"Comunicar los deseos imaginados y las imágenes deseadas es la tarea más ardua."

Giorgio Agamben


"Creo que una forma de los exterminios actuales se da en esta inclusión sin nombre, sin la posibilidad de tener un nombre propio, un lugar de origen, tradiciones, oficios, comida, trabajo, estudios,etc. Estamos constantemente sometidos a una forma de pensamiento sistémico, global, acabado, que no permite que nos quejemos de las intolerancias o las exclusiones, pues todos estamos incluídos: vigilados..."

Giorgio Agamben


“El ciudadano es para el Estado un terrorista virtual.”

Giorgio Agamben



“He trabajado mucho, sobre todo en los últimos años, en la teología cristiana porque nuestra civilización está impregnada de cristianismo. Cuando se produce la secularización en la modernidad, se olvida que las categorías del pensamiento venían dadas. Seguimos utilizando conceptos teológicos sin saberlo. Una de esas ideas es la de progreso. Cuando se seculariza y se pierde la idea de que hay un fin, el progreso se convierte en infinito, pero la idea procede de la concepción lineal del tiempo cristiano, una línea que lleva a la salvación. El Partido Comunista de Italia, cuando cambió de nombre pasó a llamarse Partido Progresista de la Izquierda. Luego abandonó ese nombre. Nuestra sociedad ya no cree en el progreso, pero la economía funciona con ese principio. La idea es que la producción tiene que crecer constantemente.”

Giorgio Agamben


"Hoy día -conocerán ustedes montones de personas así, y hasta podría darse el caso de que usted fuera una de ellas-, casi nadie celebra ya nada. Nada íntimo, me refiero, propio, personal, exclusivo. Por el contrario, las celebraciones impersonales y multitudinarias -gregarias es aquí término más exacto- abundan cada día más -la victoria de un equipo de fútbol es quizás el mejor ejemplo-, podría pensarse que para suplir la carencia de las otras. Claro que no lo consiguen, no pueden conseguirlo, pues en el fondo son dos manifestaciones antitéticas. De hecho estas celebraciones, todas ellas de un modo u otro vinculadas al juego, son propiamente hablando profanaciones. Porque la celebración tiene un carácter sagrado -de ahí quizás provenga precisamente el rechazo actual- vinculado al gasto, al despilfarro, y a la ostentación en el sentido batailleano de estos términos. De modo que si hemos dejado de celebrar, también hemos dejado en consecuencia de profanar. Las turistas que visitan el Vaticano obligadas a cubrirse los generosos escotes no son conscientes ni por asomo de la profanación que significaría no ir cubiertas. Toman la imposición por una especie de rito, como el llevar al fútbol la bufanda de tu equipo. De modo que cuanto menos celebramos, menos posibilidades de profanación tenemos. Y de la profanación sí que podemos decir en cambio que responde a la misma necesidad, sólo que en el sentido contrario, claro, que la celebración. Una necesidad, de nuevo un término denostado, de trascendencia."

Giorgio Agamben
Profanaciones


"Hoy se habla de crisis, tanto en la economía como en la cultura. Pero la palabra crisis tal y como es utilizada hoy es un concepto, una palabra cotidiana, un «password» que sirve para hacer aceptar medidas que no hay por qué aceptar. «Crisis» significa etimológicamente «juicio». En la medicina antigua designaba el momento en el cual el médico debía decidir si el enfermo iba a sobrevivir o a morir. En teología, «crisis» era el Juicio Final, que llegaba en fin de los tiempos. Hoy, en cambio, el término se ha escindido de su origen para pasar a designar un momento temporal determinado, y ha devenido una condición normal, un instrumento normal de gobierno. Creo que es necesario devolver hoy su significado original de «juicio decisivo», del cual los ciudadanos deben reapropiarse."

Giorgio Agamben



"La ética moderna, desde Kant, se constituye como una ética del deber, dominada por el imperativo. He intentado criticar la ética del deber y sustituirla por una doctrina, procedente del mundo clásico, que valore la idea de felicidad, la vida buena. En un sentido político. El deber es una idea de origen cristiano. El hombre es un ser en deuda. Eso significa deber: estar en deuda."

Giorgio Agamben



"La expresión “la cosa misma”, tò prâgma autó, aparece al principio de la así llamada digresión filosófica de la Carta séptima de Platón –un texto cuya importancia para la historia de la filosofía occidental todavía está lejos de ser cabalmente mensurada–. Cuando, después de que Bentley echó un manto de sospecha de falsificación sobre toda la epistolografía antigua, primero Meiners en 1783 y luego Karsten y Ast las declararon inauténticas, las cartas de Platón, que habían sido consideradas siempre parte integrante de su obra, fueron poco a poco eliminadas de la historiografía filosófica precisamente cuando ésta era más férvida y activa. En el momento en que, durante el siglo XX, la tendencia empezó a invertirse, y críticos cada vez más numerosos y acreditados reivindicaron su autenticidad (al menos en relación a la carta que aquí nos interesa, generalmente reconocida), los filósofos y estudiosos que volvieron a ocuparse de ella debieron enfrentar el aislamiento en el que estuvieron las cartas por más de un siglo. Aquello que en el entretiempo se había perdido fue la conexión viva entre el texto y la tradición filosófica posterior, por lo cual, por ejemplo, la Carta séptima, con su denso excursus filosófico, ahora se presentaba como un macizo aislado y arduo, a cuya penetración se le oponían obstáculos casi insuperables. También era verdad, naturalmente, que el largo aislamiento la había transformado, como el mar al cuerpo de Alonso en la canción de Ariel, en algo rico y extraño, con lo cual era posible enfrentarse con una frescura que quizá ningún otro de los grandes textos platónicos habría permitido.
El escenario de la carta es conocido: Platón, ya viejo –tiene setenta y cinco años– evoca para los amigos de Dión sus encuentros con Dionisio y el desventurado fracaso de sus intentos políticos en Sicilia. En el punto que aquí nos interesa, él está contándoles a los parientes y amigos de Dión su tercera estadía en Sicilia, cuando, llegado de nuevo a Siracusa atraído por las insistentes presiones del tirano, decide en primer lugar poner a prueba la sinceridad de las afirmaciones de Dionisio en relación con su deseo de llegar a ser filósofo:
Hay un modo no innoble de procurarse esta prueba –un modo que se adapta perfectamente a los tiranos, sobre todo a los que están henchidos de un saber de segunda mano–;y pronto, cuando llegué, me percaté de que ésta era precisamente la condición de Dionisio (340 b 3-7).
A hombres como estos –continúa– se les debe mostrar enseguida de qué se trata toda la cosa [hóti ésti pân tò prâgma], cuántas y cuáles fatigas exige. Entonces, si aquel que escucha es verdaderamente filósofo y está a la altura de la cosa, creerá haber oído hablar de una vía maravillosa, que se debe recorrer sin demoras, pues no podría vivir de otra manera. En cambio, aquellos que no son verdaderamente filósofos sino que tienen solamente un barniz de filosofía, como quien tiene el cuerpo bronceado por el sol, viendo el tipo de empeño que la cosa requiere, piensan que es demasiado difícil, incluso imposible, y se convencen de saber ya suficiente y de no necesitar más."

Giorgio Agamben
La potencia del pensamiento



"La filosofía no es una disciplina, la filosofía es una intensidad."

Giorgio Agamben



“La literatura y la poesía fueron siempre muy importantes para mí. No creo que se puedan separar de la filosofía. No son campos incomunicados. Yo diría que son dos intensidades que atraviesan el campo del lenguaje humano.”

Giorgio Agamben



La plaga marcó el comienzo de la corrupción para la ciudad…
Nadie estaba ya dispuesto a perseverar en lo que antes consideraba bueno,
porque creía que tal vez podría morir antes de llegar a alcanzarlo.

Tucídides, La Guerra del Peloponeso, II, 53

Quisiera compartir -con aquellos que quieran- una pregunta en la que durante más de un mes no he dejado de pensar. ¿Cómo ha sido posible que un país entero haya colapsado ética y políticamente ante una enfermedad sin darse cuenta? Las palabras que usé para formular esta pregunta fueron cuidadosamente evaluadas una por una. La medida de la abdicación de los principios éticos y políticos de uno es, de hecho, muy simple: se trata de preguntarse cuál es el límite más allá del cual no está dispuesto a renunciar. Creo que el lector que se tomará la molestia de considerar los siguientes puntos no puede dejar de aceptar que, sin darse cuenta o sin pretender no darse cuenta, se ha cruzado el umbral que separa a la humanidad de la barbarie.

1) El primer punto, quizás el más serio, se refiere a los cuerpos de las personas muertas. ¿Cómo pudimos aceptar, solo en nombre de un riesgo que no podía especificarse, que las personas que nos importan y los seres humanos en general no solo murieran en soledad, si no que, algo que nunca antes había sucedido en la historia desde Antígona a la actualidad, sus cadáveres fueran quemados sin un funeral?

2) Luego aceptamos sin demasiados problemas que se limitara nuestra libertad de movimiento, solo en nombre de un riesgo que no podía especificarse, para aceptarlo en una medida que nunca antes había sucedido en la historia del país, ni siquiera durante las dos guerras mundiales (el toque de queda durante la guerra fue limitado a ciertas horas). Consecuentemente, aceptamos, solo en nombre de un riesgo que no podía especificarse, suspender efectivamente nuestras relaciones de amistad y amor, porque nuestro vecino se había convertido en un posible foco de contagio.

3) Esto ha podido suceder, y aquí se toca la raíz del fenómeno, porque hemos dividido la unidad de nuestra experiencia vital, que siempre es inseparablemente corporal y espiritual, en una entidad puramente biológica, por un lado, y en una vida afectiva y cultural, por el otro. Ivan Illich ha demostrado, y David Cayley lo ha mencionado recientemente, la responsabilidad que tiene la medicina moderna en esta división, algo que se da por sentado y que, en cambio, es la mayor de las abstracciones. Sé muy bien que esta abstracción fue lograda por la ciencia moderna a través de dispositivos de reanimación que pueden mantener un cuerpo en un estado de vida vegetativa pura.

Pero si esta condición se extiende más allá de los límites espaciales y temporales que le son propios, como estamos tratando de hacer hoy, y se convierte en una especie de principio de comportamiento social, caemos en contradicciones para las que no hay salida.

Sé que alguien se apresurará a responder que es una condición limitada a un plazo de tiempo, después del cual todo volverá a ser como antes. Es realmente singular que se pueda repetir esto si no es de mala fe, ya que las mismas autoridades que proclamaron la emergencia no dejan de recordarnos que, cuando se supere la emergencia, tendremos que seguir observando las mismas directivas y que el “distanciamiento social” -como se ha denominado esto con un eufemismo llamativo- será el nuevo principio de organización de la sociedad. Y en cualquier caso, lo que, de buena o mala fe, ha sido aceptado ya no podrá ser cancelado.

En este punto, no puedo, ya que he señalado las responsabilidades de cada uno de nosotros, dejar de mencionar las responsabilidades aún más serias de aquellos que habrían tenido la tarea de velar por la dignidad del hombre. En primer lugar, la Iglesia, que al convertirse en la doncella de la ciencia, que ahora se ha convertido en la verdadera religión de nuestro tiempo, ha negado radicalmente sus principios más esenciales. La Iglesia, bajo un papa llamado Francisco, ha olvidado que Francisco abrazó a los leprosos. Olvidó que una de las obras de misericordia es visitar a los enfermos. Olvidó que los mártires enseñan que uno debe estar dispuesto a sacrificar la vida en lugar de la fe y que renunciar al prójimo significa renunciar a la fe.

Otra categoría que ha fallado en sus deberes es la de juristas. Hace tiempo que estamos acostumbrados al uso imprudente de los decretos de emergencia mediante los cuales el poder ejecutivo reemplaza realmente al legislativo, aboliendo ese principio de separación de poderes que define la democracia. Pero en este caso se ha excedido todo límite, y uno tiene la impresión de que las palabras del primer ministro y del jefe de protección civil tienen, como se dijo para las del Führer, un valor legal inmediato. Y no está claro cómo, una vez que se haya agotado el límite de validez temporal de los decretos de emergencia, se mantendrán las limitaciones de la libertad, como ya se ha anunciado. ¿Con qué arreglos legales? Con un estado de excepción permanente? Es deber de los juristas verificar que se respeten las normas de la Constitución, pero los juristas guardan silencio. Quare silete iuristae en munere vestro? [¿Por qué guardáis silencio, juristas, sobre lo que os concierne?].

Sé que siempre habrá alguien que responderá que el grave sacrificio se ha hecho en nombre de los principios morales. A ellos me gustaría recordarles que Eichmann, aparentemente de buena fe, nunca se cansó de repetir que había hecho lo que había hecho concienzudamente, para obedecer lo que creía que eran los preceptos de la moralidad kantiana. Una regla que establece que hay que renunciar al bien para salvarlo es tan falsa y contradictoria como que para proteger la libertad tengamos que renunciar a la libertad.

Giorgio Agamben
Publicado originalmente en italiano en su blog Una Voce el 14 de abril


“La sociedad ya no cree en el progreso, pero la economía funciona con ese principio: la producción debe siempre crecer.”

Giorgio Agamben


"Lo que de este modo se cuestionaba seriamente era el axioma de la originariedad del cuerpo propio. Como Husserl no podía no admitir, la experiencia empática introduce en la constitución solipsista del cuerpo propio una “trascendencia” en la cual la conciencia parece ir más allá de sí misma, y se vuelve problemático distinguir una vivencia propia de la de otro (parte II, p. 8). Tanto más problemático cuanto que Max Scheler, quien había procurado aplicar a la ética los métodos de la fenomenología husserliana, postuló sin reservas -con una tesis que Edith Stein habría de definir como “fascinante” aunque errónea- una corriente originaria e indiferenciada de vivencias en la cual el yo y el cuerpo de otro son percibidos del mismo modo que los propios.
Ninguno de los intentos de Husserl y su alumna de restaurar la primacía y la originariedad del cuerpo propio resulta por fin convincente. Como ocurre toda vez que insisten en mantener una certeza que la experiencia ha revelado falaz, estos caen en una contradicción que, en este caso, toma la forma de un oxímoron, de una originariedad-no-originaria. “Ni el cuerpo ajeno ni la subjetividad ajena -escribe Husserl- me son dados originaliter, y, sin embargo, esa persona allí me es dada originariamente en mi mundo ambiente."

Giorgio Agamben
Creación y anarquía



"Si los seres humanos fueran o tuvieran que ser esta o aquella sustancia, este o aquel destino, no sería posible ninguna experiencia ética … Esto no significa, sin embargo, que los humanos no son, y no tienen que ser, algo, que ellos simplemente están consignados a la nada y, por lo tanto, pueden decidir libremente si ser o no ser, adoptar o no adoptar este o aquel destino (el nihilismo y el decisionismo coinciden en este punto). En efecto, hay algo que los humanos son y tienen que ser, pero esto no es una esencia ni una cosa propiamente dicha: es el simple hecho de la propia existencia como posibilidad o potencialidad."

Giorgio Agamben


"Un filósofo es siempre un filólogo. Y si éste intensifica su campo de trabajo tiene que volverse filósofo, como ocurrió con Nietzsche. La filología no es sólo una doctrina que se imparte en las universidades. Está relacionada con el propio devenir del hombre. Es como una memoria de la antropogénesis, de lo que hay de humano y de inhumano en el hombre”. Y en Idea de la prosa remacha: “Creyendo transmitir la lengua, los hombres, en verdad, se dan voz unos a otros”."

Giorgio Agamben













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