Al aquelarre

Viejas caducas, sumisas,
polvo de congregaciones,
que numeran los sermones
y las peregrinaciones;
y que han perdido sus risas
a la sombra de las misas:
hostia!
Viejas sátrapas, espionas;
aroma de los santuarios,
riqueza de los osarios,
viejas corvas, dromedarios,
viejas feas, solteronas,
viejas viudas y lloronas;
esencia de mezquindad,
doctas en cosas prohibidas,
que van de negro vestidas
pues deben luto a las vidas
de los pobres de orfandad
que mató su caridad:
hostia!
Carne de las disciplinas,
coguelmo de los errores;
que en los solos corredores
dejan a sus confesores
la carne de sus sobrinas,
viejas sacras celestinas,
que hablan bajo de Jesús
en las frías catedrales
y sienten rabias sexuales:
comprendiendo los misales
y admirando a media luz
al Cristo que está en la cruz:
rezad, cuando hoy todo muere,
y es escoria lo que fuere
premisa del mundo antiguo.
Por vosotras, en exiguo,
el diablo reza un ambiguo
miserere.

Emilio Lascano Tegui


"Confieso que continúo escribiendo por pura voluptuosidad. Escribo para mí y mis amigos. No tengo público grueso, ni fama ni premio nacional. No me gusta el “Tongo”. Como periodista que soy sé “cómo se llega”. Conozco a fondo la estrategia literaria y la desprecio. Me da lástima la inocencia de mis contemporáneos y la respeto. Además tengo la pretensión de no repetirme nunca, ni pedir prestado glorias ajenas, de ser siempre virgen, y este narcisismo se paga muy caro. Con la indiferencia de los demás. Pero yo, he dicho que escribo por pura voluptuosidad. Y como una cortesana, en este sentido, he tirado la zapatilla."

Emilio Lascano Tegui, o Vizconde de Lascano Tegui


El amor de don Juan

Mi amor es como el agua; de las formas no sabe,
mi amor es como arcilla, a toda mano blanda,
mi amor es un bohemio que en el mundo no cabe,
mi amor es un judío muy pálido, que anda...

Por todos los caminos mi dolor voy sembrando,
me empeño en dar quimeras como un doncel de ensueño,
y en este devaneo yo sé, pues voy llorando,
que pierdo el polvo de oro de que me supe dueño.

Siempre el lance del fauno, siempre el amor que pasa
llevando las cenizas, animando la brasa
y haciendo, alma, el camino de rosas doloroso.

¿Dónde estará la amada, esa paloma herida?
¿Dónde estará el albergue de esta noche florida,
amor que tienes canas y no tienes reposo?

Emilio Lascano Tegui


"Los novelistas exageran cuando ultiman los actores de sus cuentos en una catástrofe, en un incendio o en un crimen. No creen en la asfixia de los días monótonos. La florista no ofrecía más relieve que un alga seca. Sus cosas, su casa y su persona, en un único plano y en un único tono, recordaban por lo chatas y desvitalizadas esos fondos de paisajes a la sepia, comunes a todos los fotógrafos profesionales.
Los hijos de los degenerados viven antes que los otros niños. Han vivido hace siglos. La salud no significa en nosotros otra cosa que el tiempo normal. Un reloj descompuesto anda más que uno en perfecto estado. Vive más. Los hijos de los anormales han vivido hipotecados en sus padres. Nacen viejos. Nacen inteligentes hasta la locura. Nacen cuerdos hasta la mudez. Han vivido en el vientre de la madre, en la sangre del padre, años y años de un sensualismo agotador. Nacen con graves y pulidas cabezas. Sus ojos están marchitos como si hubieran visto muchos paisajes de Corot y si fuera gris su color planetario. Tienen cansadas las manos y muerden el seno de sus madres. Son amantes prematuros. Hijos de los grandes extenuados de la médula, son los niños sabios.
Por eso, era extraña la hija de un vecino, que debía morirse antes que las otras niñas raquíticas de Bujival. Al año hablaba con facilidad. Fue un espíritu hiperbólico. Las cosas no le interesaban por su existencia, sino por la sensación que le producían. No las tomaba. Les pasaba la mano por encima.
El ruido le preocupaba. Oía con atención y miedo. Traducía una intensa emoción por el ruido, tal como deben sentirla los marinos que quieren escribir el drama del viento en trescientas páginas. Las primeras palabras que enunció eran adjetivos. Las únicas. Conocía las cosas por su calidad. Llamaba al agua «fría», decía de la leche «dulce», decía del pan «duro». Y para precisar lo que era agradable como una manzana, su madre, un caballo de madera, un balde de plata, todo eso que le hacía llorar, decía «Boo». «Boo» era la palabra generatriz de la pequeña sensitiva que debía morirse una tarde de otoño, posiblemente porque no podían darle cuanto encontraba interesante su espíritu exigente de niña prodigio."

Emilio Lascano Tegui
De la elegancia mientras se duerme



Muchacho de San Telmo

Pongo menudos recuerdos
en el pecho de este libro,
de un barrio que fue el juguete
que la ciudad diera al niño;
de una infancia que se aleja
las manos en los bolsillos,
escribiendo en las paredes
con las tizas del silbido.
Su escenario, fue algo chato,
—sus horizontes, baldíos—
pero a las cuestas del viento
trepó con patas de chivo
y sus barriletes fueron
a abrirle a Dios un postigo.
No supo de amor, que nunca
en mujer gastó suspiros,
que no conoció amarguras,
sino dulce de membrillo. 
Libro que escribe un muchacho
por vagabundo y perdido .
siguiendo, de cerca, el humo
de su primer cigarrillo.
**
Cuando estoy hilando versos
y mirando hacia mi barrio,
color, distancia, perfume,
le dan relieves al cuadro
y oigo una pobre guitarra,
como en la casa de al Iado...
Es música misteriosa
y me penetra su encanto.
Tiene el sello de la infancia.
Yo la oí siendo muchacho.
Hoy, me llega desde lejos.
¿Es el arrorró del árbol?
De las palabras humildes,
viene tomada del brazo,
musiquita de percal
que cosió la hebra del llanto.
Yo la entendí siendo niño.
Alguien sufría en el barrio.
No le conocí la cara
y nunca le di la mano.
Era un músico. Organillo,
guitarra; ocarina, piano,
tocó con igual empeño,
pero sin salir del cuarto

Su destino fue hacer música
para llenar el espacio,
acompañando la pena
que flota en los barrios bajos
cuando sufren las mujeres
y lloran sus desencantos;
cuando se llevan las manos
hacia Dios que está en lo alto;
cuando se cierran las puertas
y cuando parten los barcos
y cuando los hombres ponen
dudas en sus relicarios...

Yo no hago versos. Escribo
con tinta color del tiempo,
el cronicón de la infancia
de mi barrio con recuerdos
algo salidos de foco.
Soy fotógrafo inexperto,
con las placas desveladas
y el bromuro, amarillento.
Son las pruebas de un pasado
muy pobrecito, por cierto.
Álbum de fotografías
borrosas, ojos de ciego,
que no ven ya para afuera
y que espían hacia dentro.

iImágenes de la infancia!
—aplastadas en los álbumes—
cómo estáis descoloridas,
escenas y personajes!...
El paisaje de esa época,
era bien pobre en detalles:
un banco, una silla, piedras,
una avenida de palmas
y una columna raquítica
que no sostenía a nadie.
E! cielo, no tuvo nubes.
Sólo el aire es importante.
y son tan duros los héroes
que usan ropas impermeables.
Siempre están en primer plano.
El resto, de nada vale.
No diafragmaban los lentes
de la Casa de Lepage
(hoy Max Glusman). Eran rígidos
con amor propio de alambre.
No había profundidad,
ni retratando en la calle
y, corrigiendo defectos,
el fotógrafo alabable
colocó en fondos postizos,
columnas y ojivas árabes,
perdidas entre palmeras
y hora única, la tarde.
Yo me retraté en San Telmo,
y se creería que en Nápoles
porque se ve, a mis espaldas,
al Vesuvio detonante
con una mecha de humo.
¿Detrás mío?... ¡Qué desaire!

Fotógrafos errabundos
por el puerto, la Avenida,
la Recoleta, el Zoológico
y, en el camino de misa,
andaban pescando clientes,
niños, sirvientes y misias,
con un armatoste a cuestas
y sus modelos en ristra.
Con unas manos muy sucias
—siempre de luto vestidas¬—
después de muchos esfuerzos,
contratiempos y fatigas,
tomando actitudes sabias
—y otras no menos fingidas—
era el parto de los montes:
sólo una prueba obtenían.
Y, para hacerla brillante,
sólo un barniz: la saliva.
El cáncer profesional
llevó la lengua al artista.
i Lengua con hiposulfito,
y amarga como la quina!

***
Fue tan ruda la paliza
que recibí de mi madre
—con el lomo de un cepillo¬—
que decidí suicidarme.
Con lágrimas en los ojos
que no eran de cobarde,
me eché escaleras abajo
y seguí calle adelante.
En pocos minutos hice
toda la calle Balcarce.
A medida que corría,
el espíritu calmábase
y, del suicida, saqué
un niño con ojos grandes
que descubría comarcas
y almacenaba paisajes.

Se paraba en las esquinas,
y era el dueño de la calle.
Así nació un vagabundo
cuando pensé suicidarme,
rehuyendo el hogar injusto
y el cepillo de mi madre.
Así nació un argonauta,
y así yo monté las naves,
que el crepúsculo prepara
nubes con formas amables
y me llevan, desde entonces,
sobre la tierra y los mares.
¡Alabado sea el cepillo;
y alabada sea mi madre!

Emilio Lascano Tegui



“Tengo la pretensión de no repetirme nunca, de no pedir prestado glorias ajenas. La pretensión de ser siempre virgen, y este narcisismo se paga muy caro: con la indiferencia de los demás…”

Emilio Lascano Tegui


Tragedia antigua

In memoriam para Alfonsina Storni

Salió de noche para ver la Luna.
Dejó la casa, el mueble y el recuerdo,
y entró en la sombra como en una urna.

Miró hacia el mar, ese enemigo nuestro
—que somos barro y vanidad solubles—
y opuso al fiero mar, su frágil cuerpo.

Su cabeza plateada por la gloria
pensó —ya tarde— en sonreír al cielo
yendo en los anchos brazos de la ola.

El mar que lleva el cuerpo de la Atlántida
y sabe de amarguras infinitas,
sorbió la más salobre de sus lágrimas.

Por desafiar la mar, grano de arena,
las aguas la llevaron a la playa
vacía de alma, la pupila ciega.

Y fue una noche de temible angustia
en que olvidó la casa y el recuerdo
y las alas, quebradas, de su musa.

Emilio Lascano Tegui
























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