Coronavirus

"El caos es una situación extraña con la que uno no se acaba de llevar bien. Es el gran enemigo de la humanidad desde hace siglos. La gran batalla se ha dado siempre entre el caos y el orden. El caos es el desorden, la confusión, el estado originario de la materia antes de que llegara la luz y ordenara el universo. El orden es la armonía y el equilibrio. A partir de ahí podemos plantearnos muchas cosas. Evidenciar lo que es caótico y lo que no lo es, es un ejercicio de reflexión y cordura. El estado en que nos encontramos tiene mucho que ver con lo que digo. Estamos confusos y a punto de sentir esa oscuridad interior donde se revuelven pensamientos de índole diversa. Tenemos miedo y el miedo lleva muchas veces a la confusión y al desorden. En esta ocasión el caos proviene de la enfermedad, es ella la que nos ataca y confunde en forma de un virus con nombre propio: el coronavirus. El coronavirus, como tal, es un elemento de distorsión. Nuestras vidas se paralizan, se desordenan, se confunden los acontecimientos, las informaciones, los comportamientos a nivel mundial. No es nada nuevo. Lo hemos padecido en muchas ocasiones. Siglos de historia nos lo confirman. Cada cierto tiempo ocurre algo que hace que la humanidad parezca salirse de quicio; los acontecimientos se disparan y el orden o lo que consideramos orden, se desbarata y comienzan a aparecer comportamientos y actitudes incomprensibles e irracionales. Es algo parecido a una estampida de búfalos cuando empiezan a correr y no saben hacia dónde. Así nosotros, así las personas. La masa comienza a actuar de forma enloquecida. Nos volvemos como si fuéramos títeres movidos por unos hilos invisibles que no sabemos quién los maneja.
Hay teorías conspiratorias: que si nos están preparando para una invasión de extraterrestres (anda que si llegan y nos ven comprando papel higiénico como locos se dan la vuelta completamente desorientados y pensando que no merece la pena conquistar un planeta tan pobre de espíritu); que si es un virus creado para acabar con los viejos, enfermos y desvalidos para evitar pagar las pensiones y gastos de sanidad cada vez más costosos; que si es un virus creado por Estados Unidos para paralizar los mercados (raro es que hayan cerrado el espacio aéreo a vuelos de todos los países excepto los de Inglaterra lo que confirmaría que su salida de Europa fuera tan precipitada pues ya sabían que iban a “soltarlo”); que si China, que si Rusia está callada, que si tú, que si yo… ¡Santo cielo! En un alarde de ilusionismo hay quien ve venir una suerte de hecatombe bíblica ya anunciada por sabios y profetas de la antigüedad. Y, mientras tanto, nosotros, como hormigas de un inmenso hormiguero de color azul, vamos arrastrando cadáveres y basuras por todo el planeta y los gobernantes han comenzado a dar órdenes que seguimos sin dudar y a rajatabla.
Los seres humanos se comportan como robots que actúan gracias a una maquinaria interior programada desde no se sabe bien dónde. Y creo, sinceramente, que debemos pararnos un momento y reflexionar. Las cosas suceden por una cuestión natural de causa efecto. Eso lo tenemos claro: hay un virus, luego podemos contagiarnos. Conclusión: debemos estar prevenidos y atajarlo. Hasta ahí, bien. Por añadidura, podemos seguir nuestra vida cotidiana o podemos paralizarla y cambiar las costumbres y los usos que hemos hecho con ella. Al margen de las órdenes que nos den quienes gobiernan y dirigen nuestra vida social y económica, debemos plantearnos que nuestra inteligencia debe sobreponerse a esas leyes y meditar libremente sobre lo que sucede. Podemos dejarnos llevar por el miedo o podemos intentar explicarnos qué provoca ese miedo o hacia dónde nos conduce, incluso podemos planificar nuestra vida a partir del caos. Tengo miedo a enfermarme, sí. Tengo miedo a morirme, también. Pero estoy sana, estoy viva y debo pensar en otras cosas importantes: en los demás, por ejemplo. Me cancelan un viaje, me encierran en mi casa, me dejan sola con mis hijos en ella, me apartan de tumultos y quehaceres sociales, etc. En lugar de entrar en pánico, veamos el lado positivo: aprovecho para estar conmigo misma, jugar con mis hijos, reinventarme la vida, la casa, sus ventajas, la ventaja de la soledad, el enriquecimiento que supone no tener que ir a presenciar actividades como conciertos, teatros, conferencias, manifestaciones, tumultos que solo provocan más y más confusión. Volver a encontrarme conmigo misma, con los seres queridos, con los lugares donde uno se siente en armonía con el entorno. Volver a ser humanos, fundamentalmente, no máquinas de consumir, no muñecos manipulados para actuar todos iguales, uniformados para el placer o el dolor. Esas y otras muchas cosas conviene tenerlas en cuenta en estos momentos."

Amada Elsa López Rodríguez



"... Cuando la luz se apaga y tu cuerpo se queda
tendido y olvidado entre blandas semillas...
entonces tú terminas y yo comienzo a amarte."

Elsa López



"El tema fundamental es la educación. Hay que educar a la ciudadanía. Hay que educarla en actitudes, en gestos y, sobre todo, en pensamiento. Esa es la clave. Hacer que un adolescente sea capaz de entender que a las personas se las puede tratar con o sin ninguno respeto. Ahora bien, ¿dónde está la lista de las faltas de respeto? ¿Cuándo hay acoso y cuándo no hay acoso? ¿Dónde está la conciencia de lo otro, en este caso de la mujer? Porque si ella dice no, es no. No hay más que hablar. El resto de las opiniones o juicios de valor sobre el tema, son sólo circunstancias, adherencias, provocaciones."

Elsa López


Ha averiguado el nombre que le ha correspondido

Ha averiguado el nombre que le ha correspondido
y se define ausente, exiliada del sueño,
emigrante, perpleja, desgajada,
sin billete de vuelta.

Se declara sin fuerzas
y pide con vergüenza un poco de ternura.
Que le devuelvan, por favor, el mar.

Elsa López



Hoy quiero regresar

Hoy quiero regresar.
Tengo miedo al saber
que la higuera se va volviendo grana,
y al viejo nisperero le han crecido los gajos
hasta alcanzar la casa.

Hoy quiero regresar.
Cuando febrero se acerca, ya sin frío,
para recobrar aquel remolino
de almendras y tuneras.
Aquel olor a salitre y miel de abeja
que se despeñaba, cuesta abajo,
por el camino de la ermita y los dragos.

Hoy quiero regresar
al muelle, las noraes, y la sirena de los barcos.
Regresar a ti,
al otro lado de los sueños,
por donde multiplicas
la ternura y los muertos.

Elsa López



"La primera vez que oí la palabra empoderamiento, dije “¿esto qué es?”. Yo he vivido una revolución histórica muy importante. Estoy feliz porque haya sucedido tal y cómo sucedió. Pero ahora pienso en mis hijas y en mis nietas. Y pienso que es una maravilla lo que está sucediendo. Nosotras dimos un salto, pero ellas ahora han dado otro salto más. Es importante y será siempre importante. Ahora me encuentro en otro tipo de lucha menos guerrera a nivel de calle, pero más firme en sus planteamientos ideológicos como estar en contra de la Real Academia, por ejemplo, y manifestar mi desacuerdo con ella en muchos aspectos. Escribo y me manifiesto en la prensa y en todos los medios a mi alcance, etc. Me voy a morir y nunca terminaré esta lucha. Pero estoy contenta porque está sucediendo."

Elsa López



"Lo que me preocupa es el victimismo. En la literatura, en el arte, en todas esas cuestiones me preocupa. Es decir, no soy de esas personas que tenga como opción personal utilizar el victimismo para que te consideren. Perdemos el valor. Creo que somos lo suficientemente altivas, generosas, progresistas y luchadoras para no tener que sentirnos víctimas. Yo no soy víctima de nada, ni de nadie. Cuando alguien dice un comentario desafortunado, me levanto y lo digo. Pero el hecho de sentirse constantemente agredida, ofendida, no lo veo."

Elsa López




"No hay que tener miedo a la palabra feminismo. Es un movimiento que tiene una realidad histórica. En ocasiones incluso pienso que soy una feminista trasnochada, que hay muchas cosas que suceden a las feministas de hoy en día, todo acerca del lenguaje inclusivo, la necesidad de cambiar el discurso, su fondo… Todo eso a mí me queda ya lejano. Date cuenta que yo en los sesenta, con apenas veinte años, mi lucha era sencillamente que al llegar a un banco no me pidieran la firma de mi marido para sacar dinero, poder viajar con mi hija sin la necesidad de la autorización de mi esposo. Yo he vivido una lucha directa de clases. Y, de repente, me veo perdida. Me gusta la juventud, lo que dice, lo que piensa. Aprendo cosas, como, por ejemplo, la cuestión del lenguaje. Me cuesta mucho adaptarme a las nuevas formas. Y ahora me encuentro, después de tantos años, mirando mis textos y pienso: “¿esto es correcto?”. Mis jóvenes amigas feministas, se ríen mucho conmigo por estas reflexiones. Pero no me cuesta hablar de mi ignorancia."

Elsa López



Recuerdos
               
Recuerdo el amor que me nacía al tiempo de la lluvia.

Recuerdo los baúles y las colchas de hilo,
las flores de lavanda volando por espacios abiertos y felices,
aquella despiadada multitud de grillos debajo de las lápidas,
y tus besos, pan y aceite, detrás de los postigos.

Recuerdo aquellos días cuando tú me besabas
tras las torres caídas del castillo y las olas.
Y recuerdo las noches naufragando tu cuerpo
en aquella penumbra universal del hambre.

Yo entonces era otra.
Pero no he renunciado ni al amor ni a la herida.

Elsa López



"Se coloca sobre nosotros como una losa. Se extiende por las calles y entra por nuestras ventanas. No tiene forma alguna. Es sólo eso: silencio. Un silencio absoluto que llena las calles por donde nadie transita; que penetra en nuestra casa y llega hasta nuestras habitaciones y se sienta en nuestro mejor sillón, se acomoda en él y desde él maneja los hilos de nuestra cabeza. ¡Ay nuestra cabeza tan acostumbrada a ruidos, voces, gritos, y tonos agrios! Nuestra pobre cabeza que ha crecido con ellos y a ellos les ha añadido comentarios inútiles, inútiles parrafadas venidas de cualquier lugar, adoptadas y disculpadas creyendo que eso es lo natural, lo que debe suceder. Hasta que un día, por causas que nadie espera, por razones que nadie comprende o no sabe comprender, llega la alarma, el bramido más fuerte de esta selva nuestra, y entonces nos dicen que callemos, que nos ocultemos, que salgamos de las calles que han sido nuestras. Y todo se desvanece. Las calles ya no nos pertenecen, los ruidos se alejan, los aullidos y las voces se alejan, desaparecen. Y nos asomamos a nuestra calle, a las ventanas de nuestra casa, a los pasillos de nuestros vecinos, y nada. Nada. Silencio.
Imagino que la muerte debe ser así de callada. Un silencio perfecto que nos proporciona el descanso necesario. La vida parece ser todo lo contrario, un montón de ruidos por todas partes. Pienso que nacemos con la voz muy alta, que lo primero que escuchamos son voces, miles de sonidos confusos que nos llegan de los cuatro puntos cardinales de nuestra madre y de aquellos que lloran y ríen a su alrededor. Imagino que nadie nos ha educado en el valor del silencio y ahora nos pilla desnudos de esa información. Nunca nos educaron para estar callados. Al contrario, nos educaron en el grito, en la vociferada palabra que cargamos contra los otros y por eso la mayoría de los seres humanos tienen la voz muy alta. Deduzco que para hacerse oír en sus opiniones, sus derechos, sus quejas y peticiones. Pero, ¿y el silencio? ¿Quién nos explicó que era bueno para pensar, para soñar, para pasar por la vida con la serenidad necesaria para hacer la vida más agradable, la nuestra incluida?
Me temo que es tarde para instalarse en un espacio donde reine el silencio. Nadie sabe manejarse en él. Crea un raro sentimiento de vacío. Mi hija pequeña sale a la calle a hacer la compra y vuelve entristecida. “Da miedo” me dice. Las calles solitarias, en silencio. Nadie en la calle, nadie en el mutismo de portales y ventanas cuando ella vuelve. Y me pregunto si no habré sabido explicarle bien las ventajas de la soledad, de la seguridad de pensar y no levantar la voz más que lo necesario para expresar amor. Me pregunto si nos han obligado a gritar para no escuchar a los demás. Me pregunto si nos habrán inculcado ese miedo a oír nuestro corazón o el corazón de los otros cuando sólo sonríen o miran con afecto a nuestro paso sin necesidad de pronunciar una sola sílaba. A veces desearía enseñarle el valor del silencio compartido con el otro, uno de los mejores alcances de la inteligencia humana: hablarnos con un gesto o con el leve movimiento de nuestros brazos.
Por eso hoy, siguiendo el ritmo de los acontecimientos, quisiera hacer una apología del silencio que hoy recorre nuestras calles y nos obliga a querernos un poco mejor gracias a él."

Elsa López



Tan sencillo este amor...

Tan sencillo este amor,
tan luminoso,
y tú no aciertas nunca
a saber de verdad lo que me pasa.
Lo que me pasa, amor,
es que te quiero,
es que el aire se agrupa de corceles,
golondrinas de mar,
garzas azules.
Lo que te ocurre, amor,
es que eres tonto,
que mi amor se ha quedado flotando entre los brezos
y tú no aciertas nunca
a saber de verdad lo que me pasa.
Tú que lo sabes todo,
que todo lo adivinas y comprendes,
¡Qué tonto eres, amor!
¡Qué tonto eres!

Elsa López


Yo no quiero morirme sin saber de tu boca... 

Yo no quiero morirme sin saber de tu boca...
               
Yo no quiero morirme sin saber de tu boca.
Yo no quiero morirme con el alma perpleja
sabiéndote distinto, perdido en otras playas.

Yo no quiero morirme con este desconsuelo
por el arco infinito de esa cúpula triste
donde habitan tus sueños al sol de mediodía.

Yo no quiero morirme sin haberte entregado
las doradas esferas de mi cuerpo,
la piel que me recubre, el temblor que me invade.

Yo no quiero morirme sin que me hayas amado.

Elsa López





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