Canción del apátrida

En la lejanía
desterrado del amanecer de Cuzcatlán
de las madrugadas campesinas de nixtamalero y café fuerte,
perdido en una perdida ciudad de europa central,
cuando escuches esa canción de hace años,
recordarás
las madrugadas de tu prehistoria,
los amigos con quienes bebías licor quemante,
las noches de farra y amores,
la muerte que por turno les llegó a cada uno de ellos.
Y desearás los frijolitos fritos
o el café de palo de aquellas mañanitas,
sorber un trago de "Chepetoño" o de " Tres Puentes"
en pleno corazón del Valle de las Hamacas,
boquitas de jocotes o mangos tiernos,
pupusas de chicharrón y de queso con loroco.
La goma habrían de quitársela en El Amanecer,
o en la Plaza Zurita y el Barrio de Candelaria
con un guacal de shuco y pan francés.
Y
en la soledad de tu cuarto
saborearás esos recuerdos con tu comidita alemana,
te sentirás feliz después de todo
por haber burlado un día más al hambre,
pero pensarás que ha sido muy absurdo esta vez
naufragar tan lejos de tu casa
y tus volcanes.

David Hernández


El amante

Años más tarde
sobrio
fuera del tiempo y el espacio
que lo embrujaron cual niño
no tarareó su canción desesperada
por el amor y la derrota.
Aquellos besos serían para otro
y aquellas piernas
aterciopeladas por otros dedos.
El amanecer de la razón y el sol
lo encontraron de pie
en el anochecer de un verano europeo,
esperando el tren,
quizá,
de la historia:
¿Tendría un sabor menos amargo ahora
su cita con un dulce nombre de mujer?

David Hernández


El viaje

Como cartas marcadas caen los viajes:
ayer los que mis pasos condujeron
quizás a la gloria, pero que fueron
también hiel quemante en rojos paisajes,

no todo azul como en la travesía
del Bardo Pipil Raúl. Mas tampoco
todo inútil triste invierno. Trastoco
el sur de mi naufragio con poesía.

Una luz al fin: en París el Poeta;
un sueño: el aroma del loroco.
Tormentas, paraísos, viento fuerte,

carabelas son de un afán loco,
mis pasos acompañan cual cometa:
para esta ruta, pequeña es la muerte.

David Hernández


Exilio

Caen las hojas muertas de otro otoño
y en casa florecen los limoneros:
siglos ha que no percibo los vientos de octubre
y las lluvias de mayo de mi tierra de lagos
volcanes y ciudades como flores de izote
a la vera de la mar del sur.
Todo es un recuerdo nublado por la nieve,
la primavera,
el sol débil del extranjero.
La distancia me hizo ciudadano de la nostalgia
viajero de la aldea global,
nómada intercontinental,
cada meta es un jubiloso inicio.
Aunque
la soledad de las hojas muertas del otoño extranjero
traen de golpe el recuerdo de la casa ancestral:
¿En el viejo huerto de mamá
estará de nuevo el limonero retoñando?

David Hernández


San Salvador

Aquí amamos los días claros o los tiempos de acoso
ciudad de amores y fechorías
donde creció el canto y la leyenda
de muertos y fantasmas vivos
mientras el espejo se vaciaba de la colérica muchedumbre
hasta quedar humeante y quebrado sin rostros ni almas;
ciudad que vió caer lluvias de estrellas y ángeles
en noches de miedo y esperanza
cuando en la radio aullaba un tiranuelo.
Así te quiero urbe de lo grotesco,
de punta a punta,
repleta de ladrones envenenados por el hambre,
de niños jugando a la guerra de verdad en el escampe,
con luces multicolores en tus calles
donde las golondrinas y el suicidio danzan su musiquilla
y la pobreza deambula los rostros amarillentos
de tus habitantes deshabitados.
       Drogada por el narcótico de bombas de gas
y répiques de metralla en tus avenidas
recorriste tus años adolescentes;
azotada por vientos de octubre,
por tu Parque Libertad rebalsando de fracasados,
por cadáveres anónimos de tus poetas y sus canciones de amor
sobreviviste una guerra del gorila.
       Mezclaste tu historia, tus coroneles y tus comandantes
con aguas negras llenas de abortos, menstruación, estiércol,
cuerpos torturados, deshechos, órganos mutilados,
poetas injustamente ajusticiados:
así has arrastrado tus años en estado de sitio,
recibido puestas de sol y silbidos de pájaros.

Valle de las Hamacas
los terremotos te mecen como niña mimada,
canción de cuna tétrico parece este tiempo turbulento,
ciudad del mejor café del mundo,
azotada por políticos corruptos y por toda
la inmundicia consumista,
por jóvenes amantes que te inundan mientras alguien cae,
por el amor al prójimo que hemos practicado:
donde la vida fue un asalto permanente,
el terror, una institución sagrada.
Ciudad del alba y las más negras historias,
hija de pipiles guerreros e íberos asesinos,
territorio de aves emigrantes,
dueña de ese vuelo de pájaros que regresa en cada invierno.

Donde nacieron nuestros sueños,
donde ululan delirantes vientos de octubre y la violencia:
aquí
junto al volcán, el lago y tus maizales
deseo descansar al final de mi jornada
y dialogar con mis amigos muertos
bajo el fuego eterno del amor.

David Hernández


















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