Ateísmo
(Dolorita)

Le pusiste tan raros pareceres
A nuestro mutuo amor, que, según veo,
De tus labios me he vuelto tan ateo
Que si acaso me juras que aún me quieres,
Juro que, aunque me quieras, no te creo.

Enrique Álvarez Henao


Gota de agua

Penetra el viejo sabio al gabinete
a recordar su ciencia micrográfica,
y sobre el transparente porta-objeto
coloca una brillante gota de agua.

La somete al examen microscópico
y la escudriña con febril mirada,
y torna a ver lo que en antiguos tiempos:
monstruos enormes de figuras raras.

Y remira esa hambrienta turbamulta
de infusorios de formas tan fantásticas,
y ve que unos a otros se devoran
como en los mares de la especie humana.

Abandona de pronto el microscopio
y murmura, calándose las gafas:
¡ cuántos monstruos se irán también matando
ocultos en el fondo de una lágrima!...

Enrique Álvarez Henao


La abeja

Miniatura del bosque soberano
y consentida del vergel y el viento,
los campos cruza en busca del sustento,
sin perder nunca el colmenar lejano.

De aquí a la cumbre, de la cumbre al llano,
siempre en ágil, continuo movimiento
va y torna, como lo hace el pensamiento
en la colmena del cerebro humano.

Lo que saca del cáliz de las flores
lo conduce a su celda reducida,
y sigue sin descanso sus labores,

sin saber, ¡ay! que en su vaivén incierto
lleva la miel para la amarga vida
y el blanco cirio para el pobre muerto!

Enrique Álvarez Henao


Los tres ladrones

Época fue de grandes redenciones:
El mundo de dolor estaba henchido
y en Gólgota, en sombras convertido,
se hallaban en sus cruces tres ladrones.

A un lado, en espantosas contorsiones,
se encontraba un ratero empedernido;
en el otro, un ladrón arrepentido,
y en medio el robador de corazones.

De luto se cubrió la vasta esfera;
Gestas, el malo, se retuerce y gime;
Dimas, el bueno, su dolor espera.

Y el otro, el de la luenga cabellera,
que sufre, que perdona y que redime,
se robó al fin la humanidad entera.

Enrique Álvarez Henao














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