Ciudad del cuerpo

Pisa la mano sobre la carne abierta.
Las lenguas, como libros espléndidos y sabios,
lavan la baba de los cuerpos gloriosos,
salvados de la uña dolorosa y punzante.
El alba suculenta,
con amplitud de leche derramada,
amamanta colgantes jardines luminosos.
No Babel; Babilonia, tras sus puertas magníficas,
muestra cien avenidas de esfinges y de toros,
al asombro profano del labio y los aromas.
Los Amantes, cual arpas astadas y secretas,
despiertan al deseo de dedos musicales.
Lácteos parques. Apacibles estanques,
donde la piel se baña y el deseo se sumerge
en un obscuro tacto de sierpes perfumadas.
Donde el río da la vuelta
y las lanzas traspasan la herida derramada,
sobre los ricos lechos, con fiebre de monarca,
la pasión se desborda en cauces milenarios.
E inmersos en las aguas turbulentas y heroicas,
fluyen los ciudadanos deshechos en el éxtasis,
sobre sábanas níveas,
que a la ciudad recorren y abandonan.

Carmelo Sánchez Muros


"Con el alba
llegó la intransigencia."

Carmelo Sánchez Muros


Dan las doce…

Dan las doce.
El extraño animal
ha elevado sus brazos,
hincando en el sillón
sus dos garras de nácar,
cargadas de alianzas.

Viene desde la noche
hibernando recuerdos,
y hacia la noche vuelve
como un bulto de sombras.

Calla el dolor y escucha
sus pasos que se alejan
dejándose los labios
colgados del espacio.

Después… nada. El silencio
cava un hueco de tumba
y deposita el cuerpo
en la lóbrega noche.

Carmelo Sánchez Muros


El tiempo pasa

Rómpeme los huesos con tu abrazo.
Trepa por mi cuerpo como hiedra.
Sacia mi boca de palabras no dichas.
Susúrrame al oído el silencio que grita
cuando no estás, o vuelves y te callas.
Utiliza mi ojo, traspasando el cristal,
y explora el otro mundo
que la pupila invierte.
Repta en mi piel, como áspid faraónico,
que concede la muerte después de la caricia.
Dame tu lengua
donde celan los pájaros que cantan a la noche
cuando, errante, te nombro.
Ven. Vuelve otra vez a mí.
Llega hasta mi memoria
y fíjame la imagen áurea de tu cuerpo.
Alzo mi oculta copa
y brindo a la deriva por tu suerte y mi suerte.
Suerte que el tiempo aventa
al paso del destino,
que guía nuestras vidas con látigo implacable.
Pasan los días casi sin darnos cuenta.
El tiempo se sucede.
Yo, envejezco.

Carmelo Sánchez Muros


Llegas errante...

Llegas errante
de seres y fracasos.
Irrumpes en la sangre
como un cuchillo eléctrico,
que cercena la dicha
y me deja indefenso.

La lluvia de alfileres
forma un cauce de acero,
que recorre mis venas
tensas ante la lucha.

Aúllan los chacales
que devoran al miedo
y sólo dejan rastros
de garras enfrentadas.

Miedo a dejar de ser.
A no ser nada,
si se alberga otra alma
en la sien de la amada.

Quisiera ser
un dios omnipotente
y exterminar el ente
que te roba el afecto.

Ascienden incesantes
hormigas maxilares
y tú matas al otro
en tu deseo sangriento.

Carmelo Sánchez Muros


Luna en el Nilo

Baja la laguna lenta
flotando sobre el Nilo.

Desciende como un labio
de ébano sediento
que deposita exangüe
el reflejo de Nubia.

Arrastra sedimentos
y garras de granito
en la crecida vena
caliente del desierto.

Fluyen las aguas calmas.
En su errante pupila
llevan el sorbo tibio
de las yuntas sagradas.

Se aleja el cauce lento:
hacia el Delta discurre.
Pasa como un lamento
bañado por la muerte.

Carmelo Sánchez Muros










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