Amatorio

Desnuda
me miro en el espejo perturbable.
No tengo rostro
mi signo del zodiaco es el desorden.

Sola estoy
cuando podría ser otra vez el lento
obstinado presagio de tus dedos.

Este es sólo el exordio del placer.
Después vendrá la imagen de tu boca
atravesando un claro en la arboleda.

Vendrá la llama tibia como el gato.

Oscura la garganta se tragará tu nombre
oscuro de saliva.
Vendrán la lengua y tus rodillas.

Escucha cómo suena el otoño en las ingles:

gástame el vientre
exacerba mi boca
altera mi silueta
rasga esta tarde hasta la pura muerte
degrada este silencio
denso como una zorra
devasta quiebra
asola mi virtual desatino.

Sólo imaginación.

Sólo un espejo.
La humedad que te grita desde el bosque.

Carmen Villoro



Bajo amorosa sombra

Cúrame con tus manos,
toca de mí el olvido
que se fue acomodando entre los pliegues.
No venga la tormenta a amordazar mis sueños,
sólo esta lluvia suave, vespertina
despierte en mí los pétalos dormidos.
Desnúdame en silencio,
hoja por hoja
hasta dejar al descubierto el punto
del estremecimiento.
No debe haber estrépitos
que vulneren la calma de mi piel
tendida para ti como un estanque
en donde sólo el toque de tus labios
perturba la quietud.
No quiero los platillos
festejando con notas deslumbrantes
la pasión de los cuerpos,
ni los timbales ebrios
apurando la noche;
sólo la melodía de una flauta
tenue pero sinuosa
que adormezca con ritmo acompasado
estos miedos que vas quitando al paso.
Disuelve con tus dedos
el dolor y sus máculas guardadas
en rincones ocultos;
que se adelgace el tiempo
con tu humedad benigna
hasta llegar al límite de lo que no ha sufrido
magulladura alguna.
Devuélvele la paz a mis palabras
deseosas de ser playas
donde arriben tus barcas sigilosas.
Este amor en penumbra
aluza más que el sol
la gruta en que se había escondido
una parte de mí,
tal vez la más secreta.
Acerca con prudencia
toda tu voz, tus años, tu tibieza
y cuídame despacio
como una flor quebrada
que revive por fin
bajo amorosa sombra.

Carmen Villoro


El caracol es mujer

El caracol es mujer,
lo digo por la humedad
y porque lleva en su cuerpo
la escalera de los sueños,
¿a dónde va la escalera
mujer, a dónde lleva?
a una frontera delgada
entre dos mares que juntan
olas tibias, labios blancos;
por el recuerdo del mar,
por la huella de una mano
bajo la noche
y porque lleva en su vientre
el sonido de la espuma,
el caracol es mujer,
carne, humedad, beso y luna.

Carmen Villoro



El jardín del filósofo

Somos pájaros ebrios
revoloteando ideas
graznando comentarios
picoteando recuerdos
alrededor del árbol
que nos cobija a todos.

Hemos traído flores
para formar un bosque
y así teñir de blanca irrealidad
tu muerte.

¿Podemos ver el árbol?

En el salón austero
se adivinan parvadas
y en el silencio pulsa
el dictado boreal de las semillas.

Cada uno trae consigo sus ofrendas
brotes de otros jardines
que visitaste
en momentos recientes o remotos.

Vienen con sus palabras
huellas de luz
en la penumbra de sus pensamientos.
Cargan en su canasta gestos, signos

heridas sociales y amores abatidos:
la soledad humeante
que saboreamos, sin notarlo
en el café.

Porque aunque somos aves
nos hemos agrupado en ramilletes.
De pronto, el viento
nos inclina, nos bate y adormece.
Luego nos desplazamos
buscando cicatrices
para asirnos un rato
a esas historias que nos den
pertenencia a éste u otro mundo.

Yo me acerco a tu orilla
cada tanto
en donde crece el tronco milenario
y te entrego la espina de mi voz.

Una hoja del árbol
En donde se iluminó el buda
te acompaña.
Algunos chocolates
reposan junto a ti
como aquellos tesoros que los antepasados
dejaban en las tumbas de sus muertos.
Alguien ha colocado un paliacate en tu ataúd.
Consignas y plegarias se confunden
bajo la autoridad de tu regazo.

Es una fiesta triste
un día de campo en la ciudad tan gris.

Prolongamos la tarde
cada cual en su rama
pretendiendo alejar la oscuridad
acaso un rato más, otro poquito
y no desvanecernos de dolor.

El sueño del jardín desaparece.
Despedimos tu cuerpo para siempre
pero el murmullo queda.

La sombra protectora del follaje.

Carmen Villoro




Ensayo

El ensayo transcurre en el pasillo de la academia.
Los salones de clases están llenos.
Sofía y Joaquín representan a Martha y Julio.
Son una pareja que se agrede, se lastima, se odia.
Pasan los estudiantes intermintentemente
con cuadernos y bolsas de papitas.
Para Sofía son árboles que cruzan la ventana
de un tren en movimiento.
Grita Julio, casi patea a Martha.
El director de escena se ríe con su café en la mano.
Hay clases de francés en el salón vecino:
les dames élégantes qui se promenent sur la rue…
Martha se desespera, tiembla.
Una pareja se detiene en el pasillo,
intercambian cuadernos, se dan un largo beso.
Julio se levanta de la silla (es una cama).
-Y voy a ir, ¿me oyes?
-Pues si vas, no regreses.
Un grupo los escucha y rumora entre sí.
Sofía confunde el parlamento y Joaquín le recuerda:
-Eso es después que yo te digo perra.
El director enciende su cigarro.
Alguien en el baño, le jala al excusado.
-¿Quién eres tú para decirme lo que tengo que hacer?
-No te soporto.
Unos trabajadores se atraviesan cargando un pizarrón.
La maestra de junto sale y dice:
-¿Podrían pelearse más bajito?
mientras observa el llanto de Martha.

Carmen Villoro


Manuscrito

Las palabras
que nunca llegaron a la última versión
tal vez eran mejores.
Tienen la gracia de las cosas perdidas:
la puerta que no abrimos,
el amor olvidado.
Como flores disecadas
los vocablos encerrados en círculos
o aniquilados por un tachón violento
florecen
cuando es otro el que asoma
a la intimidad del texto
y descubre no el poema
sino el alma de atrás:
vacilaciones clandestinas,
ocurrencias podadas en retoño.
Esa caligrafía
un poco descompuesta por los años
algo ilegible
como la voz vecina que escuchamos
a través de un muro,
como mirar las manos del autor
que ya no está.
No sin culpa
el voyeurista de este manuscrito
lo siente palpitar y algo le dice
que ese desorden,
ese jardín con plagas todavía,
hierbas silvestres cubriendo la silueta
de algún árbol final
tiene el encanto de otro paraíso.

Carmen Villoro


Parlamento

Memorizar lo que no fue.
Recordar lo que será.
Caen las palabras en el nido enredoso y enredado,
trenzan su soledad, su sinsentido,
trastocan el camino amable del discurso.
Nuevas piedras para las vertientes submarinas,
nuevas vertientes para el flujo de sangre
que desvía su cauce hacia otra vida.
Adentro del actor se cuecen pájaros,
se establecen heridas como puentes
entre la orilla de su bosque interior
y este bosquejo que le pide salir a otra mirada.
Enmedio el mar.
Miente el actor decir lo que no miente
parla otra voz, un eco que no puede
ser otro que su propio grito trastocado.
Miente que parla, porque grita.
Parla que miente porque mientras él cree que miente
una verdad se aloja en su garganta.
Sometido a la química de signos venenosos
el cuerpo se doblega,
dice algo y por decir levanta el brazo
la frase que pronuncia exige el ademán.
Memorizar es incubar el cuerpo,
dictar en clave mustia
lo que espontáneo hubiera sido como si
Como si el alma está, como si el miedo
como si este lenguaje que se pone en la lengua
fuera cierto
como si el otro, el personaje, el muerto,
arrancara en la punta de los dientes.

*

Parla palabra ponte en mi postura
parte mi propia piedra, hazte presagio
de la próxima pretendida personalidad que no poseo,
que puedo poseer porque presiento
pautas parecidas en el profundo parlamento de mi pausa.
Protesta por la partitura
y hazme plural con este pasatiempo.
Pasajero en pasión, en tránsito. Dame el pálpito
para ser pantalla de un pánico profundo.
Parla palabra tu par, tu parlamento.
No lamentes partir mi propia parte en partes,
perjudicar mi pequeñez,
permanecer en mí como penosa perversión.
Parla ponzoña pía por mi palabra,
póstrate en pórticos pretéritos para pujar lo primordial,
el primitivo puño de mi peso y de mi paso,
y por si fuera poco de mi pozo.
Pasa y permanece.
Parla en la pauta y en la pausa.
Pega mi pensamiento a pesar del percance.
Ponte en por qué a precisar
y a preservar mi primitivo acento.
Hazte proceso, pronto,
pronuncia tu protesta en mi provecho.
Parla palabra pulpa de mi puntual parodia,
de mi profunda pena.

Carmen Villoro



Telón

Quien haya espiado por las cerraduras
quien haya andado a gatas bajo la mesa del comedor
quien haya desvestido poco a poco a un ser amado
quien haya quitado la venda de unos ojos
quien haya tapado con la sábana a un muerto
quien haya jugado al escondite atrás de las cortinas
quien haya escuchado tras la puerta una conversación
quien haya escondido una fotografía en un libro
una flor en un cajón
quien haya sido traicionado por sus propias palabras
quien haya recibido una llamada largamente inesperada
quien haya escuchado una declaración de amor
quien haya prendido la luz en medio de la noche
sabe lo que el telón esconde.

Carmen Villoro


Ulises cotidiano

Traes en tu cuerpo la leyenda
de un navegante cansado.
Es tan grato, en silencio,
descalzarte de barcos,
recoger de tus ojos
las sirenas perdidas,
las redes enlamadas,
los sonidos ocultos de las olas.
Te espero cada noche
cuando levantas anclas en mi espacio
y una lluvia de estrellas
te hace perder el rumbo
y un enjambre de peces y caricias
nos recobra el naufragio tan deseado.
Cómo darte las gracias
por la luz palpitante de aquel faro,
por el sonido suave de los remos
en esta noche grande.
Es más amplio mi pecho.
Hoy le caben los puertos,
hoy que encallas
tibiamente
junto a mí.

Carmen Villoro

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