Arropada en violetas

Con la piel vistiéndome los huesos,
desprecio la obsesión de buscar,
marchita de aromas,
perdida,
devorando deseos.

Sumergida en cavernas
donde el elixir de los pétalos
no pinta la piel,
con cuerpo delicado me deslizo,
oruga tierna,
despertando fuentes cantarinas.

Sólo basta arroparse de violetas,
y percibir
la esencia entre los verdes nuevos.

Huesos me nacen en flor.

Carmen Amaralis Vega Olivencia


Despedidas

Busco la carne donde extraño la esencia
y entre duelos y risas,
entre la cal y el beso,
un adiós.

Sobrarán las espinas donde besé la rosa.
Ya no espero ni pienso.

Se encenderá el camino
cuando apague la hoguera
de mis negros incendios.

Llevo el alma cargada,
pesa tanto…

Y es que muero de amar
y queriéndolo todo
me ahogo en los "te quieros"
cuajados de recuerdos.

Carmen Amaralis Vega Olivencia


Nadar en la intimidad

Salté en caída libre y me hundí hasta lo más profundo. Fui bajando, bajando, bajando. Ya no tenía más aire en los pulmones y la presión del agua me hacía reconocer que perdía el sentido. Dejé de bajar y la fuerza boyante sumada a mi grito mental me devolvieron a la superficie. El agua me llamaba con fuerza, siempre lo hace, debo haber sido pez en otra vida. Yo puedo, pensé, y antes que la razón me contradijera, di el salto desde el puente del deseo.

Ya a flote reconocí la distancia hasta la orilla, y nuevamente pensé que podría nadar hasta la arena dormida. A mitad de trayecto los brazos me dolían, las piernas se debilitaron y un calambre egoísta disparaba corriente en todas las direcciones de mi cuerpo. Supe que era imposible llegar a la orilla, y fue entonces que invoqué a los
dioses del mar y no me escucharon, clamé a mi ángel de la guarda y se rió de mi osadía.

-Nunca has sabido medir las consecuencias de tus actos.

Fue el reclamo del ángel, mientras yo sucumbía a lo que más se puede parecer al pánico. Pero no, yo no me puedo morir ahora, aún me quedan lecturas por hacer, besos en la boca, y necesito sembrar la semilla de mango que espera su punto exacto sobre la mesa del jardín.

El sol me nublaba la vista y la sal ardía como arde en una herida abierta, y yo ahí, revoloteando como pájaro herido, como loba en parto, o ninfa sin amor.

No puedo morir, me repetía con la poca fuerza que me quedaba. Y no pude. Simplemente me crecí aletas de tiburón, escamas de sirena y ojos de delfín, y con mi traje más azul, soplé la imaginación, las olas crecieron hasta que una avalancha de deseos vivos me trajo a la orilla.

Ahora se que puedo nadar eternamente.

Carmen Amaralis Vega Olivencia



Sin deseos

Resbalo abierta,
agua de flor por tu espalda,
cascada fría.

Me sumerjo
en los bordes de tus vértices,
furia de brisa sin deseos.

Retorcido, escondes la roca delirante.
Ya no hay sorpresas que me confundan
ni alegrías ajenas que me envuelvan.

En la lejanía de mis noches
el calor de tus venas lacera mi carne.

Mi sombra se burla del deseo.

Carmen Amaralis Vega Olivencia


Sin careta ni antifaz

Se cayó la falsedad.
Ahora me desvisto ante ti
sin súplicas ni máscaras.
Libre de mostrarme tal cual soy:
desnuda y limpia.
Lirio blanco con las manchas del tiempo,
susurro de canción perdida,
onda sonora que reclama al viento
la melodía que perdió el corazón.

Ahora estoy aquí, sin velos.
Mostrando lo que en mi mente habita:
estas ansias de ti.

Pero no es ni tu cuerpo ni tu cama.
Solo el relinchar de tu potro interior,
de ese que sabe recorrer mis valles sin prejuicios.
Y busca más allá de la piel dormida
el manantial fresco
de esta fría soledad del ser.

A mi mente le invaden estas ansias de ti,
porque hay profundidades que mi cuerpo arrastra.

Carmen Amaralis Vega Olivencia


Trasmutada

Hoy me trasmutaré,
brincaré al jardín donde se esconden los duendes.
Las manos se recubrirán de seda virgen,
el rostro quedará convertido en ánforas de besos,
y con el cuerpo en espiral llegaré hasta ti.

No entenderás el sabor en tus labios,
ni la suavidad repentina de tu piel
cuando envuelto en la tibieza de mi abrazo
se desgarren en surcos tus deseos.

No entenderás ese suave murmullo en tu nuca,
ni el palpitar del cuerpo
que te invade.

Llevo una eternidad girando,
rondando el aroma de tu pecho,
lamiendo desesperada tu sal,
olfateadote en la niebla profunda de la espera.

Hoy haré con tu amor lo que desee
porque, trasmutada, solo yo te reconozco.

Carmen Amaralis Vega Olivencia









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