberes,
y tragan la rudeza y la indecencia.  

Y, cerca o lejos, sufren la violencia,
Toleran que rapiñen los haberes,
y soportan la guerra y la insolencia.

Camilo Valverde Mudarra


La Alhambra

Es la Alhambra princesa misteriosa
sitiada por devotos pretendientes;
la abruman de requiebros tan ardientes
que, tímida, se oculta silenciosa.  

Su incisiva mirada brilla airosa,
prendida en sus ojazos complacientes,
al rumor de arabescos relucientes
ebrios de sol en brisa melodiosa.  

Doncella recatada, con finura,
encubre su elegancia recoleta,
reservando discreta su hermosura.  

Al arrebol, se adorna muy coqueta,
y, vistiendo de aromas su ternura,
sólo espera el abrazo de El Veleta.

Camilo Valverde Mudarra



Ojos agostados

     Ayer Chechenia,
hoy Mozambique,
mañana Uganda.
Y fue Kosovo y Timor,
Venezuela y Guatemala,
África y La India
Brasil y Turquía.

     El suburbio y la chabola.
Aquí o allí. Es igual.
Siempre el mismo frío,
el mismo dolor,
el mismo gemido,
el mismo océano sin sol.
La patera, el Estrecho
y la puerta de la Catedral.

     Hambre y sed,
andrajos de injusticia,
harapos de rencor.
Hombres de indigencia,
mujeres de opresión,
niños para la bomba,
niños de prostitución,
de fusil al hombro,
grey de gleba y esclavitud.

     ¡Manos retorcidas!
¡Ojos agostados de llorar!
Venid, juzgad y mirad
las poltronas hediondas
con rameras ataviadas
de joyas oblongas
en mansiones decoradas;
los avaros en bancos sacrosantos
ahítos de plata y camas redondas,
indemnes e insensibles al quebranto
con panzas gordas y caras orondas,
ajenos al dolor y lejos del espanto.

Camilo Valverde Mudarra










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