"Antes de mi coma, yo diría que era un escéptico de mente abierta. Los pseudo-escépticos, por el contrario, son los que se posicionan en base a sus prejuicios, y que resultan ser notablemente reacios a aceptar datos empíricos o argumentos razonados. Muchos de los críticos de la espiritualidad y de las experiencias parapsicológicas y paranormales –especialmente los que escriben públicamente en términos despectivos acerca de compartir otras experiencias– son simplemente pseudo-escépticos. Vivir en un universo consciente desafía directamente muchas de esas creencias fundamentales, en un esfuerzo por explicar más ampliamente todas las pruebas empíricas de la experiencia humana. Habiendo tenido una experiencia personalmente transformadora, mi postura es ahora mucho más abierta, porque veo posibilidades de una visión del mundo más completa, integrando la evidencia de nuestra naturaleza espiritual que se desarrolla en un universo espiritual con las líneas que aceptan plenamente la ciencia pionera emergente de la física cuántica y la cosmología."

Eben Alexander III



"Como neurocirujano, yo no creía en el fenómeno de las experiencias cercanas a la muerte. Hijo de un neurocirujano, crecí en un mundo científico. He seguido el camino de mi padre y me convertí en un neurocirujano académico, enseñando en Harvard Medical School y otras universidades. Entiendo lo que ocurre en el cerebro cuando las personas están a punto de morir, y siempre había creído que había una buena explicación científica para los viajes celestiales fuera del cuerpo, descritos por aquellos que escapaban a la muerte por poco.
El cerebro es un mecanismo sorprendentemente sofisticado pero extremadamente delicado. Si se reduce la cantidad de oxígeno que recibe, así sea la cantidad más pequeña, este reaccionará. No era una gran sorpresa que las personas que habían sufrido un traumatismo grave regresaran de sus experiencias con historias extrañas. Pero eso no significaba que habían viajado a algún lugar real.

Aunque me consideraba un creyente cristiano, era más de título que de creencia real. No me molestaban los que querían creer que Jesús era más que simplemente un buen hombre que había sufrido a manos del mundo. Simpatizaba profundamente con aquellos que querían creer que había un Dios en alguna parte ahí fuera que nos amaba incondicionalmente. De hecho, envidiaba a esas personas la seguridad que esas creencias sin duda les proporcionaban. Pero como científico, simplemente creía que era incorrecto creer en eso.
En el otoño de 2008, sin embargo, después de siete días en un estado de coma en el que se inactivó la parte humana de mi cerebro, el neocórtex, experimenté algo tan profundo que me dio una razón científica para creer en la conciencia después de la muerte.

Se cómo pronunciamientos como el mío les suenan a los escépticos, así que voy a contar mi historia con la lógica y el lenguaje del científico que soy.

Muy temprano por la mañana, hace cuatro años, me desperté con un dolor de cabeza muy intenso. En cuestión de horas, mi corteza entera - toda la parte del cerebro que controla el pensamiento y la emoción, y que en esencia que nos hace humanos- se había apagado. Los médicos del Hospital General de Lynchburg en Virginia, un hospital donde yo mismo trabajaba como neurocirujano, determinaron que de alguna manera había contraído una meningitis bacteriana muy poco frecuente que ataca sobre todo a los recién nacidos. Bacterias de e. coli habían penetrado en mi líquido cefalorraquídeo y estaban comiendo mi cerebro.

Cuando entré en la sala de emergencias aquella mañana, mis posibilidades de supervivencia en algo más que un estado vegetativo ya eran bajas. Pronto estas posibilidades cayeron a casi nulas. Durante siete días estuve en un coma profundo, mi cuerpo sin respuestas, mis funciones cerebrales superiores totalmente fuera de línea.

Luego, en la mañana de mi séptimo día en el hospital, mientras mis médicos consideraban si se suspendía el tratamiento, mis ojos se abrieron de golpe.

No hay una explicación científica para el hecho de que mientras mi cuerpo estaba en estado de coma, mi mente - mi conciencia, mi yo interior - estaba viva y bien. Mientras las neuronas de mi corteza cerebral fueron aturdidas hasta su total inactividad por las bacterias que las habían atacado, mi conciencia liberada del cerebro había viajado a una diferente y mayor dimensión del universo: una dimensión que nunca había soñado que podía existir, y que mi viejo yo previo al coma hubiera estado más que feliz explicando que se trataba de  una simple imposibilidad.
Pero esa dimensión, a grandes rasgos, la misma que describen incontables personas que han vivido experiencias cercanas a la muerte u otros estados místicos, está allí. Existe, y lo que vi y aprendí allí me ha puesto literalmente en un mundo nuevo: un mundo en el que somos mucho más que nuestros cerebros y cuerpos, y donde la muerte no es el final de la conciencia, sino más bien un capítulo de un vasto e incalculablemente positivo viaje.
No soy la primera persona en tener evidencia de que la conciencia existe más allá del cuerpo. Breves y  maravillosos destellos de este reino son tan antiguos como la historia humana. Pero hasta donde yo sé, nadie antes que yo haya viajado alguna vez a esta dimensión (a), mientras su corteza estaba completamente apagada, y (b), mientras que su cuerpo estaba bajo observación médica al minuto, como lo estuvo mi cuerpo durante los siete días completos de mi estado de coma.
Todos los argumentos principales en contra de las experiencias cercanas a la muerte sugieren que estas experiencias son el resultado de un mínimo, transitorio, o parcial mal funcionamiento de la corteza cerebral. Sin embargo, mi experiencia cercana a la muerte no tuvo lugar mientras mi corteza estaba funcionando mal, sino mientras estaba simplemente apagada. Esto se desprende claramente de la gravedad y la duración de mi meningitis, y de la complicación cortical global documentada por los escaneos TC y exámenes neurológicos. Según el conocimiento médico actual sobre el cerebro y la mente, no hay absolutamente ninguna manera de que yo pudiera haber experimentado ni siquiera una conciencia débil y limitada durante mi tiempo en el estado de coma, y mucho menos la odisea híper vívida y completamente coherente que experimenté.

Me tomó meses aceptar lo que me pasó. No sólo la imposibilidad médica de que había estado consciente durante mi coma, pero más importante aún, las cosas que sucedieron durante ese tiempo. Hacia el comienzo de mi aventura, yo estaba en un lugar de nubes. Grandes, esponjosas, de color rosa-blanco, que se presentaron nítidamente en contraste con el  profundo cielo negro-azul.

Más alto que las nubes, inconmensurablemente más alto, una multitud de seres transparentes y brillantes se movían trazando arcos por el cielo, dejando largos trazos como serpentinas detrás de ellos.

¿Pájaros? ¿Ángeles? Estas palabras las registré más tarde, cuando estaba escribiendo mis recuerdos. Pero ninguna de estas palabras hace justicia a estos seres, que eran, sencillamente, diferentes a todo lo que he conocido en este planeta. Eran más avanzados. Formas superiores.

Un sonido, enorme y retumbante como un canto glorioso, descendió desde lo alto, y me pregunté si los seres alados lo estaban produciendo. Nuevamente, pensando en ello más tarde, se me ocurrió que la alegría de estas criaturas mientras volaban alto era tal, que tenían que emitir este sonido,  y que si la alegría no salía de ellos de esta manera entonces simplemente no serían capaces de contenerla. El sonido era palpable y casi material, como una lluvia que se puede sentir en tu piel, pero que no te moja.

Ver y escuchar no estaban separados en este lugar donde ahora estaba. Podía escuchar la belleza visual de los cuerpos plateados de esos seres brillantes que estaban arriba, y pude ver la perfección creciente, alegre de lo que cantaban. Parecía que no se podía ver o escuchar ninguna cosa en este mundo sin volverse parte de ella, sin unirse con ello de alguna forma misteriosa. Una vez más, desde mi perspectiva presente, me permito sugerir que no se podría mirar “hacia” nada en ese mundo en absoluto, porque la palabra "hacia" en sí misma implica una separación que allí no existía. Cada cosa era distinta, pero cada cosa era también una parte de todo lo demás, al igual que los diseños ricos y entremezclados en una alfombra persa ... o en el ala de una mariposa.

Se vuelve más extraño aún. Durante la mayor parte de mi viaje, alguien más estaba conmigo. Una mujer. Ella era joven, y me acuerdo de cómo era en detalle. Tenía los pómulos altos y ojos profundamente azules. Trenzas doradas enmarcaban su hermoso rostro. La primera vez que la vi, estábamos juntos cabalgando sobre una superficie con un intrincado patrón, que después de un momento me di cuenta que era el ala de una mariposa. De hecho, millones de mariposas estaban alrededor de nosotros, enormes y agitadas olas de ellas, que se zambullían en un bosque y volvían de nuevo a nuestro alrededor. Era un río de vida y color, moviéndose a través del aire. La vestimenta de la mujer era simple, como la de un campesino, pero sus colores en polvo azul, índigo y pastel de naranja-durazno tenían la misma abrumadora y súper vívida vitalidad que todo lo demás. Ella me miró con una mirada que, si la vieras durante cinco segundos, haría que tu vida entera hasta ese punto valiera la pena, sin importar lo que haya ocurrido en ella hasta ahora. No era una mirada romántica. No era una mirada de amistad. Era una mirada que de alguna manera estaba más allá de todo esto, más allá de todos los diferentes tipos de amor que tenemos aquí en la tierra. Era algo superior, que contenía todos estos tipos de amor en si mismo, mientras al mismo tiempo era mucho mayor que todos ellos.

Sin pronunciar una sola palabra, ella me habló. El mensaje me atravesó como un viento, y al instante comprendí que era cierto. Lo supe de la misma manera en que supe que el mundo que nos rodeaba era real, no era una fantasía pasajera e insustancial.

El mensaje tenía tres partes, y si tuviera que traducirlas al lenguaje terrenal, sería algo como esto:

"Ustedes son amados y apreciados, muchísimo y para siempre."

"No tienes nada que temer."

"No hay nada que puedas hacer el mal."

El mensaje me inundó con una inmensa y loca sensación de alivio. Era como si me hubieran entregado las reglas de un juego al que había estado jugando toda mi vida sin nunca haberlo comprendido plenamente.

"Te vamos a mostrar muchas cosas aquí", dijo la mujer, una vez más, sin llegar a utilizar estas palabras, sino transmitiéndome directamente su esencia conceptual. "Pero eventualmente vas a regresar".

Para ello, sólo tenía una pregunta.

¿Regresar a dónde?
Un viento cálido soplaba, como los que surgen en los días más perfectos de verano, sacudiendo las hojas de los árboles y fluyendo como agua celestial. Una brisa divina. Esto cambió todo, transformando el mundo a mi alrededor en una octava incluso más alta, una vibración más alta.

A pesar de que aun tenía una pequeña función del lenguaje, al menos la idea que tenemos de él en la Tierra, sin decir palabras comencé a formular preguntas a este viento, y al ser divino que sentía que trabajaba detrás de él o dentro de él.
¿Dónde está este lugar?
¿Quién soy yo?
¿Por qué estoy aquí?
Cada vez que expresé silenciosamente una de estas preguntas, la respuestas llegaron inmediatamente, en una explosión de luz, color, amor y belleza que soplaba a través de mí como una ola rompiendo. Lo más importante de estas explosiones es que no callaban mis preguntas abrumándolas. Respondían a las preguntas, pero de una forma que pasaba el lenguaje por alto. Los pensamientos me entraban directamente. Pero no era pensamiento como lo experimentamos en la Tierra. No era vago, inmaterial o abstracto. Estos pensamientos eran sólidos e inmediatos, más calientes que el fuego y más húmedos que el agua, y mientras los recibía era capaz de comprender al instante y sin esfuerzo conceptos que me habría llevado años comprender plenamente en mi vida terrenal.
Seguí avanzando y me encontré ingresando en un inmenso vacío, completamente oscuro, infinito en tamaño, pero también infinitamente reconfortante. Era profundamente negro pero a la vez rebosante de luz: una luz que parecía venir de un orbe brillante que ahora sentía más cerca de mí. El orbe era una especie de “intérprete” entre mí y esta vasta presencia que me rodeaba. Era como si yo estuviera naciendo a un mundo más grande, y el propio universo era como un útero cósmico gigante y el orbe (que sentí estaba conectado de alguna manera con, o incluso era idéntico a la mujer sobre el ala de la mariposa) fue guiándome a través de él.

Más tarde, cuando volví, me encontré con una cita del Siglo XVII, del poeta cristiano Henry Vaughan, que estuvo muy cerca de describir este lugar mágico, este núcleo vasto y negro como tinta, que era el hogar de la misma Divinidad.

“Hay, dicen algunos, en Dios, una oscuridad profunda pero deslumbrante”.

Eso era exactamente: una negra oscuridad que también estaba rebosante de luz.
Sé muy bien cuan extraordinario, cuan francamente increíble, todo esto suena. Si alguien, incluso un médico, me hubiera contado una historia como ésta en los viejos tiempos, hubiera estado bastante seguro de que estaba bajo el hechizo de algún delirio. Pero lo que me pasó fue, lejos de ser delirante, tan real o más real que cualquier otro acontecimiento en mi vida. Eso incluye el día de mi boda y el nacimiento de mis dos hijos.

Lo que me pasó exige una explicación.

La física moderna nos dice que el universo es una unidad que es indivisible. Aunque parece que vivimos en un mundo de separación y diferencia, la física nos dice que debajo de la superficie, cada objeto y acontecimiento en el universo está completamente entretejido con todos los demás objetos y eventos. No hay verdadera separación.

Antes de mi experiencia de estas ideas eran abstracciones. Hoy son realidades. El universo no sólo está definido por la unidad, sino también, ahora lo sé, definido por el amor. El universo como lo experimenté en mi estado de coma es - he descubierto con sorpresa y alegría- el mismo sobre el cual tanto Einstein y Jesús habían hablado en sus (muy) diferentes maneras.

He pasado décadas como neurocirujano en algunas de las instituciones médicas más prestigiosas de nuestro país. Sé que muchos de mis compañeros se aferran, como yo en el pasado, a la teoría de que el cerebro, y en particular la corteza, genera la conciencia y de que vivimos en un universo desprovisto de cualquier tipo de emoción, y mucho menos del amor incondicional que ahora se que Dios y el universo tienen hacia nosotros. Pero esa creencia, esa teoría, ahora yace rota a nuestros pies. Lo que me pasó la destruyó, y tengo la intención de pasar el resto de mi vida investigando la verdadera naturaleza de la conciencia y difundiendo el hecho de que somos más, mucho más, que nuestro cerebro físico, lo más claro que pueda, tanto hacia mis colegas científicos como hacia la gente en general.

No espero que esto sea una tarea fácil, por las razones que he descrito anteriormente. Cuando el castillo de una vieja teoría científica comienza a mostrar líneas de falla, al principio nadie quiere prestar atención. En primer lugar, el antiguo castillo simplemente ha tomado mucho trabajo para ser construido, y si se cae, uno completamente nuevo tendrá que ser construido en su lugar.

Esto lo aprendí de primera mano después de que estuve lo suficientemente bien como para volver a salir al mundo y hablar con otras personas -personas, es decir, que no sean mi sufrida esposa, Holley, y nuestros dos hijos-, acerca de lo que me había pasado. Las miradas de incredulidad cortés, especialmente entre mis amigos médicos, pronto me hicieron ver la gran tarea que tendría para que la gente comprendiera la enormidad de lo que había visto y experimentado esa semana mientras mi cerebro estaba apagado.

Uno de los pocos lugares en los que no tuve problemas para transmitir mi historia era un lugar que antes de mi experiencia había visto bastante poco: la iglesia. La primera vez que entré en una iglesia después de mi coma, veía todo con ojos nuevos. Los colores de los vitrales me recordaron la luminosa belleza de los paisajes que había visto en el mundo de arriba. Las notas bajas profundas del órgano me recordaron cómo los pensamientos y emociones en ese mundo son como olas que se mueven a través de ti. Y, lo más importante, una pintura de Jesús partiendo el pan con sus discípulos evocó el mensaje que permanece en el corazón mismo de mi viaje: que somos amados y aceptados incondicionalmente por un Dios aun más grande e insondablemente glorioso que el que me habían enseñado de niño en la escuela dominical.

Hoy en día muchos creen que las verdades espirituales vivas de la religión han perdido su poder, y que la ciencia, no la fe, es el camino a la verdad. Antes de mi experiencia tenía una fuerte sospecha de que ese era el caso para mí.

Pero ahora entiendo que esta opinión es demasiado simple. El hecho cierto es que la imagen materialista del cuerpo y el cerebro como los productores, en lugar de los vehículos, de la conciencia humana, está condenada. En su lugar, una nueva visión de la mente y el cuerpo va a surgir, y de hecho ya está emergiendo. Este punto de vista es científico y espiritual en igual medida y valorará lo que los más grandes científicos de la historia siempre se han valorado por sobre todo: la verdad.

Esta nueva imagen de la realidad tomará mucho tiempo en armarse. No va a estar terminada en mi tiempo, o incluso, sospecho, tampoco en el tiempo de mis hijos. De hecho, la realidad es demasiado vasta, demasiado compleja y demasiado irreductiblemente misteriosa para que una imagen de ella alguna vez llegue a estar absolutamente completa. Pero, en esencia, esta imagen mostrará al universo en evolución, multidimensional, y conocido en detalle hasta cada uno de sus últimos átomos por un Dios que nos cuida mucho más profunda y apasionadamente que cualquier padre que alguna vez haya amado a su hijo.

Aun sigo siendo un doctor, y aun sigo siendo un hombre de ciencia, casi exactamente igual a como era antes de que tuviera mi experiencia. Pero en un nivel más profundo soy muy diferente a la persona que era antes, porque he podido vislumbrar esta imagen de la realidad que está surgiendo. Y puedes creerme cuando te digo que va a valer la pena cada pequeño paso de la labor que nos llevará, y a los que vienen después de nosotros, para llegar a comprenderla bien."

Eben Alexander III



"Creo que la lección importante es que todo gira en torno a la conciencia, lo que sugiere ampliamente que el espíritu fuente de esa conciencia es eterno y en realidad se enriquece cuando se libera de nuestro cuerpo y cerebro. Se convierte en una entidad más rica en conocimiento. Es mucho más que una “prueba del cielo”."

Eben Alexander III


"El espíritu muchas veces abandona el cuerpo antes de que éste muera. En todas mis reuniones con doctores, enfermeras y familiares, les insto a hablar y actuar sabiendo que el espíritu del paciente es posible que esté presente y consciente, independientemente del estado de su cuerpo. El paciente está en tránsito al cielo, pero su espíritu está liberado y bien."

Eben Alexander III


"La ciencia convencional puede llamarse materialista-reduccionista o “fisicista”, y básicamente dice que sólo existe el mundo físico. Esto significa que los pensamientos, las emociones, las percepciones y los recuerdos son meramente epifenómenos del funcionamiento físico del cerebro, y por lo tanto no tienen existencia real por derecho propio. Así, según el materialismo, la conciencia no es más que el resultado confuso de las reacciones químicas y los flujos eléctricos en la sustancia del cerebro. Las consecuencias principales de este punto de vista son que nuestra existencia es el nacimiento a la muerte, y nada más, y que el libre albedrío mismo es una completa ilusión. Si la conciencia no es más que reacciones químicas, no hay lugar para ningún “libre albedrío”.
Mi nuevo punto de vista –que está emergiendo en la neurociencia y la filosofía de la mente– es exactamente lo contrario: esa alma / espíritu es lo que existe y proyecta toda la realidad física aparente desde dentro de sí misma. El cerebro es más bien una prisión, de la que nuestra conciencia se libera en el momento de la muerte corporal, lo que posibilita un sólido más allá que también implica la reencarnación. Nuestras decisiones importan enormemente, y por lo tanto el libre albedrío es un componente crucial de la realidad en evolución."

Eben Alexander III



"La conciencia es la cosa que existe. El reino material es ilusorio (cuerdas vibrantes de energía en un mayor espacio-tiempo dimensional). La física moderna sugiere que nuestras nociones de espacio y tiempo y causalidad son construcciones ilusorias de nuestra conciencia.
La conciencia es la percepción de la existencia. El profundo misterio en el corazón del “arduo problema de la conciencia” (el desafío de definir cualquier vía por la que los componentes físicos del cerebro podrían dar lugar a la experiencia fenomenal) y la paradoja de medición en la física cuántica es el observador. No somos nuestros pensamientos, pero observamos esos pensamientos mediante nuestra conciencia fundamental, que se produce en la conciencia universal (la mente colectiva) a través del cerebro físico.
Me he dado cuenta de que la esencia de la conciencia, de la experiencia y de los recuerdos, está completamente fuera del cerebro físico y de este universo físico, y que proyecta toda la realidad física aparente. Mi comprensión actual es que el cerebro no crea conciencia, sino que en realidad la “simplifica” desde un nivel mucho más alto de conciencia, que se vislumbra durante las experiencias transformativas espirituales (como las ECM), o que encontramos cuando nuestro cuerpo físico muere. El cerebro es una válvula, o un filtro reductor, que limita la conciencia global a un goteo, el aparente “aquí y ahora” necesario para la propia supervivencia en este reino terrenal. Esta teoría del filtro se remonta a finales de los siglos XIX y XX, cuando algunos brillantes pensadores que estudiaron la psique humana (William James, Frederic Meyer, Henri Bergson, F.C.S. Schiller, y más tarde Aldous Huxley, entre otros) pudieron apreciar la existencia del alma más allá del cerebro físico y el cuerpo, e indicios de su supervivencia después de la muerte corporal.
Yo postulo que el neocórtex es la influencia determinante en la cantidad y el conocimiento específico consciente accesibles desde la mente colectiva. La teoría del filtro nos lleva mucho más lejos en la explicación de una amplia variedad de experiencias humanas exóticas, tales como las ECM, las experiencias de muerte compartida, la precognición, las comunicaciones después de la muerte, las experiencias fuera del cuerpo, la visión remota, etc. Esta hipótesis explica mi propia ECM ultra-real en estado de coma, cuando mi neocórtex se desmanteló tan a fondo. Sin un filtro que funcione correctamente, he experimentado un contacto mucho más amplio con la conciencia universal, al igual que millones de otras personas que han sido testigos de la ultra-realidad de tales experiencias trascendentales en la conciencia."

Eben Alexander III



"La muerte es el mayor viaje que realizaremos."

Eben Alexander III


"La teoría del filtro tiene más sentido para mí; esto es, que el cerebro físico ejerce de filtro, permitiendo sólo estados limitados de conciencia. El cerebro sin duda gestiona muchas funciones del cuerpo humano y nos da nuestras capacidades lingüísticas y la capacidad de analizar y resolver problemas. Pero estos rasgos aparentemente superiores –en comparación con otras especies– a menudo sirven para limitarnos el espectro completo de lo que es posible. El modelo de producción del fisicismo (es decir, que el cerebro físico crea la conciencia a partir de la materia puramente física del cerebro) es la menos razonable de las opciones para explicar la conciencia y falla miserablemente a la hora de proporcionar cualquier potencial explicativo."

Eben Alexander III



"La vida tras la muerte existe y la ciencia debe tomarlo en serio."

Eben Alexander III



"Las personas aparentan la edad ideal de su alma. Los niños pueden parecer jóvenes adultos y los ancianos pueden tener apariencia de jóvenes."

Eben Alexander III


"No hay una explicación científica para el hecho de que, mientras mi cuerpo estaba en estado de coma, mi mente –mi conciencia, mi yo interior– estaba viva y bien. Mientras que las neuronas de mi corteza cerebral fueron afectadas hasta su total inactividad por las bacterias que me habían infectado, mi conciencia liberada del cerebro había viajado a una dimensión del universo diferente y mayor: una dimensión que nunca había soñado que pudiera existir; mi viejo yo, previo al coma, hubiera sido más feliz explicando que se trataba de una simple imposibilidad."

Eben Alexander
Tomada del libro ¿Existe la muerte? de Anji Carmelo y Luján Comas, página 25




"No, no me dio pena volver. Después de mi viaje me di cuenta de que estamos aquí con un propósito y de que nuestras almas, a pesar de conocer la belleza de ese reino, están más interesadas en el reino físico, donde pueden llevar a cabo sus misiones. Desde mi punto de vista, la reencarnación es una necesidad absoluta, porque los viajes de nuestras almas a través de múltiples vidas avanzan hacia un mismo objetivo: ser Uno en armonía con lo Divino."

Eben Alexander III


"Pero esa dimensión descrita por innumerables personas que han pasado por una ECM y otros estados místicos está. Existe y lo que vi y aprendí me ha colocado literalmente en un nuevo mundo: un mundo en el que somos mucho más que nuestros cerebros y cuerpos y donde la muerte no es el fin de la conciencia, sino solo un capítulo en un viaje vasto e incalculablemente positivo."

Eben Alexander
Tomada del libro ¿Existe la muerte? de Anji Carmelo y Luján Comas, página 170


"Simplemente cuento la historia como pasó. No traté de añadirle nada, de adornarla para hacerla más atractiva, ni de quitarle cosas que la hacían menos atractiva."

Eben Alexander III




"Soy más científico ahora que antes y siento que mi fe me da un punto de conocimiento más allá de la propia fe. Deberíamos ampliar los límites de la ciencia para llegar a comprender los misterios insondables de nuestra consciencia, alma o espíritu."

Eben Alexander III



"Veo a Dios como el creador y primer motor de todo lo que es, en el corazón de todos y cada uno de nosotros. Veo la conciencia como fundamental en el universo; todo el universo físico observable surge de la mente colectiva, la conciencia que tiene su origen en Dios. Desde la verdad más profunda, no hay límites reales entre Dios y nosotros y el universo entero; los límites aparentes son parte de la suprema ilusión de que el mundo “exterior” está en realidad “allá afuera”.
No se debe subestimar el poder y la capacidad de esa fuerza universal, y el conocimiento que rige a través del amor infinito e ilimitado sin ninguna condición. Como parte de Dios, por tanto, todos somos co-creadores en la evolución de la conciencia, en la evolución de todo lo que es. La visualización de Dios como algo externo o separado de nosotros es –en mi opinión– una grave fuente de confusión. Todas las imperfecciones humanas (y de otros), la aparente oscuridad y el mal, en realidad sirven como gradientes para energizar esta evolución. Son sólo la ausencia de luz y amor, no una fuerza opuesta.
Mi opinión es que el Dios absoluto existe como la fuente de toda de la conciencia, y que toda la realidad (incluyendo el pequeño subconjunto del universo físico observable) surge de la mente de ese Dios absoluto (sin límites, impersonal). El sistema filosófico de apoyo es el idealismo metafísico u ontológico, en el que todo lo que existe emerge de la conciencia misma (el Dios absoluto). El universo físico –así como los modos similares de otras realidades no comunes que compartimos– es una simple proyección de la Unidad / Fuente / Dios absoluto.
El Dios personal (relativo) es el subconjunto más pequeño del Dios absoluto con el que podemos desarrollar una “relación”. Nuestro lenguaje nos fuerza a una cierta separación entre los Dioses absoluto y relativo que en realidad no existe, aunque es un útil separador para adquirir una cierta comprensión de la dualidad procedente de la Unidad pura. Una buena manera de experimentar esto es a través de la meditación, en la cual he resonado con la Unidad pura en forma de identidad con ella, si bien en el horizonte entre la última fuente de la Unidad y la parcelación emergente que aparece en nuestra existencia dualista.
Cualquier confusión residual sobre esto se podría resolver si nos diésemos cuenta de lo que percibimos como límites de nosotros mismos sólo está ahí para apoyar la versión “de ancho de banda limitado” de nuestra conciencia perceptiva, incluyendo la aparente limitación de nuestra existencia en un ilusorio “aquí y ahora” que se construye en este lado del velo; esto es, que el flujo de tiempo es una ilusión proyectada como parte de nuestra percepción consciente del entorno (no sólo en el marco de lo físico, sino también en el de lo espiritual).
Las nociones de “ego” y “Dios personal” son vistas como presentaciones muy limitadas del Dios absoluto fundamental, que es la fuente esencial de nuestra percepción consciente, a pesar de que la realidad de esa fuente es infinita y eterna (y que sólo podemos apreciar cuando está completamente liberada de los grilletes de nuestro cerebro físico y del cuerpo, por ejemplo durante la meditación profunda o después de la muerte del cuerpo físico).
La meditación y la oración nos ayudan a ir más allá de nuestra dimensión humana. Sin embargo, no puedo exagerar el hecho de que nuestro lenguaje terrenal apenas puede describir la inmensidad y la intimidad, el poder y la misericordia, el conocimiento y el amor totales que conforman el carácter de Dios y la Conciencia."

Eben Alexander III



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