Cantinela VII

Yo vi sobre un tomillo
quejarse un pajarillo,
viendo su nido amado,
de quien era caudillo,
de un labrador robado.
Vile tan congojado
por tal atrevimiento
dar mil quejas al viento,
para que al cielo santo
lleve su tierno llanto,
lleve su triste acento.
Ya con triste armonía,
esforzando el intento,
mil quejas repetía;
ya cansado callaba,
y al nuevo sentimiento
ya sonoro volvía;
ya circular volaba,
ya rastrero corría;
ya, pues, de rama en rama,
al rústico seguía,
y saltando en la grama,
parece que decía:
«Dame, rústico fiero,
mi dulce compañía»;
y a mí que respondía
el rústico: «No quiero».

Esteban Manuel de Villegas


Oda IV

Antes que llegues con tus años, Lida,
a la vejez cansada,
¡ay! no le ofrezcas al desdén posada,
que es basilisco del que más le anida;
sino, mucho amorosa,
labra en mi celo, cogerás tu rosa.

La purpurada Venus y el hijuelo
io que siempre la acompaña,
o salen en Abril a la campaña
o del Mayo en la flor pisan el suelo,
ya con alegres danzas
brindando a tu verdor con mil mudanzas.

No pienses que el Otoño, cuando apenas
el campo se asegura,
visitan de los bosques la espesura,
ni las montañas, otro tiempo amenas;
que entonces, dulce Lida,
la más lozana más está encogida.

Tú esperas de la Cinara el empleo,
que se arrugó doncella;
Cinara digo, la que un tiempo bella
veneno al alma fue, taza al deseo.
Mas ¡ay! que ya su queja
llora el pasado error al verse vieja.

Yo la vi un tiempo coronar la frente
de resplandor dorado
y entre las brasas del carmín rosado
vibrar la juventud su llama ardiente,
que pudiera en los bronces
cuajar cenizas su viveza entonces.

¡Cuán bella estaba al extender el paso!
¡Con cuánto señorío
del tierno joven cautivaba el brío!
Mas adornóse de desdén escaso,
que imitaba sin arte
de Amor el plomo, el mármol de Anaxarte.

Pero ya arrepentida, y más corrida
de lo que su edad pide,
mis verdes años con sus canas mide,
y al no torcellos llora arrepentida;
que la que vieja adora
con más ventajas se enternece y llora.

Por cuanto no querrás verte a deshora
cautiva de estos daños,
después que á un tiempo los purpúreos años
se hayan volado con la blanca aurora,
y entre fuego y ceniza
haga el amor en tu vejez la riza.

Deja por Dios, y por tus ojos deja,
de ser menos esquiva,
y en tanto que la edad briosa priva,
halle cabida en tu elección mi queja;
que la Venus temprana
ni el alma afrenta, ni el honor profana.

Esteban Manuel de Villegas


Oda X

Yo pensé, luces bellas,
llegar con mi esperanza a vuestra lumbre;
pero Lida inconstante,
por doblar mis querellas,
de vuestra (¡ay cielos!) ensalzada cumbre
la despeñó arrogante;
y agora la perjura
cortar el árbol de mi fe procura.

Como cierzo indignado,
que con súbito soplo descompone
la mies en la campaña,
y en el alegre prado
los altos olmos que la edad compone,
así, con dura saña,
Lida ingrata y perjura
cortar el árbol de mi fe procura.

Juró que me sería
en amarme tan firme como roca
o como robre exento,
y que atrás volvería
este arroyuelo que estas hayas toca
antes que el juramento;
pero ya la perjura
cortar el árbol de mi fe procura.

Esto dirán los vientos
que dieron a su jura las orejas;
esto dirán los ríos,
que por estar atentos
el susurro enfrenaron a sus quejas;
pero los llantos míos
dirán que la perjura
cortar el árbol de mi fe procura.

Esteban Manuel de Villegas


Oda XX

De Anacreonte

Si con algún tesoro
se pudiera alargar mi corta vida,
de los mineros trasegara el oro,
porque cuando viniera
la muerte, dado el precio, se volviera.

Pero si no es posible
¿de qué sirve el gemir? ¿por qué lloroso
celebro el día forzoso
duro al pensar, al padecer terrible?
¿Qué me sirve el dinero,
si no me ha de alcanzar lo que yo quiero?

Pues, eh, riquezas vanas,
a quien mucho os estima, que os frecuente:
allá vaya al oriente,
penetre el mar del Sur, harte sus ganas;
que yo ya hallé en mi Lida
oro, plata, metal, riqueza y vida.

Esteban Manuel de Villegas


Sáficos

Dulce vecino de la verde selva,
huésped eterno del abril florido,
vital aliento de la madre Venus,
céfiro blando.

Si de mis ansias de amor supiste,
tú que las quejas de mi voz llevaste,
oye, no temas, y a mi ninfa dile,
dile que muero.

Filis un tiempo mi dolor sabía,
Filis un tiempo mi dolor lloraba,
quísome un tiempo, mas agora temo,
temo sus iras.

Así los dioses con amor paterno,
así los cielos con amor benigno,
nieguen al tiempo que feliz volares
nieve a la tierra.

Jamás el peso de la nube parda,
cuando amenace la elevada cumbre,
toque tus hombros, ni su mal granizo
hiera tus alas.

Esteban Manuel de Villegas












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