Capricho

Entre cojines de damasco hundida,
envuelta en tibio resplandor de perla,
adormecida te encontré una noche,
oh! noche de dulcísimas tristezas.

Como el artista al modelar su estatua,
los breves labios con primor le aquea
y un indeciso asomo de sonrisa
allí, viviendo en lo insensible, deja;

así estaba tu rostro, medio oculto
bajo los hilos de tus rubias trenzas,
y entre los pliegues de tu falda, un libro
dejaba ver dos páginas abiertas.

Crucé los brazos, te miré, anhelante,
luego con paso de ladrón, sin fuerzas,
llegué a tu oído, susurré: «yo te amo»
y huí como ladrón de tu presencia.

Enrique Fernández

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