Al pie de la diosa blanca

Es cierto que te he traicionado.
Por años te pospuse con argumentos vanos.
¡Cómo desatendí tus llamados!
Quise taparme los oídos con la dorada
cera de las abejas, pero
no era de sirenas tu canto.
Hasta en sueños me perseguías
e hiciste yunque de mi pobre cabeza
y yo, necia, me negaba a obedecerte.
Pero prevaleciste, oh Diosa, sobre mí
y sobre la voluntad de quienes quisieron
encadenarme en el antiquísimo rol.
Tampoco puede decirse que fui cobarde
porque de algún modo supe resistir.
Te filtrabas, aliento que hinchó el alma.
He sobrevivido al menos, Diosa, y te hablo,
vencedora: soy tuya para siempre.

Daisy Zamora


Cuando las veo pasar

Cuando las veo pasar alguna vez me digo: qué sentirán
ellas, las que decidieron ser perfectas conservar a toda costa
sus matrimonios no importa cómo les haya resultado el marido
(parrandero mujeriego jugador pendenciero
gritón violento penqueador lunático raro algo anormal
neurótico temático de plano insoportable
dundeco mortalmente aburrido bruto insensible desaseado
ególatra ambicioso desleal politiquero ladrón traidor mentiroso
violador de las hijas verdugo de los hijos emperador de la casa
tirano en todas partes) pero ellas se aguantaron
y sólo Dios que está allá arriba sabe lo que sufrieron.

Cuando las veo pasar tan dignas y envejecidas,
los hijos las hijas ya se han ido en la casa sólo ellas han quedado
con ese hombre que alguna vez quisieron (tal vez ya se calmó
no bebe apenas habla se mantiene sentado frente al televisor
anda en chancletas bosteza se duerme ronca se levanta temprano
está achacoso cegato inofensivo casi niño) me pregunto:
¿Se atreverán a imaginarse viudas, a soñar alguna noche
que son libres
y que vuelven por fin sin culpas a la vida?

Daisy Zamora


Cuidados intensivos

Totalmente desnuda yace entre las sábanas,
la misma que a los catorce años
fue estatuilla de marfil /bibelot de alabastro.
Su cuerpo marchito se mimetiza sobre la ajada blancura.
Su cuerpo-que nunca desplegó esplendoroso
en fotografías de centerfold
o belleza del mes en alguna revista.

Los hijos la contemplan
bajo la red de tubos, sueros y sondas.

Sobrevivió
al horror solapado,
a la crueldad del otro
dosificada en finos estiletes

¡Quién la viera en el hermoso retrato
de aquel lejano día de sus bodas!

Daisy Zamora


Mensaje urgente a mi madre

Fuimos educadas para la perfección:
para que nada fallara y se cumpliera
nuestra suerte de princesa-de-cuentos
infantiles. 
¡Cómo nos esforzamos, ansiosas por demostrar
que eran ciertas las esperanzas tanto tiempo
atesoradas! 
Pero envejecieron los vestidos de novia
y nuestros corazones, exhaustos,
últimos sobrevivientes de la contienda.
Hemos tirado al fondo de vetustos armarios
velos amarrillentos, azahares marchitos
ya nunca más seremos sumisas ni perfectas. 
Perdón, madre, por las impertinencias
de gallinas viejas y copetudas
que sólo saben cacarearte bellezas
de hijas dóciles y anodinas. 
Perdón, por no habernos quedado
donde nos obligaban la tradición
y el buen gusto. 
Por atrevernos a ser nosotras mismas
al precio de destrozar
todos tus sueños. 

Daisy Zamora


"Mi poesía visibiliza la iniquidad y la injusticia."

Daisy Zamora



Preñez

Esta inesperada redondez
este perder mi cintura de ánfora
y hacerme tinaja,
es regresar al barro, al sol, al aguacero
y entender cómo germina la semilla
en la humedad caliente de mi tierra.

Daisy Zamora



Qué manos a través de mis manos

Las anchas manos pecosas y morenas de mi abuelo
con igual destreza vendaban una herida,
cortaban gardenias
o me suspendían en el aire feliz de la infancia. 
Las manos de mi abuela paterna
artríticas ya cerca de su muerte,
una vez fueron frágiles manos, filigrana de plata,
argolla de matrimonio en el anular izquierdo;
pitillera y traguito de scotch o de vino jerez
en atardeceres de blancas celosías
y pisos de madera olorosos de cera,
recostada en su chaise-longue leyendo trágicas historias
de heroínas anémicas o tísicas. 
Mi padre siempre cuidó la transparencia de sus manos
delicadas como alas de querube
hechas para lucirlas
con violín o batuta. 
Mi madre heredó las manos de mi abuelo Arturo,
pequeñas y nudosas, con dedos romos. 
De tantas manos que se han venido juntando
saqué estas manos.
¿De quién tengo las uñas, los dedos,
los nudillos, las palmas, las frágiles muñecas? 
Cuando acaricio tu espalda,
las óseas salientes de tus pies
tus largas piernas sólidas,
¿Qué manos a través de mis manos
te acarician? 

Daisy Zamora


Vuelvo a ser yo misma

Cuando entro con mis hijos a su casa, vuelvo
a ser yo misma.
Desde su mecedora ella
nos siente llegar y alza la cabeza.
La conversación no es como antes.
Ella está a punto de irse.
Pero llego a esconder mi cabeza
en su regazo, a sentarme a sus pies. Y ella me contempla
desde mi paraíso perdido
donde mi rostro era otro, que sólo ella conoce.
Rostro por instantes recuperado
cada vez más débilmente
en su iris celeste desvaído
y en sus pupilas que lo guardan ciegamente.

Daisy Zamora













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