Amistad

Amistad es lo mismo que una      mano
que en otra mano apoya su fatiga
y siente que el cansancio se mitiga
y el camino se vuelve más humano.
       
El amigo sincero es el      hermano
claro y elemental como la espiga,
como el pan, como el sol, como la hormiga
que confunde la miel con el verano.
       
Grande riqueza, dulce      compañía
es la del ser que llega con el día
y aclara nuestras noches interiores.
       
Fuente de convivencia, de      ternura,
es la amistad que crece y se madura
en medio de alegrías y dolores.

Carlos Castro Saavedra


Callémonos un rato

Hemos hablado mucho, compatriotas,
¿porqué no nos callamos
para que la palabra se maduren
en medio del silencio
y se vuelvan arroz,
cajas de pino, escobas,
duraznos y manteles?
Hacemos mucho ruido
y repetimos la palabra muerte
hasta que la matamos.
Decimos mucho corazón
y gastamos el fruto más hermoso del pecho.
Lo que importa es el río,
no su nombre.
Lo que interesa es pan
y no discursos
sobre las propiedades de la harina.
El mar es bello porque es mar
y no porque lo cantan los poetas,
y existirían piñas
aunque no se llamaran como llaman.
Bajo la tierra crece la semilla
porque el surco no habla
ni le pone adjetivos a la espiga.
Un hombre que se calla largamente
se convierte en camino,
y si guarda silencio su mujer
puede volverse viaje.
Callémonos un rato,
al menos para ver qué le sucede
a la palabra uva.
Es posible que crezca y se derrame
hasta llenar el mundo de dulzura
y cascadas de vino.

Carlos Castro Saavedra



Cualquier hombre canta a su hijo presentido

Para la vida de mis hijos
bella medida es tu cintura,
y bello el ritmo de tu pulso
para la sangre de mis hijos.
En tu nostalgia atardecida
cabe el sollozo de mi niño,
y cabe el llanto de sus ojos
entre la red de tus pestañas.
Red que se llena de luceros
cuando la tiras en el agua.

Guarda el reposo de tus párpados
que allí está el sueño de mi infante,
y no te canses de mirarme
que mi pequeño está mirando
con esa luz de tu mirada.
Enhebra el hilo de tu canto
para sentir que está cantando
la voz del hijo entre tu voz,
como burbuja de los peces
entre los círculos del agua.

Cuando caminas me parece
que el hijo avanza con tus pasos,
y si te quedas detenida,
entonces pienso que es el hijo
el que se para con tus plantas.
Si vas en busca de los soles
del mediodía delirante,
pienso que el hijo de mi alma
se está acercando lentamente
a la candela de una lámpara.

Tú eres la rama que sostiene
el alto fruto de mi carne,
y eres la vena que da música
al corazón de mi pequeño
que está perdido en la distancia.
Las golondrinas que tú sueñas
rayan el cielo de mi infante,
y vas cantando por la tierra
mientras el hijo va cantando
por los caminos de tu sangre.

 Carlos Castro Saavedra


Definiciones de la paz

La paz es la madera trabajada sin miedo 
En la carpintería y en el aserradero.
Es el negro que nunca se siente amenazado 
Por un hermano blanco, o por un día claro.
Es el pan de los unos y de los otros también, 
Y el derecho a ganarlo y a comerlo después.
Es la casa espaciosa, mundial, comunitaria, 
Para alojar el cuerpo y refugiar el alma.
Es el camino lleno de pasos y de viajes 
Hacia los horizontes que desbordan las aves.
Es el hombre que puede cultivar esperanzas 
Y alcanzar las estrellas más dulces y más altas.
Es la patria sin límites, la patria universal 
Y la gran convivencia con la tierra y el mar.
Es el sueño soñado sin sed y sin zozobras, 
Las alegrías largas y las tristezas cortas.
Es Colombia sin tiros ni muertos en la espalda, 
Cultivando sus montes y escribiendo una carta.
Es Colombia de barro, Colombia y mucho más: 
Todo el mundo colmado de luz y de libertad.

Carlos Castro Saavedra


Destino

Por mi culpa , mujer, por mis inviernos,
muchas veces tu cara se humedece de lágrimas.
Pero también por culpa de Dios, frecuentemente,
el rostro de la tarde se humedece de lluvia.

 Carlos Castro Saavedra



El buque de los enamorados

Era un buque en el mar,
era el amor en medio de las olas inmensas,
y era mi soledad de navegante
y los peces oscuros de tus trenzas.

Pensaba en ti, soñaba
que iba contigo a perfumar los puertos,
y a sembrar anclas y constelaciones
en las frentes dormidas de los muertos.

Pero soñaba apenas, amor mío,
y las aguas furiosas me sacaban del sueño,
y a ti te separaban de mi costa
como una barca triste o como un leño.

El buque, el buque entero,
sin ti era un ataúd sobre las olas,
un herido flotando tristemente
sobre una muchedumbre de amapolas.

Me tambaleaba en medio de gaviotas,
me inclinaba hacia ti salobremente,
y las islas brillaban como lunas
sobre toda la noche de mi frente.

(Mar adentro no hay más que los recuerdos
y sal sobre mi piel, sobre la vida,
y el amor que pregunta por la sangre
y le responde el labio de una herida.).

A veces era lunes,
decían que era lunes mis hermanos,
y te veía venir sobre las olas
con toda la semana entre las manos.

El tiempo era tu ausencia,
el mar era la sombra de la tristeza mía,
y el buque era un naufragio
que se inclinaba y no se decidía.

Por la noche volaban las estrellas,
como peces dorados, por el cielo,
y yo pensaba que en la tierra firme
tú también contemplabas este vuelo.

El buque del amor, de los enamorados,
todavía navega por mis venas,
y levanta la espuma de mi sangre
y la pescadería de mis penas.

Un rumor de marea que no cesa
a pesar de los días y los pasos,
acomete la costa de mis besos
y los acantilados de mis brazos.

Escucha el buque, esposa,
acerca tus oídos a mi piel como flores,
y escucha el buque, el buque,
navegar por mis mares interiores.

 Carlos Castro Saavedra


El mundo por dentro

Siento correr los ríos por mis venas
y crecer las estrellas en mi frente.
Siento que soy el mundo y que la gente,
habita mis pulmones y colmenas.

De flores tengo las entrañas llenas
y de peces la sangre, la corriente
que caudalosa y permanentemente
inunda mis canciones y mis penas.

Llevo por dentro el fuego que por fuera
dora los panes, seca la madera
y produce el incendio del verano.

Las aves hacen nidos en mi pelo,
crece hierba en mi piel, como en el suelo,
y galopan caballos en mi mano.

Carlos Castro Saavedra


Esposa patria

No me canso de andar por tus collados,
de recorrer tu cuerpo y tus colinas,
de sembrar en tu tierra desgarrada
por mi pecho de espadas y de espinas.

Centímetro a centímetro te busco,
atravieso tus valles y terrenos,
y no me pueden contener tus manos
ni me sirven tus puertas ni tus frenos.

Penetro a golpes en tus precipicios,
a golpes rompo dulces armamentos,
y caigo en tus abismos desarmados
con mis labios furiosos y mis ojos violentos.

Con mi espumoso amor, con mi oleaje,
gasto tu resistencia y tus orillas,
y llego hasta la tierra de tus huesos
coronado de incendios y semillas.

Soy labriego de todas tus parcelas,
capitán de tus muslos, minero de tus minas,
leñador de tus árboles ocultos,
verdugo de tu pelo y tus encinas.

Sacudo tus raíces coloradas,
ataco tus rodillas, tus diamantes,
y muerdo la manzana de tu cara
con mis dientes hambrientos y mis labios amantes.

Me saben a Colombia los mordiscos,
a patria los abrazos y los besos,
y me saben las sábanas a tierra,
y a tierra las cobijas y los huesos.

Mujer de barro triste y colombiano,
de orquídeas aplastadas en mi lecho,
de rojos cafetales desgranados
por mis cóleras dulces y mi pecho.

Esposa del maíz y de los tiples,
de los bambucos y los yacimientos,
esposa mía, esposa de mi espuma
y de mis tequendamas insurrectos.

Esmeralda morena, tierra viva,
chapolera, paloma de ojos bellos,
campesina vestida de amapolas,
de espigas populares y destellos.

Busco en tu frente pueblos y caminos,
galopo en tu cintura de caballos,
y te sacude el trueno de mis besos
y te ilumina el fuego de mis rayos.

Eres el río grande, el Magdalena,
yo soy el boga sobre la corriente:
me arrastran tus cabellos navegables
y veo pasar los peces por tu frente.

En tu bosque más hondo y más secreto
se abre la flor granate de mis hijos,
se multiplican mis revoluciones,
mis hojas grandes y mis ojos fijos.

Oigo en la vuelta de tu piel disparos
y me encuentro con muertos colombianos,
pero no me devuelvo, esposa mía,
y sepulto los muertos en tus manos.

He de llegar al fondo de tu vida,
al fondo de mi patria y de tus venas,
esposa patria, patria de mis besos,
capital de mis cantos y mis penas.

Carlos Castro Saavedra


Guárdame de los vientos

No me dejes partir, no me abandones,
átame a tu cintura con tus brazos,
y aléjame los buques de la cara
con tus suspiros y tus aletazos.

Rodéame de ti, de tu ternura,
de tus palomas y de tus espinos,
para que no me llamen los países,
para que no me escriban los caminos.

Tengo toda la noche de tu pelo
para embarcarme en ella, tristemente,
y alejarme un momento, con las manos,
de las orillas de tu continente.

Puedo andar por mi frente, por la tuya,
con gestos numerosos y mundiales,
y me siento más hondo en tus entrañas
que en los naufragios y en los funerales.

Quiero quedarme en ti, quiero que me ames
y que me arrojes besos como escalas,
siempre que me desprenda de tus labios
y me crezcan los viajes y las alas.

Carlos Castro Saavedra


Insula

Como un nocturno vino tu mirada,
amotina mi sangre enardecida
y la noche en mis hombros detenida,
ignora su presencia desolada.

Ya no puede mi voz contra la espada
de silencio que tengo entre la herida,
de saber tu caricia estremecida
pero en oscura cárcel encerrada.

Estoy solo en la costa de tu risa,
y aunque la ofrenda tuya se divisa
mi temor de alcanzarla lo confieso:

Mi corazón –grumete sorprendido–
no se atreve en un mar desconocido
para ganar la isla de tu beso.

Carlos Castro Saavedra



Los ataúdes enamorados

Nuestras tumbas, mujer, se darán besos,
nuestros cajones besos y mordiscos,
y no serán sudarios los nuestros sino sábanas
para engendrar trigales
y construir el pecho de los cedros.
Nos volverán a ver sobre la tierra,
a ti llena de polen y de pétalos,
cubierta de azaleas y azahares,
y a mí con un pedazo de primavera roja
entre la boca de madera.
Sobre la tierra, amada, sobre el campo,
tú con trenzas de musgo,
con un manto de plumas y de orquídeas,
y yo con un relámpago extendido en mis ramas
como una fruta elástica y madura.
La muerte será apenas un fecundo reposo,
un sueño recorrido por gusanos labriegos,
otra luna de miel entre raíces,
otro rodar los dos dulces y mudos,
por un salón de terciopelo verde.
Que no pongan el nombre tuyo sobre la bóveda,
ni el mío sobre el hueco que se trague mis tigres,
sino que nos abonen y nos rieguen,
pues esto es suficiente, compañera,

para tu corazón y mi semilla.

Carlos Castro Saavedra




Niña mudable

Unas trenzas oscuras y una flor.
Y una boca que ignora su pasado.
Y un corazón pequeño y un callado
deseo de saber lo que es amor.

Yo –plenitud del hombre soñador–
la ungí con el perfume deseado;
le regalé una rosa y un pecado
y un beso apasionado y un temor.

La aprisioné en amor tan dulcemente
que ni un nardo en el viento transparente
puede encerrar así su propia albura.

Y cansada tal vez, niña mudable,
de mi labio en el beso perdurable,
cambió su libertad por mi amargura.

Carlos Castro Saavedra


Plegaria desde América

Me llamo Carlos, soy nuevo, soy de América,
vivo en el sur de América con un hijo reciente,
mis pies son claros y anchos como la madrugada,
mi rostro es matinal, todo mi cuerpo es verde,
sobre mi pecho pastan búfalos y caballos
y el sol abre amapolas con su mano caliente.

Creo en el pescador, en sus pescados y en sus redes,
me gusta ver un pueblo estrenando palomas,
siempre espero una carta con noticias del mundo,
espero el pan, la paz, el amor, los manteles,
espero con mi hijo junto a las estaciones
y pienso que el futuro va a llegar en los trenes;
defiendo mi esperanza, amo mi juventud,
pongo un beso en la puerta de mi casa,
lo pongo con amor de centinela,
después me voy, me voy de bala en bala,
de granada en granada deshojando la guerra.
¿Quién que tenga mi edad no me acompaña,
quién con mis dulces años no me sigue,
quién que vea brotar espigas de su pecho
no se pone del lago de su espigada juventud?
¿Quién en Colombia, en mi país dorado,
quién en cualquier país agricultor,
quién en toda la América, en sus mares,
quién en toda la tierra, en la espaciosa tierra,
no defiende las vidas que recién amanecen
y le arranca las muertes a la guerra?

Yo sé que somos muchos, que somos casi todos,
somos millones de hombres y de pájaros,
millones de mujeres y de auroras,
somos una familia mundial de resplandores
y no hay un solo hermano que quiera ser soldado
ni hay un solo soldado
que quiera disparar sobre las flores.
Nadie quiere trincheras, todos queremos surcos,
queremos tallos dulces en lugar de fusiles,
y en vez de municiones queremos dulces granos
y graneros repletos de marzos y de abriles.

El carpintero de veinte años
se niega a fabricar culatas y armamentos,
y su hermano que vende manzanas en la calle
prefiere hablar de frutas que conversar de muertos.

El joven del taller y el muchacho del trigo
se niegan a marchar con un tambor de fuego,
y el uno se defiende con chispas de su fragua
y el otro con espigas y explosiones del suelo.
Jóvenes labradores y jóvenes canteros
construyen una casa de bueyes y de piedras
y se niegan a abrirla cuando pasa la guerra
y llama a las ventanas y a las puertas.

Oh juventud, aroma de altos cedros,
perfume de entusiastas geologías vivas,
espeso movimiento de toros y de árboles,
furioso amor, preñez de cordilleras.
Oh juventud, océano de soles, mar de cantos,
rumorosa y profunda madera de guitarras,
piel numerosa y fértil contra las bayonetas,
piel fértil que floreces en donde te desgarras.

Allí donde la carne se abrió, donde la carne
recibió los mordiscos de la pólvora,
ha brotado una flor dura y cicatrizada
y aquellos que volvieron, los muchachos
que volvieron ayer de las trincheras,
se tocan esa flor y se prometen
golpear con ella el odio y los cuarteles,
golpear la casa de los generales,
hasta que se desplomen las espadas
entre un clamor de orquídeas y metales.
Todos están de pie, todos estamos
de pie junto a los años fornidos que tenemos
y como leñadores trabajamos
y con una corteza de amor nos defendemos.

En la China el muchacho que cultiva arrozales
y esparce por el campo su cara de semilla,
devuelve los cañones a medida que avanza
envuelto en el relámpago de su carne amarilla.

El joven de Alemania reconstruye sus cúpulas,
azota sobre el Rhin su camisa de sangre,
y siente que en sus manos retoña la blancura
como si la camisa se volviera más grande.

El negro de Abisinia, el nocturno mancebo
que rompe la envoltura de la noche africana,
ignora que en sus dedos va a florecer el mundo
y que en sus sientes lleva sonriendo la mañana.

Muchachos argentinos se dan cita en la pampa,
jóvenes bolivianos se juntan en las minas,
y levantan la frente del pasto y el estaño
y la llenan de noble sudor de golondrinas.

En bandadas los hijos menores de las patrias,
vuelan de patria en patria y apagan la candela
que el pastor descuidado deja entre sus rebaños
y que la oveja negra propaga por la tierra.
Hasta el viejo que tiene una muleta joven
defiende el porvenir, guarda el campo sembrado,
y les dice a sus nietos que su barba madura
es mucho más hermosa que un cerezo incendiado.

Ninguno se abandone ni se quede
abandonado en medio de su frente;
acudan todos a escoltar la vida
y a quitarle las armas a la muerte.
Acudan de la India, de sus ríos sagrados,
acudan de los ríos musicales de Italia,
a inundar los caminos que Dios puso en la tierra
con el pie florecido en la joven sandalia.
Acudan a mi casa de América, a mi casa,
a decir con mi lengua mundial esta plegaria:

Señor, queremos paz sobre los montes
y paz sobre los ríos y los mares, Señor;
pacíficas estrellas en el cielo
y en los ojos de buey lunas pacíficas;
mansedumbre en el pecho de los hombres
y en el de las mujeres mansedumbre;
silencio para el sueño de los muertos
y para el de los vivos más silencio;
amor bajo la piel de las naciones
y encima de la piel cicatrices de amor;
congregantes campanas en los pueblos
y en las aldeas domingos congregantes;
una paloma al pie de Norteamérica
y en los hombros de Rusia otra paloma;
una sola bandera en los armarios
y en los días festivos una sola;
pan en la mesa de los panaderos
y en la mesa de todos vino y pan;
libertad para amar, para creer,
y para hacer la vida libertad;
música en el oído del obrero
y en las fábricas pájaros y música;
pinturas en los muros, en las piedras,
y en los libros poemas y pinturas
alegría muscular en los estadios
y en las camisas verdes alegría;
esperanza sin sombra por la noche
y por el día andamios y esperanza;
misericordia para los vencidos
y para el vencedor misericordia;
piedad, justicia y besos para todos
y para todos madre y más piedad;
por un rifle un millón de tulipanes
y por cada soldado otro millón;
sinfonías a cambio de batallas
y a cambio de explosiones sinfonías;
coraje entre las manos juveniles
y entre los corazones más coraje;
fuerza para creer en el futuro
y para perdurar mucha más fuerza;
paz hasta que se arruguen los cuchillos
y hasta que caiga el odio paz y paz;
paz en el alma, paz en la mirada,
y paz mil veces y mil veces paz.

Carlos Castro Saavedra







No hay comentarios: