Amira

¿Conocéis a la rubia y tierna Amira?
¡Qué belleza, qué flor, qué luz, qué fuego!
Su andar se ajusta al ritmo de la lira,
Hay en su voz la suavidad de un ruego.

El flamenco nadando en la laguna
Entre el verde juncal, no es más gallardo:
Espira un vago resplandor de luna,
Tiene la fresca palidez del nardo.

Hace soñar; la mente se colora
De su candor al virginal destello;
Se sueña con las rosas, con la aurora,
Con las hebras de luz de su cabello.

Parece que un espíritu celeste
Siguiéndola invisible la perfuma,
Y que su blanca y ondulante veste
Por el aire agitada hiciese espuma.

Ayer la vi pasar en lontananza,
E imaginó mi alma entristecida,
Era el ángel de la última esperanza
Que buscaba, el sepulcro de mi vida.

Carlos Guido y Spano


"Comenzaba a serme ya pesada mi residencia en París, que tengo invencible aborrecimiento al despotismo, cuando los sucesos de la República subsiguientes a la batalla de Caseros, precipitaron mi regreso. En cuanto supe el derrumbamiento de la dictadura, escribí a mi buen padre manifestándole mi deseo de volver a su lado. Pocos meses después, sin haber aún recibido una contestación terminante, llegaba yo al Río de la Plata.
Por fin tornaba a ver la patria después de largos años de ausencia. No bien por entre los jirones de la niebla matinal vi delinearse a Buenos Aires en el horizonte lejano, me palpitó el pecho fuertemente y se me agolparon las lágrimas: "Allí estás, madre ilustre de esclarecidos varones, tutela un día y escudo de la independencia de América, convaleciente apenas de tu fiero martirio. Tu hijo desconocido te saluda con amor y respeto. Demasiado joven para haberte servido con provecho, peregrino, ha quemado su incienso en altares incógnitos y en misteriosas aras. Oscuro, ignorado, sin fortuna, sólo te trae un corazón entero, una fe inquebrantable en la justicia, un deseo vehemente de consagrarse a tu servicio, de sacrificarse si necesario fuere por tu dicha".
A medida que avanzaba hacia la playa, voy reconociendo los sitios, los templos, los edificios de la ciudad natal, tan caros a mis recuerdos de infancia. Aquélla es la cúpula de la catedral, donde tantas veces vi a mi madre en las místicas elevaciones del sagrario; enfrente, la Alameda, en la cual extraño no ver los grandes ombúes, refugio a mis escapadas de la escuela; a la derecha, las torres del convento de las Catalinas, asilo de vírgenes cristianas, que como el de San Juan, cuya campanita resuena en todas partes en los oídos de los hijos ausentes de Buenos Aires, deja escapar de sus claustros la oración, transmitiendo a las almas sencillas su santidad y su perfume. Aquél es nuestro viejo Fuerte con sus macizos murallones, dominados en los extremos por los cubos o atalayas ennegrecidos del tiempo, venerable monumento de la conquista y de la patria redimida, compendio en piedra de nuestra vida histórica, desde don Juan de Garay, su fundador, hasta la Revolución de Mayo, y desde entonces hasta el momento oprobioso en que le derribara la piqueta manejada por la mano sórdida de la especulación. Ya se oyen las campanas; las reconozco en el tañido; parece que me llamasen a orar. Sí, aquí estoy dando gracias a Dios que conduce la nave al puerto, y vuelve al redil la oveja descarriada."

Carlos Guido y Spano
Carta confidencial


Fuego sagrado

¡Lámpara misteriosa, que encendida
en el alma gentil perpetuamente,
tornas en flor, y aroma, y rica fuente
la vibración inmensa de la vida!

Brilla pura, serena y escondida,
regando de ideal la humana mente,
y abrasa y funde en tu esplendor ardiente
toda la escoria que en el mundo anida.

Brilla en la lid, en el taller, en la onda
de alta armonía que el poeta crea,
en la verdad que el pensador revela.

Y el corazón al corazón responda;
y toda actividad trascienda, y sea
flecha de amor que hacia lo eterno vuele.

Carlos Rufino Pedro Ángel Luis Guido Spano, más conocido como Carlos Guido Spano


Hojas al viento

¡Allá van! son hojas sueltas
De un árbol escaso en fruto;
Humildísimo tributo
Que da al mundo un corazón.

Allá van, secas, revueltas
En confuso torbellino,
Sin aroma, sin destino,
A merced del aquilón.

Esas hojas los ensueños
De la vida simbolizan,
Cuando puros divinizan,
La ventura o el afán;

Son emblemas de risueños
Devaneos que en su aurora
La ilusión virgen colora,
¡Y que nunca ¡ay! volverán!

¡Hojas mustias y sombrías!
ya las ramas que adornaron,
Tristemente se doblaron;
El pampero sopló allí.

Las agrestes armonías
Que otro tiempo al aire dieron,
De la tarde se perdieron
En la bruma carmesí.

Allá van, sí, desprendidas
Por las ráfagas de otoño.
Sin que dejen ni un retoño
En su tránsito fugaz;

¡Pobres hojas esparcidas,
Por el viento arrebatadas,
de las vegas encantadas
A que dieron sombra y paz!

Carlos Guido y Spano


“¡Llora, llora urutaú
en las ramas del yatay,
ya no existe el Paraguay
donde nací como tú ­
¡llora, llora urutaú!”

Nerasẽ rasẽke urutau
jatái rakã ári
ndaiporivéima Paraguái
chereñóihaguépe ndéicha
Nerasẽ rasẽke urutau.”

Carlos Guido y Spano



Sensualismo

¿Será un crimen rasgar la tenue gasa
con que oculta el amor gracias terrenas,
o en la pomposa viña las ajenas
uvas gustar y el bien que raudo pasa?

Cuando el amor el alma nos abrasa,
que Venus arde en las henchidas venas,
desciende el cielo mismo a las amenas
ígneas regiones del placer sin tasa.

Júpiter sumo el trono esplendoroso
dejó, ya Leda en cisne transformado
sedujo, ya la tiria Europa en toro;

¡Y en la prisión entrando voluptuoso
de la blanca Danae, derramado
sobre ella se deshizo en lluvia de oro!

Carlos Guido y Spano



Soledad

¡Oh soledad! ¡Oh murmurante río,
A cuya margen espontáneos crecen
Los árboles frondosos, que el otoño
Despoja ya de su hojarasca verde!

Huésped errante de la selva oscura
Di en estas limpias aguas. ¡Cuántas veces
Me vio la tarde, absorto en mis recuerdos,
Contemplando su plácida corriente!

La gran naturaleza, de mis penas
Oyó el lamento que hacia Dios asciende:
En su templo inmortal a quien la invoca
Seguro asilo y bálsamos ofrece.

Al dejar sin retorno estos lugares
Tan dulces a mi afán, llevo indeleble
Una impresión de gracia, de frescura,
Y hasta el sahumerio del paisaje agreste.

Como esas aves de amoroso instinto
Que en busca de calor el aire hienden,
Así mis pensamientos al amparo
De los afectos íntimos se vuelven.

¿Pero en cuál mejor sitio hallar la calma,
Y este silencio arrobador, solemne,
Que al fatigado espíritu conforta
Mientras las horas se deslizan breves?

Es aquí donde exhausto peregrino
Quisiera alzar mi solitario albergue,
¡Y arrullado del aura y de las ondas
Vivir lejos del mundo, para siempre!

Carlos Guido y Spano


Trova (Guido y Spano)

He nacido en Buenos Aires
¡qué me importan los desaires
con que me trate la suerte!
Argentino hasta la muerte
he nacido en Buenos Aires.

Tierra no hay como la mía;
¡ni Dios otra inventaría
que más bella y noble fuera!
¡Viva el sol de mi bandera!

Tierra no hay como la mía.
Hasta el aire aquí es sabroso;
nace el hombre alegre, brioso,
y las mujeres son lindas
como en el árbol las guindas;
hasta el aire aquí es sabroso.

¡Oh, Buenos Aires, mi cuna!
¡De mi noche amparo y luna!
aunque en placeres desbordes,
oye estos dulces acordes
¡oh, Buenos Aires, mi cuna!

Fanal de amor encendido,
borda el cielo tu vestido
de rosas y rayos de oro:
eres del mundo tesoro,
fanal de amor encendido.

¿Quién al verte no te admira
y al dejarte no suspira
por retornar a tus playas?
Deidad de las fiestas mayas,
¿quién al verte no te admira?

De tus glorias que otros canten,
y a las nubes te levanten
entre palmas y trofeos.
Yo no asisto a esos torneos:
de tus glorias que otros canten.

Tu esplendor diré tan sólo,
si no del ya viejo Apolo
con la lira acorde y fina,
en mi guitarra argentina
tu esplendor diré tan sólo.

Voluptuosa te perfumas
de junquillos y arirumas;
cuando te adornas y encintas,
en las áureas de tus quintas
voluptuosa te perfumas.

Goza del Plata al arrullo
llena de garbo y orgullo,
criolla sin par, blasonante
de tu destino brillante,
goza del Plata al arrullo.

Triunfa, baila, canta, ríe;
la fortuna te sonríe
eres libre, eres hermosa;
entre sueños, color rosa,
triunfa, baila, canta, ríe;

¡Cuántos medran a tu sombra!
Tu campiña es verde alfombra,
tus astros vivos topacios;
habitando tus palacios
¡cuántos medran a tu sombra!

Bajo de un humilde techo
vivo, en tanto, satisfecho
bendiciendo tu hermosura,
que bien cabe la ventura
bajo de un humilde techo.

La riqueza no es la dicha;
si perdí la última ficha
al azar de la existencia,
saqué en limpio esta sentencia:
la riqueza no es la dicha.

He nacido en Buenos Aires
¡qué me importan los desaires
con que me trate la suerte!
Argentino hasta la muerte
he nacido en Buenos Aires.

Carlos Guido y Spano










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